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La coherencia del Zamora

La victoria no es más que el recordatorio de responsabilidades futuras. Zamora se lleva un nuevo torneo y sabe que esto que se conoce como fútbol no para, es cosa de todos días.

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(AP)

Ganar por ganar lo han logrado muchos, pero ganar, ganar y volver a ganar –a Luis Aragonés se le daban muy bien esas frases llenas de contundencia y contagio– es cosa de pocos, porque semejante demostración de competitividad no nace de la casualidad ni de violentas inversiones económicas. Para poder llegar al lugar que hoy ocupa Zamora hay que competir y construir, algo que el equipo de Barinas parece haber comprendido.

Mire usted que ésto no es fácil, ni tampoco existe fórmula alguna que garantice estabilidad. Ya lo sabe usted, es fútbol, y como toda actividad humana, está sujeta a que pequeñas modificaciones en las condiciones iniciales generen grandes cambios, o si lo prefiere, se es dependiente de los caprichos del caos. Zamora mismo es un ejemplo claro de lo que intento explicar.

Cuando Noel Sanvicente tomó las riendas de la selección venezolana, el equipo zamorano tuvo que salir rápidamente en búsqueda de un sucesor, y creyeron encontrarlo en Juvencio Betancourt. La elección no era descabellada vista desde el pensameinto convencional: el técnico oriental venía de hacer un gran papel al mando del Deportivo Anzoátegui, y siguiendo los cánones de quienes creen que esto es coser y cantar, lo contrataron, imaginando que podría reeditar lo conseguido anteriormente. Betancourt no llegó al final de aquel torneo y su lugar fue tomado por Julio Quintero.

Conocedor de la casa, pero con una metodología distinta y un apego al trabajo diferente, «Gambeta» sacó al equipo de la depresión post Sanvicente, pero no mostró credenciales como para mantenerse en el cargo. Su carácter, y algunas decisiones extra futbolísticas, no convencieron a quienes toman las decisiones, por ello se abocaron a la búsqueda de un nuevo entrenador

Para algunos, los expertos en analizar todo a la distancia, a este grupo de jugadores sólo lo podría reanimar algún entrenador de altos quilates y mayor sueldo. Vaya usted a saber en qué se basaban estos iluminados, pero extrañamente olvidaron que aún con Sanvicente, la institución concentraba esfuerzos en crecer como organización, lo que significaba contar cada centavo y gastarlo concienzudamente. Despilfarrar el dinero en falsas verdades no estaba en su presupuesto.

Ahí llegó Francesco Stifano, recomendado por Sanvicente y apoyado por Javier Milán, preparador físico del equipo hasta diciembre de 2015. De perfil bajo, el entrenador cumplía con muchos de los requisitos necesarios para comandar a este grupo de jugadores, pero quizá el más importante era que los jóvenes volverían a tener posibilidades de ganarse un puesto. El fútbol tiene pocas certezas, pero una de ellas establece que para sobrevivir como institución no basta con competir, sino que es necesario ser autosustentable, generar sus propios recursos, y esto, guste o no, tiene que ver con la formación de futbolistas para luego poder venderlos a los grandes mercados.

Así fue Zamora recuperando la competitividad, como en la etapa de Noel. Apoyado en un mix de veteranos y jóvenes que se acostumbraron a ganar, se llevaron el Torneo Adecuación, y el pasado domingo confirmaron esta realidad coronándose en el Torneo Apertura. Mientras unos pagan fortunas a futbolistas y otros siguen levantando promesas institucionales que luego no pueden cumplir, los de Barinas, sin mayores estridencias ni publicidad, han ido consolidando su proyecto.

¿Que es eso de proyecto? En el fútbol venezolano no es más que el concepto más manoseado y vilipendiado por todos, llámense prensa, entrenadores, directivos y/o hinchas. Pero en el caso del equipo blanquinegro se trata de una visión de presente y futuro, apoyada en un terreno propio con dos canchas de entrenamiento, austeridad y la creencia en el trabajo de categorías infantiles y juveniles entre otras cosas. Ellos van a lo suyo, que aunque me lo discutan, no es ganar, ganar y volver a ganar, sino competir, competir y seguir compitiendo.

Una nota aparte para Franceso Stifano. Este torneo era el más duro de su corta carrera, ya que nadie se iba a atrever a subestimar a su equipo, y a la misma vez enfrentaba un gran reto: navegar en la abundancia. Zamora no maneja amplias plantillas justamente porque lo importante es darle oportunidades a los jóvenes, pero para este Apertura se produjo el retorno de dos ídolos que llegaban para jugar: Gabriel Torres y Pedro Ramírez. Acomodarlos en la estructura de un equipo campeón no era tarea sencilla, por ello hay que aplaudir la labor del conductor, ya que supo aplacar egos y convencer de que juntos siempre se es más.

En el camino han quedado algunas lecciones que seguramente deben formar parte de la reflexión, así como algunas obligaciones que no deben ser desatendidas, no sea que se pierda lo que tanto ha costado construir. No olviden la teoría del caos y como cualquier cambio, por pequeño que parezca, puede producir un enorme sismo que acabe con todo. Ejemplos de instituciones que viven de glorias pasadas y navegan en aguas trubulentas abundan en el fútbol criollo.

Por ello, y para no extenderme, le propongo la siguiente reflexión: si Zamora perdía la final, ¿esto condicionaba la validez del proyecto? Su respuesta no es cualquier cosa; es la elección de una forma de vida, o en este caso, de una manera de concebir el fútbol.

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