La expansión de la primera división del fútbol venezolano se produjo de cara al campeonato 2007-2008. Las razones que la justificaron fueron varias, pero la más importante era contentar a papá Estado tras la inmensa inversión en construcción de estadios que aún hoy, nueve años después, no están terminados. Más preocupante aún es que, sin importar que aquello hirió seriamente al espectáculo, hace un año se aumentó a veinte los clubes, amparados en la ilusión de una adecuación, bajo la promesa de reducir ese número a partir de la temporada 2015-2016.
La tragicomedia que describe a nuestra sociedad encontró una nueva muestra en la intención de algunos de evitar esa reducción. Inspirados en los miedos de quienes a mitad de temporada se ven cerca de la segunda división, una comisión pide a la Federación Venezolana de Fútbol que considere que aquel reglamento, que ellos mismos aprobaron, ya ni es justo ni es claro. Menudencias.
Aunque algunos crean que esas patadas de ahogado son hechos aislados, la realidad nos muestra que esos que hoy no están a gusto con lo aprobado por ellos mismos, son también los responsables de manejar la «adecuación» de nuestro fútbol. Pongamos a la Copa Sudamericana como ejemplo de lo que intento explicar.
El martes pasado, el ACD Lara cayó 1-3 en su debut por el torneo continental ante Junior de Barranquilla. El resultado parece contundente, pero quienes observamos el partido sabemos que lo del conjunto criollo fue, futbolísticamente hablando, muy plano, casi básico. Como soy de los que cree que el futbolista criollo está perfectamente capacitado para competir en ese contexto, mi mirada va más allá, y llega hasta quienes parecen guardar la esperanza de lograr mejores resultados aún sin modificar los comportamientos de toda la vida.
Es por ello que, tras revisar nuevamente los números de los equipos venezolanos en el segundo torneo continental, y tomando en cuenta la doble expansión, no da la impresión de que los dirigentes criollos hayan reflexionado sobre las causas del fenómeno que afecta a todos. Ya sé que el ser humano no aprende en cabeza ajena, pero estimado lector, va siendo hora de que realmente comprendamos la verdadera dimensión de esta forma de conducción.
Desde 2004 hasta el 2014, el club con mayor puntaje entre todos los participantes del torneo continental fue Sao Paulo, con 80 puntos tras 50 partidos. El equipo criollo mejor ubicado en ese ejercicio era Mineros de Guayana, quien logró 19 unidades luego de 14 enfrentamientos. Claro está que el torneo continental no se juega con el mismo formato de un campeonato doméstico, pero esta tabla ayuda a comprender en qué lugar estamos parados en el contexto continental de clubes. El segundo equipo criollo con mejor performance es Trujillanos con apenas 9 unidades.
En ese tiempo han participado 14 clubes criollos en el torneo continental, una prueba más de la inestabilidad que define a estos equipos, quienes en su gran mayoría fueron víctimas de constantes cambios de directivas, o mejor dicho, de propietarios, no sea que la primera definición confunda al observador desinteresado y le lleve a creer que esas modificaciones son producto de procesos democráticos.
Otro dato a tener en cuenta es que cuando se produjo la primera expansión (2007), el precio del barril de petróleo (estadística que explica y justifica casi todo en Venezuela) tuvo un promedio anual de 65,13 dólares -a finales de ese año ya pasaba la barrera de los 90 dólares por barril. En los años siguientes, el valor llegó a variar entre los 147$ (récord) y los 35$.
Insisto que esta estadística, aparentemente ajena al contexto del fútbol venezolano, debe ser tomada en cuenta, porque en esos años, como bien explica algún gerente del fútbol criollo, se firmaron contratos con sueldos insostenibles», aupados y promovidos por gobernaciones y alcaldías, todas dependientes del dinero público, ese que en su gran mayoría proviene del oro negro.
Tras la bonanza, la dirigencia criolla se ha mostrado incapaz de adoptar modelos de estructura y organización que permitan a los equipos criollos evolucionar, mucho menos competir contra rivales que aparentemente se muestran accesibles. No se debe olvidar que en las más recientes ediciones del segundo torneo continental se ha adoptado un criterio geográfico (Zona Sur y Zona Norte) para los primeros duelos, lo que permite evitar enfrentamientos ante clubes argentinos y brasileños, al menos en la primera instancia. Insisto, esas estadísticas que casi siempre sirven de escudo para los publicistas de la normalidad y la complicidad, hoy los condenan.
Por último, deseo regresar a los tiempos de bonanza y preguntarle a usted, que vive con mayor intensidad el día a día de sus equipos, si el apoyo financiero de gobernaciones y alcaldías dejó algo más que un puñado de horas extra de vida para esas instituciones, porque por los momentos siguen siendo pocos, muy pocos, los equipos que sufragan viajes de sus entrenadores al extranjero para actualizarse y aumentar su conocimiento; son pocos aquellos que desarrollaron una estructura que les permitiese ser autosustentables; son pocos los que construyeron sedes propias y campos de entrenamiento; pero son mucho menos aquellos que apostaron fuertemente por el desarrollo de sus propios jugadores. Permítame ser reiterativo, pero aún estoy esperando los resultados de la adecuación, o qué diablos querían decir cuando la plantearon
Nada de lo que viven nuestros equipos es casual ni es obra de alguna conspiración continental; la realidad, en este caso, es el resultado de la improvisación y la soberbia, esa que evita que algunos escuchen consejos o se rodeen de gente mejor preparada. Hasta que no comprendan y acepten eso, presentaciones como la del Zamora en Ecuador serán cada vez más esporádicas. Pueden acusar al columnista de turno y señalarlo como «enemigo del proceso», o incluso esgrimir que va en contra de los intereses del balompié criollo, pero son ustedes y no la prensa los encargados de cambiar esta desastrosa dinámica.
Más los ayudará la crítica que el silencio cómplice e interesado.