Sexo para leer

Sexo para leer: perdiendo el control

Siempre nos disputamos algo. Al compartir una casa, un cuarto, una cama, son muchas las cosas que tenemos que usar ambos. Y es allí donde comienza todo

Texto: Oriana Montilla | Ilustración: Joel Hernández
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Yo tiraba de la sabana, él me jalaba la almohada. Eran alrededor de las tres de la mañana y estábamos rendidos en un sueño profundo y reparador después de un largo día de trabajo. Ignacio siempre se queja porque se despierta a media noche desarropado y me ve en mi lado de la cama enrollada y acurrucada con su parte de la cobija.

Era sábado, y habíamos decidido pasar el día entero echados, viendo televisión sin más que hacer. Despertamos y nos duchamos, tomamos un rico desayuno. Vimos algunas películas hasta que nos cansamos y decidimos hacer zapping para ver qué encontrábamos, como siempre él era el que tenía “la decisión en sus manos”, yo le quitaba la cobija pero él me quitaba el control. Encontró su programa favorito lo dejó en ese canal y se fue al baño. Yo estaba un poco aburrida y con un poco de ganas de jugar.

Por lo que cambié el canal y escondí el control de la televisión. Regresó del baño y al darse cuenta de lo que yo había hecho buscó “su bebé” entre las almohadas y bajo el cubrecama. En su búsqueda infructuosa se me escapó una risita nerviosa y se dio cuenta de que estaba buscando en el lugar incorrecto. Me miró y me dijo: “dámelo”. Solo con esa palabra me encendí y mi actitud juguetona cambió a una sensual, un poco felina, y así traté de esconder su preciado mando a distancia.

Decidí esconderlo en la parte de atrás de mi pijama, él se volteó y comenzó a registrar por donde yo me encontraba plácida y sensualmente tumbada. Sin tocarme me empujaba con su brazo, su codo y hasta sus hombros, era brusco. Sabía a qué estaba jugando así que se la puse difícil. Me quité el camisón sin decir más que: “hace calor ¿verdad?”. Buscando su atención quedé con la parte de arriba totalmente al aire. Mis pezones erguidos pedían a gritos su contacto, pero ahí estaba yo fuerte y sin dar mi brazo a torcer, solo mi sonrisa de placer me delataba y daba pie a la diversión.

Él cerró los ojos, tocándose la barbilla y negando con la cabeza me dio a entender que seguiría mi juego. Decidió meter sus manos dentro de los pantalones de mi pijama, pero no para darme placer, sino para buscar el control, se le escuchaba una risa un poco nerviosa porque por momentos no podía evitar pasarme los dedos por los muslos y perderse en mi pelvis, pero cuando recuperó el aliento dejó ese delicioso trabajo y se dispuso a seguir con su búsqueda.

Yo no me movía, así podía mantener a mi rehén debajo de mi pijama sin que él lo encontrara, aunque sabía que estaba allí. De pronto sacó un arma letal, cubrió mis senos con sus dos manos, se acercó y me besó justo en el medio de los dos, me masajeó y me dijo con un tono amenazador: “dámelo”. Nuevamente se me aceleró el pulso y comenzaba a sentir cosquillas en mi entrepierna. Él estaba encima de mí y su erección empezaba a empujar mi pelvis. Yo negué con la cabeza y levanté mis caderas para restregarme contra él.

Metió sus manos por mi espalda y me alzó, el tesoro preciado se salió de mi pijama, rebotó en el colchón y cayó al suelo. Los dos observamos su recorrido como en cámara lenta, pero al escuchar el sonido que hizo al golpear el piso soltamos la carcajada. Luego nos miramos y le dije: “terminemos lo que empezamos”.

Me volteé y lo tumbé en la cama. Terminé de desnudarme sensualmente frente a él y gateando fui hasta mi hombre. Me esperaba con los brazos abiertos, posé mis senos en su boca para hacérselo fácil y los chupeteó, succionó cada pezón con una habilidad divina. Me mordisqueó y pasó su lengua por todo mi pecho. Mientras, yo sostenía entre mis manos su hermoso miembro, estaba erguido, erecto, duro, sabroso. Con mis brazos hacia atrás en la búsqueda de su pene mis senos se mantenían firmes, se pegaban más a su cara y lograba meterlos mejor en su boca.

