Deportes

Lo que le enseña la sub 17 femenina al fútbol venezolano

Cada vez que se produce alguna hazaña deportiva, esta roba las miradas y atrae la atención tanto del público como de los medios de comunicación. Luego, con el tiempo, algunas son olvidadas. Y las que no se pierden con el pasar de los años, tienden a ser recordadas por el desenlace y no por el proceso. Prevalece el final sobre el porqué.

Publicidad

Cuando el pasado domingo, la selección femenina de fútbol se consagró bicampeona del Sudamericano sub-17, se produjo una algarabía propia de los grandes hitos internacionales. No era para menos: el logro afianzaba al país como una de las principales potencias que ha tenido la disciplina en la última década, y lo mantenía como monarca de la Conmebol. Pero para entender cómo se alcanzó el objetivo, no basta solo con resumirlo en siete partidos muy bien jugados, sino que hay que retroceder un poco más.

El título obtenido por las dirigidas por Kenneth Zseremeta es algo mucho más causal que casual y se debe, en primera instancia, a un trabajo sostenido desde hace más de tres años. Incluso desde antes de la edición de 2013, en Paraguay. Allí la Vinotinto comenzó una labor de preparación para competir en el concierto internacional, y para aquel certamen llevó a muchas atletas con edades muy inferiores al tope que exige la competición.

Para muchos, asistir con un plantel tan joven era “dar ventajas al rival”. El cuerpo técnico no lo interpretó así, y, convencidos de que la elección de las jugadoras era la correcta, arribaron a la sede del evento. Poco importó utilizar futbolistas de 14 años en un certamen sub-17; Venezuela fue campeona invicta, y lo que se llegó a tildar de locura, terminó siendo un punto clave para el siguiente ciclo.

Más de la mitad de la plantilla era elegible para la próxima edición del torneo, en la misma categoría. Eso le permitió a Zseremeta y su staff llegar a 2016 con, posiblemente, el grupo más experimentado del Sudamericano. Ocho de ellas tenían un Mundial en sus currículos, y siete habían participado, en 2014, en unos Juegos Olímpicos juveniles. El rodaje internacional fue fundamental. Se notó.

A su vez, comenzar la preparación tantos meses antes del pitazo inicial fue algo determinante. Argentina y Uruguay, por colocar dos ejemplos, no tuvieron ni 50 días entrenando juntas, y los resultados hablaron por sí solos. El combinado nacional sí tuvo tiempo como para generar su propia identidad, y armar una selección que pusiera en práctica lo solicitado por sus timoneles. Y no solo a 11 atletas en particular, porque –de hecho– el cuadro tricolor tuvo las bajas de Fátima Lobo, Wilkary Camacho y Yuleisi Rivero, tres que fácilmente pudieron haber sido titulares, pero quienes ingresaron en sustitución de ellas, hicieron que no se sufrieran las ausencias.

Ahora el fútbol femenino en Venezuela sigue dando de qué hablar. Para muchos quizá será tendencia por algunas semanas, o puede que la moda se prolongue un poco, ya que se avecina participación criolla en los Mundiales de Jordania (sub-17) y Papúa Nueva Guinea (sub-20). Lo cierto es que se está en presencia de la generación más importante que haya visto el país en este deporte, y aunque los flashes no duren para siempre, ellas ya están habituadas al trabajo silente y las promesas no cumplidas.

Publicidad
Publicidad