Track 1. El primer tema que bailó mi niño fue «I Walk The Line». Ocurrió un sábado o un domingo, en la casa. Yo había puesto mi CD de grandes éxitos de Cash, y de pronto el muchachito se puso a pegar brincos y a mover los brazos. Mi esposa y yo nos paramos frente a él y comenzamos a aplaudir y a animarlo siguiendo la música. Él no dejaba de dar saltitos y de mover los brazos. Cuando se terminó el tema, dijo «máj, máj», y yo puse «Ring of Fire». Aquella canción también la bailó lleno de contento.
Él tenía dos años, y ya yo creía que muy pocas cosas en la vida podían conmoverme… Pero un hijo llega para lavarte los ojos cansados. Y si él, además un día, a sus dos años, baila un tema de Cash, pues la maravilla es más grande aún, y la lección, ni se diga. Sí, el mundo sigue lleno de asombros. Y te llegan y te fulminan.
Track 2. «Hello, I’m Johnny Cash», así empezaba Cash todos sus conciertos. La frase la usó incluso en su última presentación de 2003. Lo pararon de la silla de ruedas, lo sentaron en una silla de patas, le dieron una guitarra y Cash volvió a ser el gran Cash y ya no un viejo que hay que llevar a duras penas. Y así, sin más, ante el público del célebre Carter Family Fold, lo dijo: «Hello, I’m Johnny Cash».
Podríamos pensar que se trataba de un gesto de humildad. Yo creo que era más bien un gesto caballeroso y parco, de hombre serio que nunca olvidaba los buenos modales, pero que tampoco exageraba. Un tipo de pocas palabras, pero un tipo decente y educado que, simplemente, hacía su música con la pretensión de entretener a la gente. Ese gesto que podríamos llamar de humildad sólo llega cuando que se es caballero, y cuando se ha sufrido. Cash era un tipo elegante, porque sólo puede ser elegante quien ha sufrido. Salió del dolor con dignidad, arrasado por dentro y con esas pocas palabras sobre el escenario.
Track 3. En mi opinión, «A Boy Named Sue», de Shel Silverstein, ese magnífico tema del cantante, dibujante y escritor de cuentos para niños, es una de las mejores versiones que ha hecho Cash. Yo tengo una en vivo interpretada en alguna de las cárceles que Cash solía visitar para dar conciertos gratis a los presos. «A Boy Named Sue» trata sobre un hombre que se llama Sue, es decir, que tiene nombre de mujer. Así se lo puso su padre y luego huyó de casa. Sue, de adulto, resentido pero endurecido por los años, sale en busca de su desgraciado y maléfico padre. Lo quiere matar por haberlo llamado Sue. Al momento que lo encuentra en un bar de mala muerte, le dice así: «Hello, I´m Sue. How do yo do?». Sue, como se ve, también era un tipo educado. Lo duro —o rudo— no quita lo educado. Se puede ser duro y valiente, pero también educado y elegante. Eso es lo que hace que un duro sea un duro de verdad.
Track 4. Cash fue alcohólico y drogadicto. Le dio duro a la anfetamina, a los barbitúricos, a la cocaína y a cualquier otra droga que le pusieran por delante. Los programas de doce pasos te dicen que el alcohol y las drogas tienen tres posibles finales: la cárcel, la locura y la muerte. Cash había pasado ya unas cuantas noches en la cárcel y se encontraba al borde de la locura cuando, en 1968, decidió suicidarse. En aquel tiempo vivía en Hendersonville, Tennessee. A una de hora de allí, en carro, quedaba la caverna Nickajack. Cash había estado en el lugar, había visto su intrincada arquitectura interna y sabía que personas habían muerto dentro por no haber encontrado el hilo de aquel laberinto imposible. Cash, que estaba en la cima de su carrera y en la sima de su desesperación manejó hasta la cueva y entró para morir. Quería adentrarse y adentrarse sin rumbo, perderse y doblarse como un feto hasta que la oscuridad acabara con él. Cuando finalmente se encontró en el fondo de alguna profunda y ciega estancia, Cash tuvo una epifanía. No escuchó la voz de Dios, tal como él mismo contó, sino que lo sintió. Dios «puso sentimientos» en él, explicó luego. En su cabeza puso además la idea de que su destino no le pertenecía. Así escribió en Cash: The Autobiography: «Sentí que algo muy poderoso comenzó a pasar, una sensación de paz y sobriedad… Allí, en la cueva Nickajack, fui consciente de una idea muy clara y simple: yo no estaba a cargo de mi destino. Yo no podía decidir mi muerte. Yo moriría en el tiempo de Dios, no en el mío».
