Deportes

El fútbol criollo necesita más prudencia y menos complicidad

En tiempos de presentación de proyectos, los equipos criollos deberían revisar la historia reciente de este deporte para comprender en dónde radica la posibilidad de mantenerse en el tiempo y ahorrarse promesas que nada tienen que ver con el objetivo primordial de las instituciones deportivas.Al igual que en la gran mayoría de las actividades humanas, el fútbol venezolano no escapa a la euforia que generan anuncios faraónicos . Promesas, fiestas, alcahuetes y planes que luego, apenas un par de meses después, quedan únicamente para recordar que del deporte todos hemos hecho un circo.

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Repasemos todos los anuncios que desde el año 2000 en adelante se han hecho en el contexto del balompié criollo: sin temor a equivocarme, cada uno ha estado acompañado de una grandilocuencia similar a los más importantes acontecimientos de nuestra especie. Uno puede emparentarlas con otros episodios, como la presentación del proyecto de la Torre de Babel o la propaganda relacionada al primer y único viaje del Titanic, y seguramente, con las diferencias naturales de cada época, encontraremos semejanzas con todo aquello que se ofrece en el fútbol venezolano.

Pongamos por ejemplo la más reciente declaración del Sr. Generoso Mazzoca. El presidente del Portuguesa FC, en conversación con el diario Líder, dio detalles de lo que tiene en mente con respeto al histórico club venezolano:

Estamos pensando en la construcción de un nuevo estadio para el estado Portuguesa. Estamos viendo la tecnología alemana. Queremos un estadio decente para la competición internacional con unos 45 mil aficionados”.

La afirmación, reflejada en la edición del miércoles 14 de diciembre del referido diario deportivo, seguramente seduce a la gran mayoría de los seguidores de del equipo pentacampeón, pero, y a pesar de que lo que sigue a continuación sea rechazado por los instintos más bajos, uno debe preguntarse si la exposición presidente era necesaria, toda vez que en estos momentos, guste o no guste, no es más que la expresión de un deseo sin mayor fundamento que despertar esas pasiones a las que antes hacía referencia.

Hay algo en los venezolanos –probablemente caracterice a la totalidad de la especie, pero por el bien de estas líneas concentrémonos en lo nuestro- que nos hace adorar la exageración y el exceso. No medimos nuestros dichos y tampoco dedicamos tiempo a comprender que para correr primero es necesario superar ciertas etapas como gatear, levantarse, caminar, etc., y es por ello que toda promesa la emparejamos con las más pomposas afirmaciones. Pareciera estéril soñar con un estadio de 25 mil personas, aún cuando ello se ajuste mejor a las necesidades de los equipos criollos, porque eso conllevaría alejarse del sensacionalismo y darle la bienvenida a la funcionalidad y la sobriedad como valores fundamentales.

Este tipo de enunciados son el pan nuestro de cada día. En tiempos previos a la Copa América Venezuela 2007, abundaron las proclamas que intentaban convencer a la población de que los estadios en los que se iba a llevar a cabo el torneo regional iban a ser, una vez terminados, los mejores del continente. Cada funcionario que declaraba hacía énfasis en aquello, y más de uno, aprovechando tiempos orgiásticos –el precio del barril de petróleo tapó todas las miserias de una sociedad a la que únicamente le importaba gastar y gastar-, afirmó que aquellas edificaciones se convertirían en la envidia de Sudamérica.

El público, empujado por emociones que bien podrían definir lo que se conoce como baja autoestima, compró el mensaje e infló el pecho: Venezuela iba a tener los más modernos estadios de fútbol de la zona. Sin importar con qué se comía eso, el venezolano olvidó lo más importante: ¿cómo iban a subsistir esas inmensas edificaciones, o qué tan funcionales serían? El detalle no era menor: aunque algunos se resistan a creerlo, aún en el primer mundo futbolístico los grandes recintos albergan otras actividades que los ayudan a sostenerse. A casi diez años del torneo, los estadios no fueron sino ejemplo de épocas de despilfarro sin control.

Es realmente frustrante, pero el paso del tiempo no hizo sino confirmar que aquello fue más un acto de nuevorriquismo que de planificación sustentada en estudios formales.

Podríamos sumergirnos en las miserias de otro proyecto de proporciones faraónicas, como el Complejo Deportivo Parque Hugo Chávez, pero su retraso y sus diferencias de criterio son suficientes para sustentar el mensaje que se pretende exponer en estas líneas.

Existe en nuestra sociedad una palpable desproporción entre lo necesario y lo exagerado. Olvidamos, por ejemplo, que cuando un alpinista tiene como meta la cima del Everest, este acepta que debe ir superando una serie de dificultades previas para completar su preparación, con miras a esa meta ulterior. Es imposible pensar o actuar en función del último objetivo porque lo primero que hay que sortear es el obstáculo inicial, que no es otro que aceptar no se pueden saltar las distintas etapas. Aún así, ese principio es desechado en una colectividad que prefiere el exceso y la barbaridad antes que la austeridad.

Y así llegamos a una de nuestras características: somos adictos a la épica. Todo aquello que se hermane con la epopeya y lo legendario es más atractivo que el simple cumplimiento de lo básico, pero si no se atiende a todo aquello que por común se deja de lado, cualquier acto de grandilocuencia tendrá la misma duración que una promesa electoral.

A los equipos de fútbol hay que exigirles que cumplan con los aspectos fundamentales de su actividad: atender a sus categorías formativas dotándolas de los mejores maestros posibles, así como la construcción de una sede social en la que además de entrenar la práctica deportiva, se le exija a los jóvenes atletas cultivar su educación académica. Una vez constituidos los mecanismos para llevar a cabo esas tareas sí se pueden atender otros sueños, siempre respetando el contexto y las posibilidades reales de que estos, una vez se conviertan en realidad, puedan sostenerse en el tiempo.

El fútbol venezolano necesita dirigentes que comprendan que únicamente la planificación consciente y moderada legitimará un proceso; más que los trofeos, es el respeto a lo pautado y su evolución lo que los acercará a la competitividad y a la estabilidad, cualidades poco estimadas en una actividad a la que le quedan pocos defensores y le sobran militantes del silencio.

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