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Vinotinto Sub-17: rehenes de nuestras miserias

Si algo ha caracterizado nuestra historia deportiva contemporánea ha sido nuestra adhesión a la suerte y a la influencia de otros para lograr nuestros objetivos. En opinión de quien escribe, ya la suerte nos ha dado demasiado y ha llegado la hora de formar formadores.

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En Argentina hay una frase popular que reza «nos faltan cinco para completar el peso», que bien nos sirve para ejemplificar la realidad de nuestro fútbol. Tomemos el caso de la selección Sub-17 que compite en el torneo sudamericano de la categoría en Paraguay: los puntos obtenidos le permiten llegar a la última fecha de la etapa de grupos con posibilidades reales de clasificar al hexagonal final, y por ende, luchar por un cupo al mundial de la categoría.

Ese escenario que le describo -llegar al hexagonal final- ya no depende de los chicos venezolanos, sino que por culpa de errores puntuales ahora el equipo venezolano está en manos del destino, entendido este como los caprichos de la suerte y los desaciertos en que puedan incurrir nuestros rivales directos.

Le pido disculpas si no profundizo en equivocaciones individuales o momentos determinados de esta competencia para explicar la incertidumbre que significa depender de terceros, pero es que mi obstinación me lleva a pensar que nada en esta vida es casual, por consiguiente, si siempre estamos ligando con el corazón en una mano y el rosario en la otra, hay algo que debemos estar haciendo mal, o que por lo menos requiera de nuestra atención.

En momentos en que la selección Sub-20 criolla no fue lo que muchos esperaban y nuestros clubes fracasan nuevamente en la Copa Libertadores, los directivos de los equipos criollos han decidido cambiar el formato de la liga, y una de las aristas que esa modificación contempla es llevar la primera división a 20 equipos. Le pregunto a usted, estimado lector, ¿no es eso promover y ahogarnos aún más en la mediocridad? Cuando se habla de excelencia la referencia tiene que ver con las pruebas que han tenido que superar los pocos que han llegado a ese estado, pero nosotros, más papistas que el Papa, nos empeñamos en recorrer el camino contrario y fomentar el amiguismo antes que la competencia.

Volviendo a la sub-17, algún amigo me señalaba que este equipo era tal cuando atacaba y dejaba de serlo cuando defendía, ya que los futbolistas que se acercaban al arco contrario olvidaban que una vez perdido el control del balón debían involucrarse en la recuperación del mismo, no desentenderse y tirarle la responsabilidad a sus compañeros. Esa conducta que le narro no es exclusiva del equipo de Ceferino Bencomo; me atrevería a identificarla como algo común a todas nuestras selecciones y es, sin que me quepa la menor duda, uno de los mayores enemigos que tiene Noel Sanvicente para establecer su patrón de juego en La Vinotinto.

Como ese ejemplo hay muchos más, y ya va llegando el momento de que se entienda que sólo quien fue bien educado en el colegio podrá intentar sobresalir en la universidad; que más allá de Bencomo, Echenausi o quien sea, los futbolistas criollos no cuentan con los mejores formadores porque a estos últimos no se les entregan las herramientas necesarias para educar a nuestros futuros vinotintos. Ya basta de regalar uniformes; ha llegado la hora de comprometernos y colaborad en la formación de formadores, de lo contrario seguiremos alternando tres malas con una buena o haciéndonos partícipes de esa horrorosa costumbre que se ha convertido en el primer deporte nacional: ligar y rezar.

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