La bandera de la homofobia en el deporte empieza a desteñirse en América, frente a la del arcoíris que alzan con orgullo personajes como Carl Nassib, el primer jugador activo de la Liga Nacional de Fútbol Americano que se declara homosexual y anota con ello un punto para el reconocimiento de los derechos LGBTIQ de los deportistas.
«Sólo quería tomar un momento para decir que soy gay». Así de simple, Nassib le dejó claro al mundo el lunes pasado en un video que su destacado desempeño como ala defensiva de los Raiders de Las Vegas no riñe, en nada, con su orientación sexual.
El estadounidense, de 28 años, precisó que la declaración que hizo en Instagram fue motivada por la «responsabilidad» que siente con el público y la visibilidad que ostenta entre los deportistas.
Por ello, se comprometió a hacer su «mejor esfuerzo (…) para cultivar una cultura que acepte y sea compasiva», y donó 100.000 dólares al Proyecto Trevor, que ayuda a prevenir el suicidio en la comunidad que celebra el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ el próximo lunes.
Marcarle un gol a la homofobia
Tal vez el fútbol es el deporte en donde más jugadores han decidido «salir del armario» para poder saltar a la cancha y empezar a hacerle goles a la homofobia.
A pesar de ello, no es fácil. Menos en una región tradicionalmente machista como América Latina, y si se habla de la década de 1980 la situación se torna aún más complicada para estos deportistas.
Ese fue el caso del uruguayo Wilson Oliver, quien debutó en el Nacional de Montevideo en 1986 y, según los expertos, tenía todo para ser un crack.
Sin embargo, al conocerse que acudía a sitios gais fue cedido a un equipo inferior. Pasó el tiempo y en 2005, con 38 años y habiendo terminado su carrera anticipadamente por culpa de la discriminación, Oliver se sinceró.
«Ahora me doy cuenta de que mi vida no era mi vida sino era la que los demás querían. Decidí que en poco tiempo iría dejando el fútbol porque era tanta la hostilidad, que me hacía pasar malos momentos», dijo al declararse homosexual.
Pero, agregó: «El amor del fútbol fue suplido por el amor de una pareja. Fue él quien me ayudó a rehacer mi vida».
Capitana valiente
Aunque no del todo, desde la historia de Oliver las cosas poco a poco han cambiado en América para los deportistas gay. Prueba de ello es Megan Rapinoe, capitana de la selección femenina de fútbol de EE.UU, quien en 2012 dio a conocer su orientación sexual.
Lejos de sepultar su carrera, ese año, durante los Juegos Olímpicos, ayudó a que su país ganara la medalla de oro.
Le siguieron otros triunfos como la Copa Mundial Femenina en 2015 y el ser elegida en 2019 como la Mejor Jugadora por la FIFA y recibir el Balón de Oro Femenino.
Además, ella y su novia, la jugadora estadounidense de baloncesto Sue Bird, en un hecho sin precedentes posaron desnudas para la portada de la revista ESPN, la meca de los deportistas.
«Solamente piensen cuán lejos hemos llegado, pero además en el clima actual y en el desafío ante el mismo. No es que solo somos atletas mujeres, sino que además estamos en una relación. Es increíble», manifestó Rapinoe.
En 2018 fue el turno de Fernanda Pinilla, jugadora de la selección chilena de fútbol y quien afirmó al medio local Palabra Pública: «Me cuestioné muchas cosas (…), que tal vez tenía que alejarme un poco del fútbol, que tal vez era el fútbol el responsable».
Al tener el balón en su cancha, la delantera, que clasificó al Mundial de Francia 2019 y tiene un doctorado en Física, hizo un fuerte llamado de atención a la sociedad latinoamericana al aseverar: «Ser mujer en Chile es difícil y ser lesbiana es peor. Me siento discriminada» porque «no me puedo casar, no puedo adoptar, no puedo tener hijos».
La verdad nos hace libres
Entre los deportistas del baloncesto, el argentino Sebastián Vega, que empezó a jugar en la Liga Nacional desde 2004 y hoy hace parte del Club Gimnasia y Esgrima de Comodoro Rivadavia, anotó la canasta más importante de su existencia el 10 de marzo de 2020.
Ese día, el alero publicó en sus redes sociales «La verdad nos hace libres» como resumen de una carta en la que contó a sus seguidores los «años durísimos» en los que llevó «una mochila muy pesada» sobre sus hombros al tener que ocultar que se sentía atraído por otros hombres.
«Hoy doy un paso determinante en mi vida. (…) Sé que marcará mi futuro, pero también me permitirá reconciliarme con el pasado. Y caminar con la cabeza en alto. Persiguiendo mi propia libertad», escribió.
Algo similar le sucedió a la campeona mundial y subcampeona olímpica de triple salto venezolana Yulimar Rojas.
«A mí lo que me importa es que el trabajo que yo hago sea respetado por todos. A mí me gusta que las cosas sean como son y que se respete la igualdad», manifestó la reina de las pistas a la prensa, no sin antes alzar su voz para asegurar que es un gran «salto» que, en el deporte, «respeten el amor y la vida».
Ganar la pelea
Nada más contradictorio para muchos que ser boxeador y gay. Pero irse a los puños era lo que el puertorriqueño Orlando Cruz mejor sabía hacer y en 2012 estaba dispuesto a hacerlo para sentirse libre.
«Siempre he sido y seguiré siendo un orgulloso puertorriqueño. Siempre he sido y seguiré siendo un orgulloso hombre gay», sostuvo en un comunicado quien se convirtió en el primer boxeador profesional en proclamar su homosexualidad estando en activo.
El peso pluma, que ha participado en 34 peleas, de las cuales ganó 25, 13 de ellas por nocaut, aclaró que no fue presionado por nadie para hablar del tema.
«Lo hice porque yo quería hacerlo y ser un hombre libre», comentó.
Lo mismo hizo la brasileña Amanda Nunes, conocida como «la mujer más peligrosa del mundo», la primera campeona gay de la Ultimate Fighting Championship.
Demoledora, como cuando está peleando, no tuvo miedo de reconocer que «se necesita tanto coraje para subirse al octágono como para aceptar y defender en lo que uno cree» y «luchar por la igualdad».
Y ahora, que en septiembre del año pasado se convirtió en madre luego de que su pareja, la también deportista Nina Ansaroff, diera a luz a una niña, Nunes lanzó nuevamente a la lona a los homófobos y demostró, esta vez sin alzar los puños, que lo «importante» es «sentirse feliz».