Internacionales

A tres horas del horror de Orlando, Florida

Todo cambió. Le explicaba a un grupo de amigos que están en Europa y que tengo en Whatsapp todo el tema de la tenencia de armas en Estados Unidos, de cómo ese no es un asunto de demócratas o republicanos, sino que está muy imbricado en el ADN de este país. Les ilustraba con Sanders, que está de acuerdo con la tenencia de armas, de cómo ése es un tema relacionado más con la forma en que se defendía el caucásico religioso y perseguido en Europa que había encontrado raíz en el “Nuevo mundo”.

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Lo hacía porque les ponía en contexto la matanza de Orlando que minutos antes se había conocido, este domingo en la mañana. Y, de pronto, llegó la noticia. Fue apenas una afirmación. Una sentencia. El Estado Islámico reivindicó el atentado. Todo en mí se suspendió. No seguí la explicación ni argumentando el origen de la concepción de la legítima defensa.

Aunque se tratara de gays y de latinos, ésta no había sido apenas otra manifestación de lo que en la sociedad estadounidense y sus exigencias con sus individuos puede provocar, cuando alguien se acostumbra al aislamiento. No es un “lobo solitario”, como le gusta decir a los órganos policiales de este país, como si estuvieran hablando en una película de ficción.

Estamos hablando de terrorismo. A tres horas de mi casa, una organización convencida de un Dios increíblemente impiadoso, seguros de que las cavernas es nuestro estado ideal, que trata de aniquilar los símbolos más patentes de la civilización (como lo es, sin dudas, un club nocturno de gays latinos), trata de devolvernos a la premodernidad.

Los mismos tipos que mataron a gente a mansalva en las calles de París. Esos carajos rondan el pueblo vecino de donde viven mis hijos. Y los amiguitos de mis hijos. Y los hijos de mis amigos. Y los amiguitos de los hijos de mis amigos.

Una cosa es el horror y otro es el miedo. Una cosa es darse cuenta y otra cosa sentir que puedes ser víctima. Sin proponérmelo, mi cerebro hizo un escáner sobre la gente que conozco. A ver si alguien es demasiado raro. Supongo que mi inconsciente trata de sentirse seguro. Llamé a mis amigos periodistas. Todos trabajando en los sucesos. Todos asustados como yo.

Tengo todo el día tratando de no hablar del tema delante de mis chamos. Tuve que contarles. Mi hijo de 11 enseguida me habló del control de armas. Lo hablan en la escuela. Lo secundé. Mi hija de 8 sólo hizo silencio. Y al rato, “I’m scared”, me dijo. Reaccioné rápido. Y en segundos le saqué el miedo de la cabeza. Pero no de la mía. Comíamos en un restaurante que es una cadena de pastas. Sin querer, volteé a mi alrededor. El lugar estaba repleto.

Algo cambió hoy. No es un análisis. Es la certeza de la vulnerabilidad. La cercanía del horror. Que no es lo mismo que el miedo. Sino que te lo produce.

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