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#relato

Sexo Para Leer: Grandes dimensiones

"¡Eso no cabe dentro de mi!" Pensé despavorida tras ver el tamaño de su miembro. Había bebido poco esa noche, lo que se traducía en una imagen real y no distorsionada. Las grandes dimensiones que procesaban mi mente no eran producto de la ficción.

#SexoParaLeer: Propuesta indecente

Me encanta que me complazcas -me dijo mirándome a los ojos fijamente mientras nuestros cuerpos desnudos dialogaban entre sí.

#Sexo para leer: lo mejor del Bus-Cama

No es mentira que la fantasía más recurrente de los viajeros es tener un encuentro sexual a bordo de un avión, pero para quienes les cuesta sacar el cupo Cadivi siempre existe la posibilidad de las rutas terrestres nacionales. Descubre cómo estos dos viajan cómodamente en transporte público en este relato erótico de Oriana Montilla

Sexo para leer: perdiendo el control

Siempre nos disputamos algo. Al compartir una casa, un cuarto, una cama, son muchas las cosas que tenemos que usar ambos. Y es allí donde comienza todo

Leyendas Urbanas de Nuestra Sexualidad: pastillas para excitar vacas

Los recuerdos remotos de la infancia lejana descubren una de las más fantásticas leyendas sobre la sexualidad local. En una rápida investigación personal, el autor revela que las llamadas "pastillas para la excitación" no forman parte de ningún mito urbano

Las corbatas de Dan Lee

Un relato con interferencia que suena desde la mala señal de un televisor RCA de 1985. Plaza Las Américas. Ska y medias de rombos

Sexo para Leer: ahora y donde sea

El sexo “no tiene horario ni fecha en el calendario”. “Cuando las ganas se juntan” el deseo no se controla. Una mirada basta para saciar dos cuerpos ávidos de manos, bocas, lenguas y toqueteo. No importa el lugar, solo importa lo que se quiere hacer y con quien se quiere hacer. Descubre en este relato erótico de Orina Montilla dónde y cuándo es el momento de actuar 11pm. Camila llegó al local nocturno donde se disponía a emborrachar para celebrar su graduación. Llevaba una camisa blanca ajustada y un pintoresco sombrero que decía “Licenciada”. Con un jean pegadito al cuerpo y unos tacones marrones muy altos llegó contoneando su cuerpo de lado a lado al compás de la música, una música visceral, esa que evoca movimientos pélvicos casi ancestrales, la que el cerebro réptil reconoce y relaciona con nuestro entrepierna. Jesús llevaba rato en el lugar. Él por su lado celebraba un ascenso bien merecido y se encontraba disfrutando de una noche liberadora para enfrentar el lunes siguiente las nuevas responsabilidades que le venían. De pronto la vio, miró, casi midiéndolo, el trasero de Camila y haciendo un gesto con sus manos y su boca en forma de “u” se la imaginó entre sus brazos bailando para él.

Diario de un jodedor: entre chulos y "roommates"

