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El inevitable “derecho de admisión”

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Ayer me topé con uno de esos tantos videos que, a manera de noticiero sensacionalista, revelan la crisis generalizada que sufrimos los venezolanos: un par de mujeres policías defendiendo la propiedad de dos pacas de harina PAN que llevaban en su patrulla. No las acusaré de contrabandistas ni nada por el estilo, ya que el contenido de la grabación no aclara eso, pero la evidente interpretación de las imágenes demuestra la crisis social en la que hemos sucumbido como ciudadanos. Se veía a una de las gendarmes a punto de desenfundar su arma para dispersar o disparar (no queda clara su intención) a los que reclamaban que el alimento se encontraba en la tolva de ese vehículo. Estaba dispuesta a agredir para defender lo que, aparentemente, estaba mal hecho. La bajeza de la situación me dejó reflexionando sobre lo descompuestos que estamos como sociedad, pero luego la televisión mostraba un resumen de los hechos extra deportivos acontecidos en el clásico de Pueblo Nuevo entre Táchira y Caracas, en el que las violentas imágenes y la pasividad de las autoridades (que antes de prevenir los hechos solo reaccionaron con disparos de bombas lacrimógenas en un espacio en el que muchos niños, mujeres y adultos mayores se reunían) se mezclaban como un cóctel explosivo que invita a pensar que la situación nunca acabará y, al contrario, será más cruenta. En ambos casos, el descontrol superaba a los efectivos policiales. Un plan de seguridad inefectivo mandaba al olvido aquella aislada experiencia positiva vivida hace casi un año en la Capital del país, en ocasión de otro partido con los mismos rivales. De inmediato, la primera reacción de todas las partes involucradas es señalar, encontrar culpables. Acusar al otro es ya una parte común de nosotros los venezolanos, que nos enfrascamos en ver quién generó todo y no en luchar por encontrar cómo evitarlo. Culpar, responsabilizar, pero nada de responsabilizarse ni brindar o proponer soluciones. La ineficiencia de las fuerzas de orden público en el manejo de este tipo de situaciones vandálicas entre barras de violentos es real, demostrada y demostrable. Por eso, la mencionada experiencia del clásico vivido en Caracas en el Clausura 2015 deja de ser el paradigma y se convierte en rareza, cuando la realidad es la acción inadecuada de policías y guardias nacionales en este tipo de situaciones. ¿Por qué el espacio de distención entre aficiones era tan pequeño cuando comenzó el compromiso de ayer en Pueblo Nuevo? Quedó demostrado luego que con una simple ampliación de esa zona la calma estaba asegurada, lo que revela que el plan previsto, falló. En este punto me retracto de haber sido un claro opositor al derecho de admisión que tienen los equipos de aceptar la visita de fanáticos visitantes en sus escenarios. Siempre entendí que apelar a ese derecho que permite el reglamento de competición federativo era para las directivas una solución fácil, que no comprometía dinero, reuniones, tiempo y logística.  Entendía que los clubes apelaban a ese recurso establecido en el Artículo 13 de las normas reguladoras de la competición, buscando una especie de comodidad para evitarse el engorroso diseño del dispositivo de seguridad. Sin embargo, la evidente inexperiencia de los organismos responsables de prevenir los desórdenes y controlar los mismos hace entender que ni por las más buenas intenciones que pueda tener un equipo de cuidar a la fanaticada rival, habrá garantías de lograrlo. Incluso, en ciertos casos, hasta los efectivos de fuerza pública son pocos y en otros, ni acuden al lugar del evento. En este escenario, impedir la asistencia de aficionados visitantes, es la medida efectista más efectiva que pueda haber para prevenir enfrentamientos, lo que, ciertamente, no erradica el problema desde su base. Y es que la columna principal de la violencia en los estadios sigue siendo alimentada por la realidad social de Venezuela, pero yo diría que es algo más relacionado a lo judicial. Ante una innegable deformación cultural y social del venezolano, el barrismo se ha convertido en un mero sinónimo de delincuencia. Una expresión de identificación sentimental con algún equipo es exiguo en nuestro país comparado con el arraigo que existe en otras naciones del continente y aquí los enfrentamientos pasan más por las ofensas y el sinrazón de saberse “el más malo”, “el más rata”. (Sobre este particular, recomiendo dedicar tiempo para la lectura del trabajo Documento Poblacional sobre el Barrismoen Colombia, en el que se explica claramente las diferencias entre las diferentes barras de aficionados en Suramérica) El factor realidad país interviene cuando estos vándalos pueden hacer cualquier fechoría sin que el sistema judicial pueda detener sus acciones. Corrupción, leyes que se vienen gestando desde hace años y terminan engavetadas y desinterés legislativo en atender un problema que ya dejó de ser naciente, evidencian que cualquier acción de índole jurídico que se pretenda tomar, no servirá de nada. Es decir, la aprobación de la Ley contra la Violencia en los Eventos Deportivos será un mero enunciado (como un sinfín de instrumentos similares más) sin una estructura judicial que garantice su cumplimiento, cruda realidad legal de todo en nuestro amado pero destruido país. Por ello, una medida positiva para evitar la violencia parte de la prevención, de las medidas que se puedan adoptar desde cualquier ámbito para evitarla. En este punto, la responsabilidad de los medios de comunicación, jugadores, técnicos, federativos y los directivos del fútbol es enorme. Los mensajes de odio, de culpa, de conflicto, el manejo de un verbo conflictivo y pendenciero tanto en los diarios, radios, televisoras y redes sociales son caldo de cultivo para fomentar el desorden. En el caso muy específico del periodismo, es indignante apreciar cómo reconocidos comunicadores utilizan sus espacios mediáticos para disparar odio y culpa contra los rivales, una violación ética que se transforma en vulgares agresiones verbales, absorbidas por el aficionado que traslada la palabra a la acción. Todo intento que se haga de erradicar la violencia sin acciones preventivas será en vano. La necesidad de una profunda renovación moral se hace más imperiosa a medida que el país sigue hundiéndose en una crisis que abarca todos los ámbitos. Suena difícil y lo es, pero hacia eso se debe apuntar. Una ley sin piso jurídico que garantice el disfrute del espectáculo futbolístico en el estadio en plena paz, no erradicará la violencia. — Nota: Mi desesperanza es mayor, cuando antes de concluir esta columna, abordé un vagón del Metro de Caracas en el que un adulto mayor, sentado en su correspondiente asiento de color azul, aseguraba a vox populi que si algún ladrón pretendía robarlo, él lo dejaría “comiendo con pitillo” (al mismo tiempo que mostraba desde el bolsillo de su pantalón un pesado candado anti cizalla con una gruesa cadena). La supervivencia en esta salvaje selva se hace cada vez más cuesta arriba. ]]>

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