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Balón de Oro 2015: en el nombre del fútbol

El fútbol, deporte colectivo por excelencia, está sumido desde hace mucho tiempo en una dicotomía: es un juego de conjunto condicionado de sobremanera por la intención comercial de determinar cuál jugador es el mejor. No el más determinante, sino el mejor. Si nos rendimos a la evidencia de que este deporte es mucho más que las estadísticas con las que nos bombardean ciertas marcas, como si éstas fuesen verdades absolutas, podríamos convenir entonces que elegir al mejor es igual de imposible como determinar a cual novia hemos querido mas.

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No se entienda esto como un canto en contra de Cristiano Ronaldo, Lionel Messi o Manuel Neuer, los finalistas del Balón de Oro de FIFA; la intención es que recordemos que este es un deporte en el que el futbolista condiciona al grupo y el grupo condiciona al futbolista. Los tres juegan en clubes y selecciones, lo que trae como consecuencia que en ningún caso su rendimiento sea similar, parecido o mucho menos idéntico en esos dos contextos como son los equipos y las selecciones nacionales. Por ello nunca veremos a la misma versión de un jugador en su club que en su selección. Contexto que lo llaman.

Cristiano Ronaldo es un futbolista brutal, una máquina de competir; tanto él como Lionel Messi son la cara de una rivalidad darwinista en la que ha prevalecido, más que los números o los títulos, los códigos del deporte. Uno motiva al otro, y aunque los goles prevalezcan en los noticieros, sus equipos serían menos temibles sin ellos. Cristiano rompe los récords de Lionel y Lionel hace lo propio con los de Cristiano. Sin temor a equivocarme, creo que estamos viviendo una rivalidad futbolística nunca antes vista en este deporte, y me refiero a que jamás dos futbolistas tan dominantes y tan universales hayan coincidido en tiempo y espacio. Aquello parecía ser exclusivo de otras disciplinas como la Fórmula Uno (actividad individual) o el baloncesto, pero nunca del fútbol. La discusión de quien es el más grande de todos los tiempos (Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Maradona) involucra a jugadores que tomaban el testigo del anterior; nunca compitieron contra su rival como sí lo hacen el del Real Madrid y el del Barcelona cada tres días.

Por otro lado, Neuer está comandando la corriente que obliga al arquero a convertirse en un jugador más de campo. La FIFA, a partir del Mundial USA 94, resolvió que los porteros no podían emplear las manos para controlar el balón salvo que éste viniese de un contrario o de limitadas entregas por parte se sus compañeros. Antes que el alemán, uno puede citar al español Víctor Valdés como el más potente exponente de esta corriente, y por ello, más que un premio individual, el arquero alemán está en condiciones de marcar una época en el fútbol para convertirse así en el prototipo ideal de arquero.

Cristiano se llevó el premio, su segundo consecutivo y tercero en su historial. No hay nada que objetar ni tampoco sería atrevido pensar que dentro de un año, el portugués y Messi vuelvan a coincidir en esta misma gala. ¿Neuer? Lo suyo es mucho más complejo, difícil y gratificante. En el camino encontrará otros reconocimientos, pero pelear contra el conformismo es su batalla más importante; si lo logra encontrará nuevamente su espacio entre estos dos monstruos que hoy alimentan, potencian y magnifican este deporte.

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