De Interés

El polvorín mojado

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Fotografía: Cristian Hernández Fortune

Inquieta. Alarma. Da miedo. Todo el mundo afirma que Venezuela es un polvorín, que el país está al borde del estallido social. La desesperación se acumula y lleva a las personas al límite. Cuando un ser humano no encuentra qué comer, cuando una madre se ve impedida de alimentar a sus hijos se le dispara un instinto protector, una pulsión de supervivencia que traspasa toda predicción racional. No hay día que transcurra sin protestas e intentos de saqueo. Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, entre enero y abril de este año ya se acumulaban 2.138 protestas y unos 166 intentos de saqueo o saqueos. La cantidad e intensidad de las protestas van en aumento. Parecieran desbordarse. El gobierno, los dirigentes de la oposición y las organizaciones regionales hacen, sin embargo, lo imposible por mojar la pólvora y desactivar la explosión social.

El gobierno juega al desgaste, al cansancio, a la neutralización política de una población agotada por la miseria y chantajeada por el hambre.  El reparto de comida a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) es un mecanismo de sometimiento y control social. La manida invitación al diálogo y el guion de Zapatero son prácticas dilatorias para el bloqueo de las iniciativas ciudadanas. Estamos ante una sociedad desarmada, extenuada por manejos fraudulentos y décadas de cinismo y de esfuerzo perdido, dentro de una población destrozada por la inseguridad, arrasada por la escasez y la hiperinflación. Actuamos como autómatas guiados por una elemental función de supervivencia.

Los organismos internacionales y los gobiernos de otros países sólo actúan según las prebendas y los arreglos del poder constituido. Ejemplo inesperado de ello fue la resolución de Argentina para descarrilar la activación de la carta democrática, la propuesta de Luis Almagro, Secretario General de la Organización de Estados Americanos, para debatir sobre la violación del estado de derecho y de la Constitución en Venezuela. La canciller argentina Susana Malcorra necesita los votos del ALBA para fortalecer su candidatura a la Secretaría General de las Naciones Unidas.

La oposición, por su parte,  pareciera no entender que el tiempo juega en su contra. Negada a articular el descontento y a darle ilación política a la protesta, la desaprobación y la rechifla terminan siendo quejas locales desconectadas, un tumulto por falta de comida en este barrio,  una manifestación por la precariedad de los servicios en otro, el saqueo de un camión en alguna carretera descuidada.  El poder, sin embargo, sigue incólume, cómodo. Y no habrá costo político ni verdadera presión social que obligue a una salida democrática en la medida en que el liderazgo opositor no sintonice, apoye y articule las demandas de la gente.

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