Un hombre cuyo pensamiento ha sido llevado a la máxima simplificación, que en su cabeza sólo cabe una idea fija en torno a la cual giran palabras como burguesía, capitalismo, revolución y otras tantas sandeces, en realidad no está politizado; está, para devolverles el término, alienado, limitado, cerrado en sus ideas, pero nunca consciente y buenamente dado a la política.
En su cabeza, este revolucionario tiene, al igual que el burgués que detesta, un parque de diversiones, un Disney revolucionario que le impide ir hacia la sociedad para establecer una verdadera vida política. Él y todos los que son como él se proponen tan sólo imponerse el ámbito público con las cuatro ideas que le han sido sembradas. Eso no refleja un despertar de las conciencias dentro de la sociedad; eso lo que más bien muestra es que la política ha sido mal entendida y que se encuentra, como es ya más que evidente, en franca decadencia.
Porque política no es salir a la calle a darse golpes de pecho por el pueblo y a gritar que ya el pan de piquito se le acabó a los capitalistas, imperialistas y traidores de la patria.Hacer política tampoco es andar de energúmeno soltando a diestra y siniestra que odias al gobierno. Hacer política en democracia, cosa compleja que no pretendo resumir o simplificar acá, implica, tal como la pienso, una inteligente participación dentro del ámbito público a la búsqueda del bien común de la nación. Los que se creen participes de la revolución, son más bien los cómplices de una gran debacle que sólo ha beneficiado a unos pocos. La salida iracunda y falsamente justiciera al ámbito público del acólito revolucionario, sólo ha traído la muerte de una política que nunca ha podido ser como debería.
Esta revolución ha machacado hasta el cansancio la idea del hombre nuevo, del hombre ético que actúa desde su conciencia. Un hombre, digamos, de una muy barata raigambre kantiana que debe actuar desde su más que esclarecida conciencia, haciendo que sus imperativos categóricos, aquellas máximas que parten de su mero razonamiento, se conviertan en su modelo de vida, en ley. Pero no, usted no puede ser un hombre ético, autónomo, si ya tiene las respuestas por delante, y si esas respuestas no le dejan sopesar desde su conciencia, desde su anhelo de libertad, lo que está bien y lo que está mal. Con la cabeza programada para pensar de una sola manera, no puede haber hombre ético. Tampoco puede haber hombre ético con hambre.
Por otro lado, el engaño del hombre ético en la revolución ha resultado peligrosísimo: se ha impuesto la ideología revolucionaria, de cuño supuestamente ético, sobre la ley, o peor aún, sometiendo la ley a sus supuestos imperativos éticos (más claramente: a sus intereses y ambiciones). En la revolución, el supuesto hombre ético y justo ha predominado sobre la constitución. Craso error, un país no existe sin constitución. Se ha dicho por ahí que lo que está mal en este país son las personas, su falta de ética, de moral, como si las leyes no importaran. Yo pienso que hay que tener cuidado con eso. La mala idea del hombre ético revolucionario es peligrosa. Todos necesitamos la ley, y hoy día tenemos sobradas muestra de su abandono: los pranes, el caos en las calles, las bandas organizadas que han tomado todo el país, los bachaceros…
Pero además, ¿de qué hombre ético hablamos? ¿De ese que tiene un programa en la cabeza y que actúa sólo de acuerdo a ese programa?, ¿del que te lanza encima el carro en la calle porque está harto de todos «los chavistas del carajo»? Ningunos de ellos son hombres éticos; no son hombres libres. Su pensamiento no es libre.
¿Nos han enseñado, en este país, a ser realmente libres, a ser realmente éticos? Se ha pretendido difundir, ya lo he dicho antes, una falsa idea de libertad que nos ha hecho mucho daño: la de que a los hijos de Bolívar nadie nos jode ni nos dice qué tenemos que hacer; la idea del levantisco sin ley, del levantisco autónomo.
La verdadera participación política implica amplitud de conciencia, denuncia, comunicación de verdades sin miedo al poder, apertura al debate, búsqueda de concordia y respeto a la ley y a los poderes establecidos constitucionalmente. Pero acá no hay debate público por ningún lado, y me atrevo a decir que en estos tiempos es más que imposible ejercer una política ciudadana más o menos decente.
Véase: en las redes sociales el ruido predomina sobre la voz, cualquiera que se cree dueño de la verdad despotrica sobre el otro y, sin tolerancia alguna, lo manda a freír monos, por decir lo más bonito. Aquellos cuatro ilusos que ven racismo y discriminación en todos lados, y que, cargados de ira justiciera, ponen noticias de Palestina en sus muros de Facebook y escriben en inglés en Twitter para acusar a los gringos de imperialistas, tampoco están haciendo política. O sí, política boba, ecológica, progre y cómodamente marxista prefabricada por el activismo cool norteamericano. Están haciendo «política» importada y se creen muy ciudadanos del mundo.
El joven alucinado que se mete en un bar como La Patana y cree que bebiendo allí salvará al mundo, no-está-haciendo-política. Décadas atrás, la gente que iba al Café Rajatabla estaba haciendo más política que estos de hoy en día. Muchos de ellos, cómo no, creían que tenían la verdad del mundo en sus manos. Sí, esto siempre ha sido así. Pero aquellos jóvenes del Café Rajatabla tenían algo que hoy no tenemos: compartían un lugar que era de todos y para todos, un lugar abierto al mundo y no encerrado dentro de las cuatro paredes de sus ideas, donde además la disidencia corre el peligro de ser señalada y castigada con odio.
Cuando recuerdo lo que fue el Café Rajatabla, cuando me da por extrañar aquella magnífica librería del Ateneo con aquellas magníficas vitrinas de Jesús Barrios, me digo, realmente me digo que hace rato nos arrebataron los lugares donde las personas podían hacer país o, por lo menos, sentir que vivían en un país.
Para irnos más arriba: el choque que ahora tenemos entre el poder judicial y ejecutivo por un lado y el poder legislativo por el otro, no tiene absolutamente nada que ver con política. Eso es nada más y nada menos que una oscurísima crisis institucional que nació hace muchos años en las entrañas de aquel hombre hambriento de poder que llaman el Galáctico. Eso es daño, mucho daño.
No, el venezolano no se ha politizado, el venezolano se ha vuelto un revoltijo de odios, revanchismos, resentimientos e ideas superficiales que no nos están llevando ni nos llevarán a ningún puerto seguro ni a nada que se le parezca.