Opinión

José Guillermo Andueza, jurista y ciudadano útil a Venezuela

El 25 de abril falleció José Guillermo Andueza Acuña, jurista, constitucionalista, parlamentario, ministro, académico y -especialmente- "buena gente": así lo recuerda Ramón Guillermo Aveledo

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Cortesía El Carabobeño

José Guillermo Andueza Acuña, nacido en Carúpano, criado en Valencia y fallecido recientemente en Caracas supo ser un venezolano útil en la ciudadanía, la profesión jurídica y la academia. En todos esos campos destacó por su compromiso y vocación de servicio. Fue, además, eso que llamamos “buena gente”.

Exponente de esa criolla decencia que se expresa en sencillez, trato amable y respetuoso a todas las personas, así como espíritu libre de rencor. Doy fe de ello porque si bien afines en la ideología, hubo episodios en los cuales la discrepancia nos condujo al desacuerdo e incluso a la confrontación, sin que la mutua estima disminuyera, ni se atenuara el respeto personal y profesional, tanto aquel del cual él era acreedor y por tanto le prodigué sin reservas, como el que generosamente me brindó sin condicionamientos.

Profesor muy distinguido en la Universidad Central de Venezuela, su Alma Mater que lo reconoce como Profesor Honorario, de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad José María Vargas. “Hacía claro lo complejo”, como dijo de su aptitud docente, su discípulo Ramón Escovar León, al contestar su discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, esa es la virtud principal en el oficio de enseñar. En la Central y la Vargas fue Decano de la Facultad.

Académico desde 2010, relevó en el sillón número 2 a su admirado maestro y amigo Rafael Caldera, a quien llamó su “padre espiritual” en ese elogio que más allá de la formalidad tradicional, pronunció de todo corazón.

Sus Actas de la Comisión Redactora del proyecto de Constitución de 1961, de la cual fue secretario, son ventana abierta para asomarnos a la calidad de los debates, la diversidad de puntos de vista, la disposición a pedir consejo y escucharlo, también a la sabiduría para encontrar entendimientos en aquel episodio estelar de nuestra vida republicana. Estelar, que no perfecto, pues perfección y humanidad nunca van juntos, salvo en la vanidad de algún ensimismado. Pero sí demostrativo de que en este país sí hemos sido capaces del entendimiento que nos permita vivir y progresar en libertad y en paz. Nunca es sobrante recordarlo.

Su trabajo de incorporación a la corporación académica, La Constitucionalización del Autoritarismo hace el boceto de “ese constitucionalismo de apariencia (que) ha vaciado de contenido los principios esenciales que orientan los sistemas democráticos”. Con esta reseña de por dónde íbamos, nos dio una pista de a dónde podíamos llegar.

Sus aportes al Derecho Constitucional venezolano, en la docencia y en la literatura especializada, tan abundantes como importantes, se quedarían en una relación fría, cicatera, si no los combinamos con el hecho de que nunca se conformó con ser uno de esos hombres honrados de Venezuela del poema de Andrés Eloy, “pero honrado nomás, sin movimiento”. Puso a prueba sus conocimientos en la práctica, así como en ella los enriqueció.

Ante el Estado venezolano que estudió para intentar comprender y transformar, o ante la política, esa actividad de la que es tan fácil hablar y en la que es tan difícil actuar, no tuvo ambigüedad. Se atrevió a tener posiciones definidas y a asumir responsabilidades.

Foto Sora Shimazaki / Pexels

Adscribió a la idea de una democracia inspirada en los valores permanentes del humanismo cristiano y en vez de refugiarse en la comodidad del ejercicio profesional que obviamente podía proveerle de mayores seguridad económica y tranquilidad personal y familiar, aceptó ser Procurador General de la República en el primer gobierno de Caldera, Ministro de Justicia en el de Herrera Campíns, y vuelta al gabinete en 1994 en tres responsabilidades, como Ministro de Estado para la Descentralización, de Relaciones Interiores y de la Secretaría de la Presidencia. Destinos públicos en los que sirvió con distinción y honradez.

Al despacho de Justicia renunciaría en 1981 “porque no le alcanzaba el sueldo para atender los compromisos con su familia”, en gesto de sincera honradez que a más de uno resultaría incomprensible e incluso hasta risible en estos tiempos.

No lleva firma la introducción al libro de Andueza El Congreso, Estudio Jurídico publicado por el Poder Legislativo nacional en 1973, cuando lo presidía otro ciudadano de ejemplar decoro republicano de nombre José Antonio Pérez Díaz. Acerca de la consistencia que empezaba a adquirir el desarrollo de la disciplina entre nosotros, allí se consigna, la contribución de Andueza con otros, en el rigor científico de aquel análisis que nunca es tarea fácil porque se requiere abstracción mental y rigidez metodológica en la interpretación, así como importantes conocimiento ajenos al jurídico en el campo la Filosofía y corrientes del pensamiento, la Ciencia Política y la Historia. Un espíritu humanista, en suma, ancho, abierto, que cabe esperar la Academia exprese al escoger al exponente del amplio campo de las Ciencias Sociales que asumirá la exigente tarea de relevarle, como a él tocó con Rafael Caldera, jurista y sociólogo, político y estadista.

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