Opinión

Putin, Macron, Zelenski, Schröder, y ¿Rodríguez Zapatero?

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, fue un infructuoso mediador ante Vladimir Putin, quien se proyecta como una sombra sobre el mundo democrático y recluta hasta al ex canciller de Alemania, Gerhard Schröder. Escribe Rafael Bernardo de Castro.

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Macron en su distante encuentro con Putin

¿Puede un adversario ser a la vez mediador? No parece.

El presidente Emmanuel Macron llegó al poder en 2017 en una buena hora (evitando que Francia fuese gobernada por extremistas de izquierda o de derecha) y puede que hoy sea el más influyente líder europeo tras la salida de Ángela Merkel del escenario en Alemania, en 2021.

Pero este mes Macron surgió como infructuoso mediador de la crisis en Ucrania, durante varias semanas previas a la invasión rusa.

Viajó a reunirse con el presidente ruso, Vladimir Putin y con el de Ucrania, Volodimir Zelensky, intentando frenar lo que lucía inminente: un agravamiento del conflicto. El pasado lunes 21, horas antes de la invasión, se anunció que Macron estaba negociando una reunión-cumbre entre Putin y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.

Pero los hechos se llevaron por delante la escalera de incendios donde Macron estaba encaramado, justo antes de las elecciones presidenciales francesas de abril.

Un mediador en conflicto

Cuando faltan menos de dos meses para las elecciones presidenciales de Francia, el presidente aparece como favorito en todas las encuestas, con cerca de 24% de intención de voto, gracias a la división de la ultraderecha. Y eso que el candidato a la reelección tiene el 40% de rechazo y todavía no ha oficializado su postulación a un segundo período presidencial.

Esto era así al menos horas antes de que la invasión a Ucrania rompiera un orden de casi 70 años en Europa y despertara viejos y nuevos miedos.

El rol de mediador solo puede cuadrarle a quien no es parte en un conflicto.

Al tratar de concertar esa reunión entre Putin y Biden, el presidente de Francia dejó de presentarse como el líder de un bloque adversario. Alimentó entre sus críticos la percepción de que Rusia y EEUU son “los duros”, en este conflicto, los que pueden resolver el problema. Dio a entender que Europa, como el mirón en el dominó, tiene un rol secundario.

Ahora admite que Putin se burló de él y de toda Europa. También advierte que la guerra durará.

Sanciones como respuesta

En 2008 Putin le arrebató a su vecina Georgia el 20% de su territorio, y en 2014 invadió y se quedó con la península de Crimea. Esas regiones durante siglos habían formado parte del antiguo imperio ruso.

Pese al expreso rechazo verbal de la comunidad internacional, en ese entonces el costo para Rusia no pasó de sanciones económicas. Pero en nuestros días esos castigos son aún menos eficaces que en el pasado, porque los autócratas se ayudan entre sí: en sus jurisdicciones proliferan proveedores de bienes, bancos y medios de pago totalmente ajenos al circuito del dólar y hasta del euro.

Mientras, la influencia de Rusia sigue proyectándose en el mundo democrático como una sombra ominosa. Putin interviene en procesos electorales, manipula opiniones desinformando a través de las redes sociales, encarcela opositores, apoya dictadores, infiltra gobiernos, y además compra políticos del campo democrático.

Gerhard Schröder, el hombre de Putin en Alemania

Véase, por ejemplo, a Gerhard Schröder, canciller de Alemania hasta 2005 y poco después alto directivo de la empresa estatal rusa Gazprom, y luego directivo en los proyectos Nord Stream 1 y Nord Stream 2. Schröder hace para Putin lo que en menor escala hace Zapatero para los caudillos de la izquierda latinoamericana: cabildeo político y de negocios, por delante y por detrás de bambalinas.

Nos queda ver si esta vez las sanciones que impone la Unión Europea serán verdaderamente capaces de evitar que el Kremlin siga recuperando las excolonias del imperio soviético.

Putin, ya se sabe, quiere forjar una reedición del imperio ruso que comenzó Ivan El Terrible en el siglo XVI y que fue consolidado por una cadena de zares en cuyos palacios, por cierto, hoy ofrece sus ruedas de prensa el antiguo ex agente de la KGB.

La nostalgia por aquel gran imperio ruso, y el dolor por el colapso de la Unión Soviética -que se desmoronó entre 1989 y 1991- son también instrumentos de poder, y funcionan cómo armas de guerra cuando son empuñados por autócratas como Vladimir Vladimirovich Putin.

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