Mi entrepierna estaba húmeda, llena del mejor lubricante: mi propio fluido. Al darse cuenta de lo mojada que estaba posó su mano entera en mi sexo. Haciendo movimientos circulares con su palma pegada a mí su mano se resbalaba fácilmente abriendo mis labios y haciéndome gemir de placer. Yo me retorcía y movía las caderas al compás de su mano para acercarla más a mí. Pero quería más, quería tenerlo adentro, que sus dedos hurgaran dentro de mí. Bajé las manos hasta mis nalgas y por la parte de atrás llegué hasta mi lubricada vagina para meterme un dedo. Él se quedó asombrado pero le encantó lo que hacía.

De esta forma me volteó y me acostó en la cama para tener una mejor. Me acomodé en la cama, abrí bien las piernas y mientras él frotaba su miembro yo metía y sacaba mis dedos una y otra vez. Estaba tan mojada que mi índice corría sin problemas. Nos mirábamos con lujuria. De repente sentí sus dedos al lado de los míos y mientras yo me tocaba la pelvis y mis labios externos él estimulaba la parte de adentro de mi cavidad.

Luego sentí su boca, su lengua apartaba mis dedos y me recorría entera. El placer me invadía cada vez más, dejé que me succionará y chupara mi cosita sin interrumpirle. Subí los brazos y me aferré a la almohada. Me puso boca abajo y siguió en su embestida, ahora desde otro ángulo. Y allí estaba, justo frente a mi retaguardia, me masturbó y al mismo tiempo comenzó a besarme ahí. Pasaba su lengua por mis nalgas y su nariz me rozaba como acariciándome. De pronto sentí su húmeda lengua tocando mi ano y moviéndola, la sensación era extraña pero divina, nunca lo había hecho.

No dejaba de toquetearme y darme lametazos, sabrosos lametazos. Mis gemidos se incrementaban, el placer me invadía. Pero paró, paró y me dijo: “dámelo”. Hermosa palabra, sé de lo que hablaba, volteé la cabeza y lo miré pícara, moví mi trasero un poco y me apoyé en mis manos para quedar en su posición favorita: en cuatro.

La estimulación me tenía excitada y dilatada, estaba lista, su lengua solo fue la llave que abrió la puerta. Escuché un gruñido de placer: “mmm”, y me dio una nalgada sorprendiéndome pero excitándome aún más. Se enrolló mi pelo largo en su muñeca y aló de mi cabeza hacia atrás para mantenerme arqueada. Introdujo su miembro en mi vagina para lubricarlo, una vez, dos veces lo sacó y mojó mi zona anal, continuó con esta tortura hasta estar seguro de que la lubricación era suficiente. Finalmente sentí la punta de su pene dentro de mi culo. Metió la mitad, luego lo metió completo, una vez despacio, lento, y la segunda un poco más rápido. Yo estaba paralizada pero sintiendo un placer inconmensurable.

Ya con un poco más de confianza, con él dentro de mí por detrás, comencé a moverme. Haciendo movimientos felinos y bruscos lo acaricié con mi culo. Mi vagina estaba a punto de estallar, soltó mi cabello y metió sus dedos dentro mientras con la otra me agarraba fuertemente por las caderas atrayéndome y alejándome de él todas las veces posibles.

Metió tres dedos en mi vagina y así me hizo llegar al clímax. Me sentía llena, completamente llena de él, mi cuerpo se arqueó más y mis meneos se incrementaron al recibir el orgasmo. No dejaba de menearme. Sacó sus dedos para agarrarme con fuerza, mi vagina soltó un chorro de fluidos mojándolo todo y él no pudo contener más vaciándose dentro de mi rico trasero. Se quedó muy quieto, sus manos se enterraron en mis caderas y no me dejó ir, puse a un lado mis brazos ya cansados y me recosté dejando solo mis piernas en alto para permitirle disfrutar de esos últimos segundos de placer dentro de mí.

Exhausto me siguió a la cama y se acostó encima de mí también boca abajo. Quedamos al borde del colchón con las sabanas desarregladas y allí estaba el control, el rehén preciado, el objeto excusa. Nos reímos como tontos y yo lo alcancé con la mano. Él no pudo hacer nada y de nuevo, con un tono juguetón solo dijo: “dámelo”.

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