Fue entonces cuando decidió regresar. Se arrastró por la negrura, agotado, delirante, pero decidido a sobrevivir. Finalmente lo logró, regresó a su casa y se encerró y no salió hasta que expulsó los demonios que llevaba por dentro. No obstante, nunca la oscuridad se sale del todo. Y no se sale del todo porque quizás cierta oscuridad es siempre necesaria.
Se sabe que Cash recayó en otras oportunidades. Pero desde Nickajack en adelante siempre le quedó la voluntad de salirse del arrebato del vicio. Dicen que Alcohólicos Anónimos le jode la bebida al alcohólico porque le siembra el remordimiento; a Cash, la diversión se la jodió Dios directamente.
Al parecer, no fue sino hasta 1992 que dejó de drogarse. Es decir, pasó sobrio los últimos once años de su vida. Cash murió en 2003.
Track 5. Cash vestía de negro. Se ha dicho tanto de esto que no queda mucho por decir. Yo sólo recuerdo una estrofa de «Man in black», ese clásico de 1971 donde Cash nos cuenta la razón por la que siempre usaba ropa negra. En esa estrofa nos dice que le encanta el arcoíris de cada día y además decirle al mundo que todo está bien, pero que él siempre intentará cargar un poco de oscuridad sobre su espalda. «But I’ll try to carry off a little darkness on my back».
Intentar era quizás una manera de desviar algo mucho más real. Cash no intentaba llevar la oscuridad, él la llevaba, indefectiblemente. De allí quizás que en 1994 interpretara «Thirteen» de Glen Danzig, el amor y señor de The Misfits y uno de los maestros del horror punk. «Thirteen» cuenta la historia de un hombre que lleva tatuado en la nuca el número 13, una marca, un sello que no ha traído a su vida otra cosa que delito y muerte.
Ese trece podría ser un síntoma, una manifestación externa de la tinta oscura que se lleva por dentro. Cash lo sabía y por eso interpretó el tema y lo grabó bajo la producción del particularísimo Rick Rubin en American Recordings, uno de sus más grandes álbumes de los últimos tiempos (contaba entonces con sesenta años, moriría a los setenta y uno).
Track 6. Cash tenía algo de pecador, de redentor, de profeta, de predicador. Algo de hombre duro, pero también algo de hombre desesperado. Algo de arrasado, pero también de resucitado. Algo de muerto en vida, pero también de loco de Dios. Vea la carátula de American Recordings. Allí está Cash, vestido de negro, con un sobretodo y un estuche de guitarra también de color negro. Allí está, sí, como un predicador, como un demente de Dios que conoce el mal del mundo porque ha hecho mal en el mundo y ha caído y ha vuelto a caer, pero que porta el aprendizaje de su caída en ese estuche que sujeta en la parte superior con sus manos, casi como si fuese a unirlas para el rezo, casi como si rezara. Cash tenía algo de pecador, algo de redentor, algo profundamente humano, algo jodidamente humano. Algo rudo y vulnerable al mismo tiempo.
Track 7. No se cumple otro aniversario de su muerte ni de su nacimiento. Simplemente hoy he querido hablar de Johnny Cash. Me parece que es mejor así, escribir sobre un artista que me agrada cualquier día. Recordarlo sin atenerme a una fecha, sin ser un atajador de circunstancias, como algunos, que de pronto, el día de la muerte del algún personaje célebre salen a decir que eran sus más fervientes admiradores y que el mundo no será igual sin Bowie o sin Juan Gabriel o sin Leonora Carrington.
Por cierto, escribo este texto en septiembre y él murió un 12 de septiembre de 2003. Pero eso no tiene importancia, estos tracks fueron ¿escritos? sin haber recordado que él murió en septiembre. Quizás, en toda caso, debamos asombrarnos una vez más ante esas coincidencias extrañas, de luz negra, que nos depara quién sabe qué fuerzas desconocidas, si acaso es así el asunto de las fuerzas desconocidas.
Larga vida a Cash, hoy, en un día cualquier de nuestras vidas