De Interés

La metáfora de la derrota

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Me inquieta porque me resulta espejo. No pocos argentinos que conozco o leo en las redes de pronto echan todo por la borda: fanatismo, aprecio, virtudes, principios: cuando acaece la derrota, el otro ya no vale.
De pronto me suena a venezolano refiriéndose a lo suyo: con cuánta ligereza y frecuencia no escucha uno a los suyos referirse a sus líderes con el mayor desapego.

Me resuena porque no habla del deporte ni de la política. Habla de nosotros. Y de la manera en quê concebimos nuestra relación de pertenencia con nuestra tribu. Y con la tribu ajena. Con el otro.

Es curioso que se hable tan poco de Alexis, por ejemplo, quien es un jugador de la élite mundial y tiene una épica personal más grande que la de Messi. O del mismo Bravo, quizás el mejor arquero del planeta en este instante.

No. Que la derrota nos ague la fiesta y nos haga dudar es lógico. Lo que no es lógico es que en horas se desconozca al prójimo de tu misma tribu: «son jugadores sin alma», «mejor que se retire», «no tienen carácter». ¿Les suena? «Falta de cojones es lo que hay aquí», «les está pagando el chavismo», «esos dicen una cosa y negocian otra». Cuántas veces no hemos escuchado a un compatriota renegar en la frustración de quien horas atrás era su propio mejor exponente.

No es fortuito. Lo que proyectamos en nuestros equipos y líderes políticos, y lo que dice de nosotros lo que nosotros vemos en una camiseta del seleccionado nacional, habla un montón de lo que somos como cultura.
No en vano los alemanes trabajaron pacientemente durante veinte años para lograr un Mundial, detallando valores, ética, fortalezas, espíritu de equipo. No resultados. Los alemanes perdieron sucesivamente por veinte años y no recuerdo a ningún alemán desdiciendo de su bandera.

Varios estudios sobre la felicidad en los países nórdicos indican que una de las claves de la sensación de satisfacción que siente un escandinavo es que desde pequeño es entrenado para ser parte de un equipo. Sus responsabilidades importan a todos. Y sus problemas también. La queja es sustituida por una búsqueda de solución que te atañe. Cada individuo se piensa garante y garantizado por el otro. Y las diferencias se respetan, no generan exclusión.

Todo esto me viene a cuento cuando me duele en los ojos leer que los argentinos, y el mismísimo Messi, abandonan todo en minutos, como si un resultado eliminara por arte de magia el valor que tiene el camino y todo lo logrado.

Después de todo, Argentina es de los mejores equipos del mundo, y sus jugadores son cada uno mejor que el otro.

Pero de pronto los valores se invierten. Tiene más importancia lo que el trofeo dice de nosotros que lo que nosotros mismos creemos.

Y no sólo irrespetamos quienes somos, también irrespetamos al contrario, al ser incapaces de ver sus virtudes. 

Así es nuestra resiliencia en la derrota. Toda una metáfora para replantear.

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