Desde que volvió a la Casa Blanca en enero de este año, pese a que había prometido en campaña que su prioridad sería la política interna de Estados Unidos, Donald Trump ha dedicado bastante tiempo a la agenda exterior de Washington. No siempre en sintonía con el legado estadounidense de promover democracia y derechos humanos que, con distintos énfasis, defendieron otros presidentes.
En este 2025, más que en su primera presidencia, Trump regresó al centro del escenario internacional con una agenda que parece priorizar transacciones por encima de principios. Seguramente muchos hombres en la Casa Blanca hicieron exactamente lo mismo, sólo que no lo reflejaban de forma tan abierta como el actual presidente.
Trump ha demostrado una y otra vez una afinidad preocupante por líderes autoritarios, aquellos «hombres fuertes» que gobiernan con mano dura, ignorando a menudo las normas democráticas y los derechos humanos. Estas alianzas no sólo cuestionan el compromiso de Estados Unidos con la defensa global de la democracia, sino que también plantean riesgos significativos para la estabilidad internacional, ya que se relativizan atrocidades y se priorizan los intereses económicos o las simpatías personales.
El emblemático asesinato de un periodista
Este recorrido de las amistades peligrosas de Trump puede comenzar por Arabia Saudita, un aliado estratégico de Estados Unidos en Oriente Medio, pero cuya relación bajo Trump está marcada por una indulgencia alarmante hacia violaciones graves de derechos humanos.
Mohammed bin Salman, conocido como MBS, el príncipe heredero y gobernante de facto del reino, ha sido vinculado directamente al asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018. Khashoggi, columnista del Washington Post y crítico del régimen saudí, fue brutalmente asesinado y desmembrado en el consulado saudí en Estambul, un acto que la inteligencia estadounidense concluyó, en su momento, fue aprobado por MBS.
Ya el Trump de su primer mandato había minimizado este hecho atroz. Y ha terminado por ir más lejos. En una entrevista reciente, Trump afirmó que MBS «no sabía nada» sobre el asesinato, desestimando los informes de inteligencia que apuntan lo contrario.
Como lo cuestionó el diario británico The Guardian, esta postura de Trump termina por enviar un mensaje peligroso: el periodismo crítico puede ser silenciado sin consecuencias si el perpetrador es un socio económico valioso para la Casa Blanca. Recientemente, durante una visita de MBS a Washington, Trump lo recibió con honores, ofreciendo acuerdos sobre aviones de combate y negocios, mientras desestimaba nuevamente el asesinato de Khashoggi con frases como «cosas pasan».
La defensa de Trump no es ingenua; responde a una visión transaccional de la diplomacia, donde miles de millones en contratos armamentísticos pesan más que la vida de un disidente, como lo sintetizó The New York Times. Trump con esta postura erosiona la credibilidad de Estados Unidos como defensor de los derechos humanos, en un momento en que el autoritarismo se expande por el mundo, tal como vienen señalando los índices anuales de Freedom House y The Economist.
El hombre que sabe de fraudes electorales
Un ejemplo revelador del rol público de Trump dejando en entredicho lo que había sido una histórica posición de EEUU en favor de elecciones limpias, al menos en las últimas décadas, es la relación del presidente estadounidense con Recep Tayyip Erdogan, el gobernante de Turquía. Se trata de otro hombre aferrado al poder, que se ha consolidado mediante la erosión de instituciones democráticas y la supresión de opositores.
En septiembre de 2025, durante una conferencia de prensa conjunta en Nueva York, Trump hizo una broma que, aunque pretendía ser ligera, reveló una actitud inquietante hacia la integridad electoral. Refiriéndose a sus propias afirmaciones infundadas de fraude en las elecciones de 2020, Trump miró a Erdogan y dijo: «Él sabe sobre elecciones amañadas mejor que nadie».
Una “broma” de esta envergadura no solo trivializa las acusaciones serias de irregularidades en las elecciones turcas, donde Erdogan ha sido criticado por manipular el proceso para mantenerse en el poder, sino que también normaliza el discurso de fraude electoral como una herramienta política.
Como reseñó la prensa europea, la reunión en sí misma fue controvertida. Erdogan, quien ha reprimido a la prensa, encarcelado a opositores y debilitado el poder judicial, encontró en Trump un socio dispuesto a pasar por alto estas transgresiones a cambio de cooperación en temas como el control de los kurdos en Siria o acuerdos comerciales.
Trump ha elogiado públicamente a Erdogan como un «líder fuerte», ignorando las preocupaciones de aliados europeos de Washington, en el seno de la OTAN, sobre la deriva autoritaria de Turquía.
La admiración por Putin
Ya en su primer gobierno Trump manifestó públicamente su admiración y respeto por Vladimir Putin. Es quizás, desde el punto de vista geopolítico, la relación más alarmante, en vista de que el presidente ruso ordenó la invasión de Ucrania en 2022 causando miles de muertes y desestabilizando a Europa.
Con Trump de vuelta en la Casa Blanca, esta sintonía entre ambos se manifiesta en el controvertido plan de paz para Ucrania, un marco de 28 puntos que, según informes, requiere que Kiev ceda territorio ocupado por Rusia, limite su armamento de largo alcance y acepte una neutralidad que beneficia principalmente a Moscú. Como reseñó The Washington Post, Putin ha descrito este plan como una «base sustantiva» para negociaciones, pero con la intención de hacerlo aún más favorable a Rusia.
La preocupación es evidente: este «plan de paz» impuesto por Washington parece dejar a Putin como el ganador, recompensando la agresión con concesiones territoriales y debilitando la soberanía ucraniana. Para diversos analistas, este enfoque ignora las aspiraciones de Ucrania y Europa occidental, que han resistido heroicamente la invasión rusa en defensa de la democracia y la integridad territorial.
Al relativizar la agresión de Putin, Trump no sólo traiciona a un aliado como Ucrania, sino que también envía un mensaje a otros agresores potenciales: que la fuerza puede ser premiada si se negocia con un líder pragmático como él.
Y para cerrar este recorrido de las relaciones problemáticas de Trump, aspecto a tener en consideración cuando ahora la noticia es su interés en conversar de forma telefónica pero directa, él mismo, con Nicolás Maduro, no se puede obviar el capítulo norcoreano, que si bien responde a su primer gobierno es un asunto que aún resuena.
Trump se convirtió en el único líder occidental en reunirse en persona con Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte. Durante su primer mandato, entre 2018 y 2019, sostuvo tres cumbres históricas: en Singapur, Hanói y la Zona Desmilitarizada (DMZ), donde incluso cruzó la frontera, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense en pisar suelo norcoreano.
Aunque estos encuentros fueron promocionados como avances diplomáticos hacia la desnuclearización, los resultados fueron nulos: Corea del Norte no desmanteló su arsenal nuclear y las tensiones persisten al sol de hoy, sólo que al presidente de EEUU el asunto ya no parece importarle.
Cuando se ven en conjunto, estas relaciones peligrosas pintan un retrato inquietante de la diplomacia actual desde la presidencia de EEUU. Se trata de una fotografía en la que el presidente parece favorecer a los autócratas siempre que convenga a sus intereses y hasta a sus simpatías.