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El cruyffismo comenzó con un puros criollos

Johan Cruyff, el fundador de la secta a la que hay que pertenecer para triunfar como entrenador del Barcelona, dirigió su primer partido oficial en 1988 con una alineación de 11 españoles que hoy no dice poco o nada, pero construyó los cimientos para la llegada del Messías del siglo XXI

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FOTOGRAFÍA: AP

Le voy a armar un equipo de fútbol con once nombres que hoy probablemente le dirán poco o nada. Zubizarreta en el arco; López Rekarte, Alexanco y Miquel Soler en la defensa; Luis Milla en todo el círculo central, escoltado por Roberto Fernández y Julio Alberto Moreno; un tal Eusebio Sacristán (una especie de Iniesta de la prehistoria) de enganche; “Lobito” Carrasco, Julio Salinas y Txiki Begiristain en la delantera. Ni siquiera había extranjeros, no en esa primera jornada de la temporada 1988-1989 de la liga española. Apenas se permitían dos por equipo, inconcebible. Estaban inscritos el inglés Lineker, ya de salida, y el defensa brasileño Aloisio.

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Así comienza oficialmente una revolución: el cruyffismo (sin Cruyff en la cancha) en el Barcelona. Victoria 2-0 sobre el Espanyol en el clásico catalán. La chupeta de consuelo para los frustrados que jamás vimos un partido en vivo de uno de los jugadores más geniales, veloces, fugaces y fumadores de todos los tiempos, fallecido este Jueves Santo a los 68 años. El eslabón perdido entre, no me pregunte cómo, el concepto del fútbol total de la Naranja Mecánica (la selección de Holanda) de los años 70, el comeflorismo de los que deliran con las letras de Joan Manuel Serrat y la llegada del Messi-anismo al mejor equipo del mundo en lo que va de siglo XXI.

Cruyff jugó su único Mundial antes de que yo naciera: quedó subcampeón en el torneo de Alemania 1974 que todavía no se sabe cómo perdió Holanda. El deber ser es que nos pusiéramos a ver en Youtube videos de la época para tener una idea de cómo jugaba aquel flaco despeinado y con una gigantesca manzana de Adán, y a cuyo lado todos los demás futbolistas se sentían Volkswagens Escarabajos pasados de moda. No hay tiempo. Lo que sabemos es que, con Cruyff el jugador o Cruyff el entrenador, el fútbol pareció un deporte más joven de lo que es. Johan Cruyff siempre prefirió retirarse a tiempo para no ser alcanzado por la velocidad de su propia luz.

Se formó en el Ajax de Amsterdam y apenas jugó cinco temporadas en el Barcelona (un título de Liga) entre 1973 y 1978, pero si algún día Cataluña se convierte en nación independiente, Cruyff saldrá en las estampillas junto a la catedral de la Sagrada Familia. Como entrenador, lo de 1988 fue el descubrimiento de un continente lleno de frutas exóticas, la aventura que babeaba de envidia a un madridista. Salieron 12 jugadores de la plantilla y entraron 13 nuevos en la plantilla. El primer elegido para la crucial posición del “4” o director de orquesta (el Big Bang del universo del barcelonismo) fue Luis Milla, antecesor de Guardiola, Xavi o Sergi Busquets. El tridente cuando todo el mundo atacaba con dos. A Cruyff le gustaba la defensa de tres hombres, hoy Luis Enrique prefiere a cuatro si es que alguien como Dani Alves es un defensa, pero la esencia es la misma: ¿para qué dejar gente ociosa atrás, si casi todo el tiempo vas a tener posesión de balón?

Apoyó su proyecto sobre la Masía, la cantera blaugrana catequizada a su imagen y semejanza, y sintió especial predilección por dúctiles importados vascos ideales para sus malabarismos de piezas intercambiables: Alexanco, el proto-Piqué, un central-escaparate al que ponía en el área contraria en casos de emergencia; López Rekarte, que defendía por ambas bandas; Txiki Begiristain, un delantero mentiroso, apto para situarse entre obsoletas líneas enemigas sin respuesta para lo impredecible, como otro jugador inteligentísmo e indefinible, José Mari Bakero (el cruyffismo sin Cruyff); Julio Salinas, un delantero de área solo aparentemente torpe; Zubizarreta, el embrión del portero-líbero. Faltaban por incorporarse piezas que serían cruciales en los años siguientes: Ronald Koeman, Michael Laudrup, Hristo Stoichkov, los canteranos Pep Guardiola, Guillermo Amor, la “motoneta” Sergi Barjuan, Miguel Ángel Nadal y pare de contar. La escuela de la que mamó Lionel Messi desde que le inocularon el suero del crecimiento.

El cruyffismo se ha convertido en una secta, una de esas fraternidades secretas a las que necesariamente había que pertenecer para ser presidente gringo: si no lo llevas en el grupo sanguíneo, si no hiciste los ritos de la cofradía, si no llevas el tatuaje, no vas a durar en el Barcelona. No lo entendió el esclavista Louis Van Gaal (incapacitado para desarrollar la sutil alquimia en la que la disciplina se convierte en exuberancia), a pesar de que se creía que tenía la mitad del camino andado simplemente por ser holandés. Mucho menos el “Tata” Martino, que se sintió perdido en Tokio. Recibieron la mordida en el cuello Rijkaard, Guardiola, Luis Enrique. No nací a tiempo para ver jugar a Cruyff y no viviré para comprobarlo, pero el cruyffismo y su línea sucesoral ha ganado cinco Champions Leagues en los últimos 24 años y a ese ritmo dejará atrás las 10 orejonas del Real Madrid quizás antes de le llegada del hombre a Marte.

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