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Táchira: La eliminatoria se fue en la ida

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FOTOGRAFÍA: AFP

Cuando salí de Pueblo Nuevo el martes pasado, mientras caminaba por las escaleras que conducen al estacionamiento, le decía a Mariann, mi señora, que no podía estar contento con ese 1-0. No entendía en el carro por qué se celebraba tanto esa victoria en el post partido de los programas radiales. La realidad era que se sacó muy poquita renta ante un monstruo como Pumas y el lamento era mayor porque aquella noche Táchira nos dejó una brillante actuación, pero que le faltó goles, esos que pudo hacer hasta tres veces José Miguel Reyes si no hubiera abanicado cada vez.

Y es lo que pasa una y otra vez con la participación de los equipos venezolanos en las competiciones continentales: siempre falta el medio para completar el fuerte. Todo lo que ocurra distinto es una proeza y antes del partido de hoy estaba convencido que cualquier marcador que permitiera la clasificación de Táchira a los Cuartos de Final, sería una hazaña. No por demeritar las capacidades de los jugadores y el cuerpo técnico que con gallardía batallaron hasta el último suspiro, sino porque nuestra realidad futbolística sigue siendo estando lejana de lo que manda en el Continente.

A Táchira no lo elimina el 2-0 en el DF. Lo saca de carrera las ocasiones perdidas en la ida. Encajar un gol tempranero anunciaba esta noche una catástrofe pero entre José David Contreras (inobjetablemente el mejor arquero criollo en la actualidad) y un impreciso rival, Carlos Maldonado fue llevando a los suyos a punta de aguante hasta las postrimerías del choque. Porque su equipo no hizo otra cosa que esperar y tratar de apuntar a algún despiste rival para contragolpearlo. Creo que no había otra manera de plantearlo: el rival era infinitamente superior en su cancha, con su gente. Algo de atrevimiento se asomó al comienzo pero Yúber Mosquera y José Miguel Reyes no facturaron en el momento más necesario. Es ya fastidioso repetir que en este ámbito no se puede perdonar. Hay que ser implacable.

Pumas terminó con nueve jugadores extranjeros en la cancha, casi todos, seleccionados nacionales. Exhibió a los dos mejores defensores centrales de la Copa (Gerardo Alcoba y Darío Verón) y con apretar la máquina un poquito sobre el final, gracias a un par de buenas acciones del “Chuco” Sosa, le bastó para zafarse al equipo criollo. No creo ser mediocre con aplaudir lo hecho por Maldonado y su grupo, pero el status quo designa que la lógica determine lo que terminó por ocurrir. El grupo nos permitió volver a soñar en medio de un retroceso del país futbolístico alarmante, donde solo las individualidades, las de los futbolistas, sacan pecho por él.

Queda la satisfacción de haber ganado los cuatro partidos en casa encajando un solo gol y el hecho de haber trascendido de fase luego de siete años, como equipo venezolano. El haber sido competitivos es un mérito valorable cuando la tendencia marca que estos son territorios extraños para nuestro fútbol. San Cristóbal, esa ciudad tan abatida por la crisis, se contagió de la hermosura de volver a escuchar el nombre de su equipo entre los bravos de América, de la mano de uno de sus hijos pródigos, Carlos Fabián.

Nada que reprochar. Quizá solo que Táchira tenía que cumplir la tarea en el encuentro de ida y no lo hizo, pero la FVF tampoco le ayudó a llegar fresco para darle un empujoncito físicamente hablando. Era difícil afrontar la altura de Ciudad de México luego de tantos partidos, tantos viajes vía Cúcuta con frontera cerrada.

Ahora, a esperar con paciencia otra gesta nacional.

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