La respuesta a esta pregunta es compleja y este texto de Héctor Velasco puede ayudar a empezar a entender las razones de esta prolongada ola de protestas contra el gobierno colombiano en medio de una represión que ya ha producido más de 40 muertos
Un mes después, los colombianos siguen en las calles desafiando el virus y la represión policial. Las protestas que comenzaron el 28 de abril contra más impuestos destaparon, según analistas, una fuerza infatigable: la de los jóvenes herederos de una violencia anacrónica empobrecidos por la pandemia.
Gobernado históricamente por la derecha, el país completa cuatro semanas de vértigo: en el día las protestas son pacíficas y creativas y en la noche llegan los disturbios, los disparos y las batallas campales con la fuerza pública.
Un malestar inédito que se siente con intensidad en las capitales, donde arden barricadas en rechazo a los abusos policiales, o que se expresa en los bloqueos viales, que causan desabastecimiento y exasperan a un sector de la población.
El gobierno, pese a sus ofrecimientos, no consigue desactivar una crisis que, de momento, tampoco amenaza con tumbarlo. Hay un frente visible de la protesta que dialoga con autoridades, pero que no representa a todos los inconformes.
Van 43 muertos y más de dos millares de heridos, según la Fiscalía y el ministerio de Defensa. En 17 de los casos el ente investigador ha establecido un nexo directo con las manifestaciones.
Pero Human Rights Watch habla de hasta 61 fallecidos. «Hemos confirmado que 24 de estas muertes (22 manifestantes o transeúntes y dos policías) tienen relación» con las protestas, señala el portavoz de la ONG José Miguel Vivanco.
Aquí algunas guías y paradojas de un país en crisis.
1) Una movilización distinta
«Colombia está en proceso de volverse un país latinoamericano, no un país desarrollado, sino un país con conflictos urbanos. Eso es parte de lo que está estallando: una fuerza muy grande de jóvenes de la ciudad que están descubriendo la política», señala el académico Hernando Gómez Buendía, autor del libro «Entre la Independencia y la pandemia».
Durante medio siglo el conflicto con las FARC eclipsó a un país muy desigual (el Banco Mundial lo sitúa entre los más inequitativos en ingresos y de mayor informalidad laboral en América Latina), con un Estado militarmente fuerte pero débil en la atención de demandas sociales. Y además políticamente conservador, donde la izquierda jamás ha conquistado la presidencia, pese a tener una Constitución de avanzada.
El acuerdo de 2016, que desarmó a la que fuera la guerrilla más poderosa del continente, terminó con una guerra «anacrónica», que envejeció en el campo a espaldas de las ciudades y sus nuevas generaciones. Aunque el narcotráfico todavía alimenta los rescoldos de la violencia, cuando las calles gritan pocos aún creen que lo hacen presionadas por la insurgencia.
«Hay un sector activo que por mucho tiempo permaneció excluido de la política, de la fuerza laboral y ahora del sistema educativo, y que se hartó de que lo excluyan. Ese sector es el que se está manifestando en la calle», afirma Sandra Borda, politóloga y autora del texto «Parar para avanzar».
Nadie imaginaba que estas protestas contrapuestas, que cambian de bandera o reclamo conforme se mueven en el mapa, podrían durar tanto. Sin embargo, Borda descarta que este país se adapte a un estado de agitación permanente.
«La protesta es en las ciudades y está afectando directamente a mucha gente, mientras el conflicto armado estaba circunscrito a las zonas rurales, por eso es que la gente en las ciudades pudo vivir tan tranquilamente. Convivir con la protesta indefinidamente no es sostenible, las élites están diciendo ‘hay que darle una solución'».
2) El dilema
En 2018, con 42 años, Iván Duque asumió como uno de los presidentes más jóvenes de Colombia. Al año siguiente los estudiantes se volcaron a las calles exigiendo educación pública gratuita y con mayor acceso, mejores empleos, un Estado y una sociedad más solidarios.
La pandemia apagó la movilización en 2020. Duque tomó un respiro sin hacer mayores concesiones. El virus hundió en la tragedia a los más vulnerables. La pobreza se aceleró hasta alcanzar al 42,5% de los 50 millones de habitantes. «Se ha retrocedido al menos una década de lucha contra la pobreza», sostiene Borda. Un tercio de los jóvenes entre 14 y 28 años no trabaja ni estudia.
Y en la pandemia a Duque, como a «ningún otro presidente», se le ocurrió «la estupidez de subir los impuestos» a las capas medias. Así «prendió la llama del fuego» social, remarca Gómez Buendía. El mandatario retiró el proyecto legislativo, pero «la represión unificó» al movimiento de protesta.
Salió a flote la generación «sin miedo, la de los hijos de los desplazados del conflicto armado que vive en barrios difíciles de las grandes ciudades y que tiene muchas más dificultades para acceder a la educación, a la fuerza laboral», complementa Borda.
A diferencia de crisis como las de Chile, donde las protestas condujeron a una reforma constitucional, o de Ecuador, donde ya hubo elecciones, Colombia no ha tenido, salvo las protestas, una «válvula de escape» a tantas frustraciones que se «escondían debajo de la superficie», comenta Cynthia Arson, del Woodrow Wilson International Center for Scholar.
Hoy Duque, que dejará el poder en 2022, se bate entre una «salida represiva o negociada», advierte Gómez Buendía. La izquierda, entretanto, asoma con opciones de conquistar la presidencia en las elecciones de 2021 medrando de la impopularidad del mandatario. El exguerrillero Gustavo Petro puntea las encuestas.
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