Nuestro columnista Joaquín Ortega nos lleva a través de un viaje mental por las desdichas y miserias de seres cotidianos al borde del hastío. Anaorgásmicas, chulos y tupperware   Así como existen anaorgásmicas, es decir jevas que no alcanzan una de las tantas fases del multiplacer femenino, también encontramos en el mundo, personas con falta de lateralidad para encontrar sus reales, su bolsillo, su cartera o cualquiera que sea el lugar donde guardan el dinero. Son unos desorientados financieros, sí usted gusta de los eufemismos. Así, a partir de estas realidades, probablemente deben haber escuchado un rosario de chistes o boutades del tipo: “dicen que nadie conoce el color de la billetera de Carlitos”… o “le dicen Barney, porque no le llegan las manos al bolsillo”….”la última vez que Patricia pagó un helado, los frenos, eran a pata como en Los Picapiedra”. Véalo, sí quiere, como una especie de falta de timing para pagar la cuenta que llega a la mesa, crea que esa gente sufre de olvidos momentáneos o que simplemente son distraídos. Si sigue así de buena persona, le va a terminar llevando pan con mortadela a los torturadores y no a los raptados entre gallos y medianoche. Muchas veces, esta sub especie urbana de vampiro financiero no posee ningún talento ni para escuchar, ni para levantar una chapa del refresco del suelo -mucho menos para picharle al amigo o a la amiga algún jevo o jeva- sólo hacen un bulto en el espacio para las fotos, son el volumen lambucio que se alimenta de tus ingresos. Estos pescuezos parecen tener conexión telepática con los mesoneros, de paso, cada vez que llegan a un sitio, piden algo más sabroso que lo que uno ordenó. Como monstruos de una mala película de terror, repiten la dosis de alimentos por hora. Son como adultos lactantes que deben comerse un teterito de pan de jamón, cada vez que cambian de canal de televisión mental. Con el cuento de la amistad -o de un favor que le hicieron a uno hace siglos- se aprovechan para saquearte la despensa, taparte el baño o llevarse tus libros. Consideran tu casa como un cyber café y te desvalijan ropa, juegos de video, litros de agua, kilos de jabón y horas eternas en la lavadora. Existen tantos bichos de esos como personalidades: están los madrugones que te buscan para chulearte un desayuno que se empate con el brunch; los trasnochados que no te dejan sino tres horas de sueño de tantos chats que abren; los que hablan desde el baño sin cerrar la puerta; los jugadores –a quien les encanta que tu les compres “su” KINO-; los psicópatas en potencia –mezcla de Hannibal con arquitecto de sueños- difíciles de clasificar porque no sabes a ciencia cierta sí son maricos o locos, y claro está los eternos repitientes –distintos, a los que se cambian de carrera, cada dos semestres-; siguen los dealers de todo tipo de droga legal o ilegal; los pipi loco; las zorras que saben que uno es la perfecta coartada de su deprave a la ene. Los racistas al revés –esos que te dicen que dejas la ducha hedionda a pollo… o los come curry, que te ven mal si haces algo a la plancha-; los nuevos ricos socialistas –esos que ponen a todo pata, cualquier monserga roja, a través de equipos sofisticados y traídos en la avioneta privada; los spanking harder, que son los peores porque, uno no puede reclamarles, si no es con un maletín a la altura del cinturón, para que no pillen, que lo que se lleva es la carpa, gracias a los comentarios explícitos que pedían sus amantes de turno. Están, de igual forma, otros personajes primos de los chulos: los roommates, entre estos tropezamos con las impúdicas, que se afeitan o se depilan con tobos en medio de la sala              -mientras uno recibe visita o intenta cenar-; las fanáticas de dejar post it en la nevera, en las puertas, en los monitores, en los espejos y en los Tupperware. Las peores son esas vacas, fajadas a dietas eternas, que se comen, de paso, lo que uno tiene a bien tiene en su rutina alimenticia: pecorino, cerveza, pan árabe y salchichón de Parma. Quedan los amantes del performance: los pistoleros sonámbulos, las lesbianas fotógrafas, los evangélicos en modo apocalíptico, los brujos a los que le baja una entidad danzante una vez por semana, los que usan audífonos – de esos que suenan más para fuera que para sus oídos-; los que vienen del interior, y no se desprenden de sus mañas de echar la basura por el balcón, orinar en los porrones o traerse alguna mascota autóctona tipo: gallina criada en caja o algún mal nacido loro, que recita todo el puto día, la misma décima a Maisanta. Quedan los sucios eternos, como los cultores del Poosterbate –neologismo fresquito que combina: hacer del numero 2, a la vez que se masturba el interfecto- Sobran los dañados después de viejos, que son esos tristes panas treintones, que cuando todo el mundo viene de regreso del perico, descubren las bondades de la cocaína, para rumbear con menores, a las que le está dando clase, en algunas de las dudosas instituciones de “educación superior express” actual. Paciencia, porque sí los chulos son unos lambucios del infierno, los roommates son lo más cercano a una maldición de suegra hecha realidad.

Sexo para leer: el precio del placer

El estrés, ajetreo y agotamiento no son buenos para la salud. Es por esto que Lucy decide quitarse los males con un relajante e inesperado placer, bajo las manos de este galán que no pierde el tiempo

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