Internacionales

El cierre de Parlamento empaña la reputación de Gran Bretaña

Se sabía desde hacía tiempo que el edificio del Parlamento británico debía vaciarse para reparaciones urgentes que llevarán años y costarán miles de millones. Pero ahora el problema para la reputación global de Gran Bretaña como modelo de democracia va más allá de las plagas y las filtraciones de agua.

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En zonas del mundo donde el sistema parlamentario británico y el respeto a su estado de derecho ofrecieron un modelo para países emergentes, algunos han interpretado la brusca decisión del primer ministro británico, Boris Johnson, de cerrar el Parlamento durante las cruciales semanas previas al Brexit como la prueba de que también Gran Bretaña puede sufrir una usurpación del poder.

La jugada de Johnson podría dar resultado si logra ejecutar el Brexit el 31 de octubre sin graves daños para la economía británica, pero la impresión generalizada de que ha cerrado el Parlamento para sofocar el debate -pese a sus afirmaciones de lo contrario- ha despertado condenas rotundas en zonas clave del antiguo Imperio Británico, incluidas algunas donde la reina Isabel II sigue ostentando la jefatura del estado.

Muchos británicos, políticos y ciudadanos de a pie, tienen un alto concepto del papel de su país en el escenario mundial, destacando su puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, su arsenal nuclear y su influencia tradicional en zonas complicadas de Oriente Medio. Pero el prolongado estancamiento en torno a su salida de la Unión Europea, aprobada hace más de tres años pero que aún no se ha concretado, se ha cobrado un precio en la imagen de las instituciones políticas británicas de cara al resto del mundo.

Nicholas Sengoba, columnista en la excolonia británica de Uganda, dijo que la decisión de Johnson muestra que Gran Bretaña no es inmune al abuso de poder que han sufrido algunos países africanos. “Toda la idea de que un primer ministro británico no puede ser tan poderoso como un dictador africano ha desaparecido”, dijo.

El prolongado pulso en torno al Brexit ha hecho que la expotencia colonial “se vea extremadamente mal” porque no hay un liderazgo claro ni consenso sobre cuáles podrían ser las consecuencias reales de un Brexit sin acuerdo, señaló Sengoba.

La vieja reputación británica de apertura y juego limpio se ha visto manchada por años de disputas en el opositor Partido Laborista sobre si el jefe del partido, Jeremy Corbyn, y sus principales asesores toleran el antisemitismo -la policía llegó a investigar a varios miembros del partido- y el deseo de impedir que los extranjeros se instalen en Gran Bretaña amparándose en las laxas regulaciones de la UE fue como mínimo un factor en que el bando partidario de abandonar el bloque de 28 países ganara el referendo de 2016.

Muchos académicos advierten que la pérdida de financiamiento europeo y un endurecimiento de las leyes que han facilitado que los europeos estudien, investiguen y enseñen en Gran Bretaña afectarán al nivel de las instituciones médicas y científicas británicas, e incluso podría restar brillo al panorama artístico del país.

Ni siquiera la respetada familia real se ha librado, tras la aparición de nuevas fotografías y artículos que documentan la relación del príncipe Andrés con el financista pedófilo Jeffrey Epstein, que se suicidó en prisión en agosto.

Algunos incluso se han sorprendido por el papel de la reina en el cierre del Parlamento. Como jefa de Estado en una monarquía constitucional, la reina Isabel II está obligada a mantener una estricta neutralidad en todas las cuestiones políticas, lo que no le dejó muchas alternativas a autorizar la petición de Johnson de ampliar el cierre estival del Parlamento.

Es improbable que nadie fuera de los miembros más cercanos de su familia y su círculo interno de asesores sepa jamás si la monarca consideró apropiada la petición de Johnson o bien opinaba que daba demasiado poder a la rama ejecutiva del gobierno al limitar el debate parlamentario. Del mismo modo, nadie en los medios o entre la población puede decir con certeza lo que piensa la reina sobre la cuestión de fondo de si es buena idea que Gran Bretaña abandone la UE.

La tortuosa senda británica hacia el Brexit, que podría estar llegando a su clímax, se ha cobrado un precio. En Nueva Zelanda, otra antigua colonia, las últimas decisiones de Johnson han hecho que algunos planteen si es hora de cambiar su estatus como monarquía constitucional con Isabel como su jefa de Estado formal y transformar el país en una república.

El columnista Dave Armstrong bromeó en un tuit diciendo que Nueva Zelanda correría un riesgo si se convertía en república “porque cortaría nuestros lazos con Gran Bretaña, una democracia parlamentaria estable donde los golpes de Estado, la dictadura y la tiranía de la minoría simplemente no ocurren. Hagan sus comentarios”.

El profesor de la Universidad de Otago Robert Patman dijo a un diario neozelandés que otros países miran con recelo a Gran Bretaña, a la que describió como sumida en su peor crisis económica y diplomática desde la II Guerra Mundial, temiendo que se esté comportando como una república bananera. Esos temores, señaló, han crecido con las últimas medidas de Johnson.

La suspensión del Parlamento provocó protestas en muchas ciudades británicas el sábado. Es un fenómeno familiar en Canadá, donde la reina Isabel sigue siendo jefa de Estado. El ex primer ministro canadiense, Stephen Harper, desencadenó grandes protestas tras suspender el Parlamento en 2008 y 2009, pero las manifestaciones terminaron remitiendo y logró mantenerse en el poder pese a una moción de censura en la que se acusaba a su gobierno de desacato ante el Parlamento.

El influyente diario de Toronto The Globe and Mail dijo en un editorial que la suspensión del Parlamento debía revocarse: “Está mal. Es antidemocrática. Desde luego no es británica”, afirmó el periódico.

El espectáculo del prolongado estancamiento político en torno al Brexit, y ahora la decisión de cerrar el Parlamento en un momento crucial, han contribuido a dar una impresión en Canadá de que la antigua potencia colonial está en declive.

Robert Bothwell, profesor de historia canadiense en la Universidad de Toronto, señaló que Gran Bretaña ha ido perdiendo influencia en la mentalidad canadiense desde la década de 1960.

“Ha habido un giro de unos 150 grados en la forma en la que los canadienses ven a Gran Bretaña desde la década de 1960”, dijo. “No ha desaparecido, pero no ejerce el mismo atractivo económico-político que hace cincuenta años”.

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