Economía

¿Está Confucio detrás del éxito económico de Singapur?

Los expertos occidentales han atribuido tradicionalmente buena parte del vertiginoso desarrollo de Singapur al pensamiento de Confucio, que fue importante en la puesta en marcha institucional pero ha perdido actualidad en la ciudad-estado.

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Foto: Agencia EFE

Confucionista confeso, Lee Kuan Yew recurrió a las prédicas del filósofo nacido más de 2.500 años antes en China cuando proclamó en 1965 la independencia de Singapur y su escisión de Malasia, lo que pese al anacronismo explicó para muchos la pujanza del nuevo país.

En términos económicos, el efecto de la receta -una suerte de meritocracia, basada en la confucionista doctrina de primar la educación para seleccionar a los mejores y que se hagan cargo de las responsabilidades de gobierno-, no deja lugar a dudas.

Tras décadas de un crecimiento anual que rondó dos dígitos, la renta per capita de los 5,5 millones de singapurenses, de origen chino en su mayoría, es 85.198 dólares, solo por detrás de cataríes y luxemburgueses, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Una frenética actividad comercial y financiera justifican este alto grado de prosperidad, de la que tampoco es ajena un segundo dato; de acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción, Singapur era en 2014 el séptimo país menos corrupto del mundo.

«En los ochenta los analistas occidentales buscaron qué es lo que compartían ciudades y países de Asia como Singapur, Hong Kong, Korea del Sur y Taiwán, para explicar su rápido crecimiento, y dedujeron que era el confucionismo», recuerda el profesor Kenneth Paul Tan.

Para el académico, vicedecano de la Escuela de Política Pública Lee Kuan Ywe, la percepción fue más acusada en el caso de Singapur.

«Es cierto que, en aquella época, el gobernante Partido de Acción Popular (PAP, creado por Lee Kuan Ywe), puso en práctica ideas confucionistas que entonces fueron muy útiles en términos económicos», admitió Tan en declaraciones a Efe.

El politólogo apuntó que el paternalismo del Estado -siguiendo el axioma confucionista de que el hijo siempre debe obedecer al padre-, ayudó a identificar al país con el pensamiento del filósofo chino.

Ese paternalismo estatal, que se traduce en Singapur en estrictas normas de comportamiento, entre las que la prohibición de mascar chicle es la más conocida pero no la más severa, es una extrapolación de la necesidad de mantener unida a la familia.

Y ese principio, que el pensador consideraba pilar del bienestar, se ha puesto este mes en entredicho, cuando el hijo de Lee Kuan Yew y actual gobernante, Lee Hsien Loong, fue acusado sin ambages por su hermana menor, Lee Wei Ling, de intentar instaurar una dinastía.

La acusación marcó el primer aniversario de la muerte del padre de ambos y, aparte de la necesidad de preservar la unión familiar, cuestiona la también máxima confucionista de anteponer el esfuerzo y el talento al origen y clase social en la promoción de la persona.

En opinión del subdirector de Human Right Watch en Asia, Phil Robertson, el caso del actual gobernante refleja la degradación del sistema instaurado por el fundador del país, «donde quienes ahora mandan no son los mejores sino quienes tienen más conexiones».

«En la época de Lee Kuan Yew eran los mejores quienes en efecto gobernaban y mandaban pero el PAP -desde entonces en el poder-, se ha convertido en una mera plataforma de ascenso manejada por mediocres», declaró Robertson a Efe.

Este declive de la meritocracia se inserta en un modelo de democracia local criticada por sus derivas autoritarias, entre las que figuran fuertes restricciones a la libertad de expresión y reunión, así como castigos corporales a los infractores de la ley.

Esa conjunción pinta un «futuro problemático», estimó Robertson, que alegó el desapego de las nuevas generaciones a la meritocracia.

Si el mito confucionista se encuentra en decadencia en la ciudad-estado no sucede lo mismo en China, cuyos últimos líderes, de Deng Xiao Ping al actual Xi Jinping, se han interesado en el modelo Singapur como ejemplo de desarrollo, según autores como David Bell.

Pese a su diferente magnitud, Singapur comparte con el gigante asiático el capitalismo económico y un régimen que en la práctica es de partido único; hasta las elecciones de 2015 la oposición no entró en el parlamento, donde el PAP aún acapara 83 de los 89 escaños.

El interés por el ejemplo de la ciudad-estado vino acompañado en la actual China por una vigorosa reivindicación del pensamiento de Confucio, que en época imperial llegó a ser religión de Estado pero fue proscrito por el líder de la revolución comunista, Mao Tse-tung.

«¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de confucionismo?», se preguntó el profesor Tan, que anotó que «como cualquier filosofía» la del sabio chino «está sujeta a todo tipo interpretaciones», lo que no impide que pueda seguir siendo «fuente de inspiración».

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