Deportes

La crisis anunciada del Deportivo Táchira

Hace 41 años, prácticamente el mismo tiempo de su existencia, que Deportivo Táchira no tenía un comienzo de campeonato tan pésimo como viajero, según los números que maneja el estadígrafo tachirense Anderson Quiroz. Una losa pesada de cuatro salidas y cuatro derrotas complica el trayecto de un equipo que hace apenas unos meses nos emocionaba a todos con un buen andar en Copa Libertadores. San Cristóbal está triste porque uno de los pocos motivos de alegría en estos últimos tiempos críticos, ahora genera amargura.

Publicidad

Cuatro viajes, cuatro derrotas en lo que va de Clausura: 3-1 en Barinas, 3-0 en Caracas ante Atlético Venezuela, 4-0 en Maturín y 3-0 ayer, en Valencia, ante el Carabobo de un hombre al que le corre sangre amarilla y negra como Juan Domingo Tolisano. 13 goles en contra, apenas uno a favor y ni siquiera un punto en los bolsillos. Como es costumbre en nuestro fútbol y mucho más en la región del país en la que se vive con más pasión ese deporte, buscar culpables de este bochornoso arranque es la actividad más realizada, tanto como hacer largas filas frente a un supermercado o en las estaciones dispensadoras de combustible. La radio, la gente en la buseta y los opinadores de Twitter concuerdan en acusar a la directiva como factor generador de la crisis al no reforzar adecuadamente la plantilla para este semestre, en el que el calendario indica que hay dos frentes que encarar. Sin embargo, en el análisis más objetivo, las responsabilidades son compartidas en el seno de un gigante que atraviesa uno de sus peores momentos.

Como cualquier empresa, en Táchira la administración debe cuidar la sostenibilidad de su inversión, ciertamente, pero debe hacerlo considerando que no maneja una entidad que solo los tiene a ellos como dolientes. El impacto de las decisiones afecta siempre al aficionado, bien sea en ilusión o frustración. Las acciones siempre están sometidas a la lupa de un pueblo que exige enormemente.

La dura eliminación ante Aragua en el Apertura era el alerta naranja de que el plantel necesitaba mayor profundidad. Quedaba demostrado que para aspirar a todo, como siempre arranca Táchira cada semestre, era necesario sostener el equilibrio de un grupo que terminó fundido en la primera parte de 2016. Con una mezcla de juventud y experiencia, la plantilla seguía dependiendo de la conducción de un «Zurdo» Rojas al que no se le encontró otro bastión de referencia para el momento en que su más que entendible agotamiento asumiera ese rol. «Maestrico» González ya no estaba, ni los encendidos Yohandry Orozco y Gelmín Rivas, activos de mucho valor que fueron transferidos sin encontrar recambios de garantía. Es decir, el problema de confección del plantel ya venía desde los tiempos, exitosos en su fin de ciclo, de Daniel Farías.

Carlos Maldonado lo advertía. En junio, post Copa América Centenario, ya era un hecho consumado que Wilker Ángel, el pilar defensivo del equipo, sería transferido. Las previsiones tomadas no fueron las adecuadas. Carlitos apostó por Diego Araguainamo como el sustituto del nuevo central fijo de la selección, un chico que mostró buenas maneras con la confianza de Nicolás Larcamón en Anzoátegui, pero con un elevadísimo compromiso de liderar la zona de retaguardia tachirense, plan que hasta el momento, le ha quedado enorme.

Es entendible que hacer mercado en el fútbol local es muy ajustado. Los jugadores que marcan diferencias están atados a compromisos contractuales importantes, pero los recientes ingresos por transferencias de efectivos y algún remanente de la participación en Libertadores, pudieran haber servido para encontrar hombres de más experiencia, algunos que no tuvieran que presentar cartas credenciales para aspirar a ser referentes.

Maldonado ha hecho de todo y nada le ha salido. Su apuesta, el propio Araguainamo, ni siquiera fue convocado en el último choque ante Carabobo. Los utilitarios Carlos Lujano y José Marrufo no terminan de sumar el medio para completar el bolívar y Yúber Mosquera queda expuesto en una zona donde ahora resalta más la ausencia del juvenil Eduin Quero, quien permanece con la Selección Sub 20 en España.

Si bien las bajas del plantel no han sido numerosas, soltar a sus dos centrales titulares (Ángel y Williams Martínez) de un día para otro rompe con la seguridad defensiva, tradicionalmente la cabeza del armado de todo equipo de Carlos Fabián. Esa inestabilidad en la retaguardia, con el agregado del escaso aporte hasta ahora del nuevo extranjero, el uruguayo Souza Motta y un alarmantemente inseguro José Contreras, ha abierto un boquete en el barco Aurinegro que yace a la deriva y no parece encontrar manera de que sus ingenieros puedan solucionar el siniestro. La falta de refuerzos de garantía se junta con el fallo en la elección de los sustitutos, responsabilidad directa de los directivos y el propio cuerpo técnico.

Cuestión de planificación, esa que demuestra que algo no anda bien cuando inexplicablemente uno de los refuerzos, José Alí Meza, llega de Portugal para en pocos días, ser enviado a Oriente Petrolero de Bolivia. Un jugador sin protagonismo para Maldonado en el efímero retorno, demostrando que no fue un pedido del técnico. Discrepancias evidentes.

Otros aspectos motivan el mal andar de Táchira: la intermitencia de Sergio Herrera no le da continuidad en el ataque a un equipo que perdió el poder ofensivo de otrora y que hoy confía en la chamo de 16 años, Jan Hurtado, para que resuelva la falta de efectividad. Sin someter a las edades a un juicio de responsabilidades (el Lara campeón de Saragó desmiente la tesis y de sobra es conocido que “Zurdo” Rojas ha sido el mejor del plantel con un calendario cercano al retiro) Angelo Peña, Edgar Pérez Greco y el propio Rojas están lejos de su mejor nivel, cóctel de coincidencias que invitan a pensar que hay algo que puede no marchar bien puertas adentro. Haber salido de otros miembros de la «clase media» del plantel como «Tico» Pérez, Marcelo Moreno o Juan Carlos Mora, ahora limitan el abanico de posibilidades para pensar en alguien que conozca el trabajo y pueda poner tan siquiera un parche en el agujereado juego del atigrado.

Pero hay algo que es muy cierto: la paciencia definió en el pasado reciente que no hay que desesperarse. La directiva tachirense puede presumir de haber aguantado una ruda tormenta en los tiempos de Daniel Farías para demostrar finalmente que apoyar un proceso trae frutos a largo plazo. En el caso de Maldonado, la idolatría por él le permite una pequeña licencia al experimentado técnico de seguir insistiendo en la búsqueda de soluciones, aunque la tabla de posiciones lo aleja cada vez más de la zona de octogonal y los lobos de la Acumulada vienen aullando cerca, oliendo la presa del cupo a las competiciones internacionales. El margen de error es mínimo y parece que las variantes se han agotado. El ídolo acoge ese cariño de la gente como una presión extra para encontrarle la vuelta al entuerto, porque ya ese Pueblo Nuevo querido es cada vez más gélido en apoyo.

Táchira tiene que despertar, el fútbol venezolano lo necesita.

Publicidad
Publicidad