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José Peseiro: ¿por qué se le exige un estilo que no existe?

Venezuela se dispone a encarar nuevos partidos de la eliminatoria rumbo a Catar 2022. Al técnico portugués se le reclama que no continuara una línea de trabajo previa. ¿Pero es realmente así? Aquí lo analizamos

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Vinotinto

¿Debía mostrar la selección de Venezuela un estilo, en el inicio de las eliminatorias y tras el parón de la pandemia? La pregunta, constante en los medios de comunicación, columnas de opinión y foros futbolísticos, no es fácil de responder, al menos si se le quiere dar un poquito de profundidad a un tema controversial y que regularmente se asocia a la subjetividad que hace del fútbol una materia tan particular.

Veamos. Si decimos que sí, es porque damos como un hecho la existencia de una base, unas formas, unas ideas, heredadas del ciclo de Rafael Dudamel. Si respondemos que no, se esgrime que nunca se consolidaron esas directrices que el exarquero intentó imponer. En conclusión, se juzga el presente por el pasado, algo bastante usual en cualquier proceso futbolístico, pero que resulta engañoso debido a que ningún partido se parece a otro y tampoco una eliminatoria a la otra.

No soy de los que creen que la selección tiene un estilo. No lo tuvo con Dudamel ni con Noel Sanvicente ni con César Farías. Para remontarnos a un trabajo claro, que respondía a las características de juego de los involucrados, habría que mencionar al padre de la criatura: Richard Páez. De esto se han escrito miles de historias, pero hay unanimidad: el boom Vinotinto llegó de la mano del juego asociado, del toque, de la unión del talento y el sacrificio de un grupo de jugadores entonces no muy conocido fuera de nuestras fronteras. Venezuela era novedad y aprovechó el desprecio de los contrarios para sorprenderlos. Cuando la selección fue tomada en serio por el resto de rivales de Suramérica, llegaron los problemas y allí el técnico tuvo dificultades para reorientar su trabajo y mantener al equipo en competencia. Lo podemos comprobar en la Copa América de 2007.

Es paradójico, fue Uruguay la víctima que puso a Venezuela en la palestra mundial con el llamado «Centenariazo»  y el victimario en esa Copa América de 2007; en su propia fiesta, el seleccionado criollo no alcanzó un tope de rendimiento y fue goleado. Llegó entonces César Farías y barrió con el pasado, paradójicamente de lo que se le acusa hoy a José Peseiro (en estilo, me refiero). Con un manejo de grupo realmente admirable y a pesar de su bisoñería, el  nuevo estratega terminó por imponer un fútbol de «cuchillo entre los dientes».

Más que un estilo, lo de Farías era un manual de sobrevivencia, una manera de competir desde la minusvalía. Entendía el estratega que la Vinotinto no tenía el nivel para codearse de tú a tú con el resto. En consecuencia, cedía el balón. Agazapados, el arquero, los defensas y hasta los delanteros se convertían en bomberos. Recibían más de 14 remates dentro del área en los partidos. Eso no es defender bien, pero esa imagen quedó en la retina del espectador, porque en más de un partido le salió la propuesta. De hecho, probablemente Farías tenga el récord de ser el único técnico del mundo en haber ganado un partido sin un solo remate al arco contrario. Sucedió ante Bolivia, en La Paz. Lo ganó 1-0 con autogol.

La idea de un fútbol más directo, con Sanvicente, duró muy poco. Por las razones que fueran. Esta es una etapa gris, de la que poco se puede analizar. El técnico más ganador y en apariencia ideal para manejar al seleccionado, quedó en deuda. También sus jugadores. Algunos destellos se vieron en la Copa América de 2015, en aquel triunfo ante Colombia (1-0) y el cierre del choque contra Brasil (derrota 2-1) en ese torneo. De resto, los resultados devolvieron a Venezuela a su etapa primigenia.

Con Dudamel, el camino fue realmente largo. Se extendió una relación que estaba acabada hacía tiempo y los últimos partidos, en 2019, ante Japón (4-1), Bolivia (4-1) y Trinidad (2-0), con el cacareado 4-2-3-1 como base (que podía variar a 4-3-3 en algunos momentos), quedaron para la historia como lo que pudo ser. Sin embargo, para llegar a eso necesitó más de treinta partidos y si revisamos muchos de ellos, ese 4-2-3-1 había sido ensayado en 2016 con resultados interesantes.

El período de Páez comenzó en 2001 y finalizó en 2007; el de Farías entre 2007 y 2013 y Dudamel entre 2016 y 2020 (con un largo trabajo en las selecciones juveniles). La excepción de esta línea fue el caso de Sanvicente (2014-2016), quien abandonó su cargo acosado por el bajo rendimiento. A todos los entrenadores previos se les perdonó goleadas, presentaciones desastrosas y, no obstante, de nada valió: no fueron capaces de llevar a la Vinotinto de mayores a la disputa de alguna final en Copa América o de meterla, aunque fuera, en los puestos de repechaje de las eliminatorias.

Con semejante pasado, ¿se le puede exigir a Peseiro resultados en tres fechas? No se le puede pedir al fanático objetividad. Pero sí estamos en la obligación, como comunicadores, de presentar los ángulos para que justifiquen sus opiniones. En mi caso, desde que comenzó el proceso del técnico portugués, he escuchado las mejores explicaciones sobre lo sucedido en cancha y una sobria referencia sobre la actualidad de los dirigidos. Habla sin mentiras, sin frases rimbombantes, sin apuntar en contra del algo o de alguien. En algún momento, todos los técnicos del pasado se han atrincherado en el famoso «conmigo o contra mí». De alguna manera, eso nos ha condicionado como analistas. Algo que urge corregir.

Es importante que para el crecimiento del fútbol, el análisis de la selección pase precisamente por lo que se tiene y lo que se es. Actualmente, Venezuela tiene un grupo de jugadores buenos, que no están por encima de los mejores del continente. Podrá competir, sí, pero cada resultado positivo se conseguirá en la medida en que ese grupo juegue por encima de sus posibilidades. Lo contradictorio es que esos triunfos generan expectativas que se convierten en deseos y se desentiende el contexto, como sucedió con esas victorias de Estudiantes de Mérida y Caracas en Copa Libertadores. A la postre, en torneos de largo aliento, tanto los clubes venezolanos como la selección ceden ante la realidad: la superioridad de los contrarios. ¿Puede Peseiro encontrar la fórmula para tratar de igualar esas diferencias en 90 minutos? Ojalá así sea. No obstante, para eso hay que dejarlo trabajar.

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