Espectáculos

La muerte en el desierto de True Detective

A True Detective le pasó como al chavismo. De Hugo Chávez a Nicolás Maduro. De la temporada 1 a la temporada 2. Y las críticas, oh, las críticas. En 2014 la miniserie de ocho episodios conquistó las audiencias ávidas de un thriller de nuevo cuño, además protagonizado por dos actores de indiscutible peso: Matthew McConaughey y Woody Harrelson.

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Aunque el final de la primera temporada fue calificado como débil frente a la robustez de todo el ciclo, el programa se abrió un hueco ente los mejores productos de ese año y generó una expectativa altísima, tanto que el propio guionista y creador Nic Pizzolatto aseguró le complicó el proceso de escritura. “Había mucha gente prestando atención (al proceso), incluso gente a la que no le gustó la serie”, explicó el novelista asegurando que “antes a nadie le importaba lo que estuviéramos haciendo”.

Esa factura se pagó con ocho capítulos desabridos, sin fuerza, sin interés y, especialmente, sin conexión emocional. Las razones han sido muchas, comenzando por el nuevo reparto que desde que fue anunciado hizo levantar más de una ceja. La preocupación aumentó cuando también se confirmó que Cary Joji Fukunaga -único y premiado director de la primera temporada- no se pondría tras las cámaras en esta segunda entrega que, además, pasaría los episodios por las manos de varios directores.

La dispersión del reparto, que pasó de dos protagonistas a cuatro –que se parecen demasiado-, no ayudó a la fórmula en donde la historia también se desvió demasiadas veces para contar el pasado de sus personajes. Pero el principal problema fue la trama, tan enrevesada y con tantas ganas de crear suspenso, que el interés por el crimen que pone en marcha el relato se queda huérfano en el camino.

Cuando la serie apenas iba por la mitad, ya HBO en voz de su presidente Michael Lombardo pedía esperar al final para juzgarla. Era demasiado tarde. La serie terminó sin mostrar los elementos que la hicieron grande, los diálogos concretos, el estilo narrativo de romper estructuras y saltar en el tiempo. Nada. Puro título y legado, con excepción de un tremendo tiroteo en el cuarto capítulo.

La crítica también le cayó a plomo. James Poniewozik escribió en Time que True Detective fue uno de los mejores programas de televisión y ahora también uno de los mayores desastres, una demostración de que “a veces un artista necesita un equipo detrás (o unas vacaciones)”, en referencia a Nic Pizzolatto quien asumió el total control creativo del programa.

En Wired, K.M. MacFarland suspiró “por fin ha terminado”, y Kelly Lawler del USA Today calificó la entrega como “excesivamente frustrante”. También Alan Sepinwall de HitFix fue lapidario: “Básicamente, esta temporada necesitaba una persona que quisiera y pudiera decir ‘Esto no funciona’. Y no la hubo”.

El vendaval continuó en Vulture, donde Matt Zoller Seitz dijo que dejó de defender la serie “porque parecía un necio”. “Ojalá Pizzolatto hubiera tenido otro año para trabajar en el proyecto, pero sólo si hubiera contratado un equipo de guionistas con experiencia en desenredar todos los hilos del enrevesado argumento, y quizá un showrunner que no tuviera miedo de decirle a Pizzolatto que no es bueno en todo, y que no debería avergonzarse por apartarse de vez en cuando y dejar que otros llevaran las riendas”.

Spoiler alert: Frank Seymon deja atrás su cuerpo tirado en el agreste desierto mientras cree seguir caminando. Es la imagen que mejor describe lo que ocurrió con esta temporada de True Detective. Por cierto, ¿habrán hecho colas para conseguir la leche del tetero de ese bebé en Barquisimeto?

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