Opinión

70 poemas burgueses (en torno al poemario de Alberto Hernández)

Me gusta la antipoesía y la erudición (o más bien la sabiduría) pop de 70 poemas burgueses (bid & co. editor, 2014) de Alberto Hernández.

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Me gusta su nostalgia postcapitalista.

Su audacia de mercadeo.

Su levedad de mundo virtual.

Su osadía barroca pero sin escorzos de Dios. (Porque Dios anda de compras).

Esa sobrecarga de signos, ese su modo de ser a lo portada de Sargento Pimienta. Si yo tuviese que ponerle una portada de disco a este libro, sería una que fuese un homenaje a Sargento Pimienta.

En la portada de este disco libro estarían, entre otros: Truman Capote, la infanta Cristina (¿quién es la infanta Cristina?), Gerard Piqué, Shakira, Los Beatles (por supuesto), Audrey Hepburn, Lady D, Marilyn, Asma-al Assad, el general Franco, Perón, Nicole Kidman, Coco Chanel, Thomas Mann, Soraya de Persia, Nicanor Parra, Karl Marx, Engels, Sean Penn, Céline, la Bella Durmiente, Borges, Dulcinea del Toboso, Emma Bovary, Michael Jackson, Walt Disney, Christian Dior, Jennifer López (Trozo de perfección sobre la cama: de mujer el mundo ha sido hecho), Julia Roberts, Adrian Monk, Allen Ginsberg, Frank Sinatra (Años después llegó a esta orilla / el planeta de los simios / en la pantalla turbia de una asonada de fantasmas), una galleta Oreo (sí, una galleta Oreo que se dice la boca de Satchmo [también sale en la foto]) que toca trompeta como un animal, Salvador Dalí (A veces le temo a mis bigotes), Pablo Picasso, Virginia Woolf, Juana la Loca, Grisson (el de CSI, es decir William Petersen), Juan XXIII, Vito Corleone, Elton John, Glenn Close, Tom Wolfe, y ya lo dije, también el señor «Entre Otros».
De 70 poemas burgueses, me agrada por igual su abigarramiento matemático, pensando, premeditado, cojonudo.

Su estructura de elefante ligero.

Su elegancia desgreñada, como si un loco en Armani hubiese entrado en Tiffany´s a tomarse un café expreso. Y allí estuviera, con las piernas cruzadas, contemplando los vaivenes de la cordura, cuando de pronto se vuelve perro y comienza a recitar un poema que podría llamarse «Tiffany´s» y que dice así:

He sido perro toda la vida.

Llevo en el cuello un collar de perlas.

Cada uno de mis ladridos.

Vale la felicidad de una subasta.

Me gusta su aire de soledad en multitud.

Su desespero contra la estulticia.

Su deseo contra el maniquí feliz que se desea. Su derecho a la tristeza en medio de tanta felicidad de pantalla de televisor. «Moderno y triste» el poema que empieza así:

Me doy el lujo de estar triste

De pasearme por un jueves nocturno

Y centro comercial

Mirar los senos de un maniquí

E Imaginarme (…)

Me gusta también su ojo crítico, su colmillo brillando, su belfo con gruñidos que enfrenta a la masificación del mercado, y la golpea y la vuelve a golpear hasta resquebrajarla, hasta fragmentarla, hasta hacerla volar en mil partes. Cada fragmento es ya un poema.

Me gusta el amor que asoma a veces, como no queriendo, como diciendo yo no soy de aquí, con permiso, vengo a poner algo de levedad, algo de piel, siempre hace falta, algo del hambre sin dientes (aunque a veces muerde) que viene en el sexo.

«Alimento» dice así:

Como de ti,
de tu cuerpo anidado en la cama.

Me harto de ti,
y a la vez me vacío.

Eres el alimento,
el único,
el inefable,
el que va y viene
con los días

el que despierta la noche
y la derrumba.

En Baudrillard leemos que, en materia de sexo, la proliferación está cerca de la pérdida total. La liberación del discurso del sexo dentro de las aguas del mercado, no ha hecho más que volver al sexo una simple trasparencia agotada en sí misma. «Ya no hay carencia, ya no hay prohibición, ya no hay límite: es la pérdida total de cualquier principio referencial», dice Baudrillard. Ya no hay misterio en el simulacro sexual del tercer orden.
De modo que Hernández nos presenta el amor y el artificio de sus seducciones como último recurso de lo humano. Humanidad del poema. Oasis, isla, en medio de tanto erotismo de mercado que ya no erotiza.

En 70 poemas burgueses está, en definitiva, el horror ante este vacío que somos, tan lleno de cualquier cosa, tan atestado, una vez más, de signos. Aunque habría que ir al supermercado (ya lo de «súper» da risa), y comprobar que Venezuela es diferente. Que en Venezuela el «pueblo» padece cada vez más, que no hay hombre nuevo nada, y que es preferible ser burgués capitalista. Y esto lo saben los que mandan, y por eso no son de izquierda, sino burgueses. O izquierdosos de caviar y buen vino a la orilla de la hecatombe, como dice el mismo poeta.

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