Opinión

El último delirio... de Héctor Manrique

De "Sangre en el diván" a Bolívar: la versatilidad de Héctor Manrique en una obra hecha con textos del Libertador

Publicidad
Laponia y mi Ultimo Delirio, con Héctor Manrique, este fin de semana en Trasnocho

El viernes pasado estuve en la presentación del monólogo del actor, director y productor Héctor Manrique, “Mi último delirio: Simón Bolívar”. La obra, escrita por el mismo Héctor, junto a Pilar Arteaga y Pedro Borgo, quien también la dirige, y con la magnífica asesoría e investigación histórica de Inés Quintero, hay que verla.

Pocos venezolanos conocen en profundidad a ese personaje brillante y contradictorio que fue nuestro Libertador. En el colegio nos lo presentan como un dios, cuando la grandeza de Bolívar radica, justamente, en que no fue un dios. Fue un ser humano, con su magnificencia y sus pequeñeces, que logró grandes cosas.

Héctor Manrique está simplemente maravilloso en su papel. Me impresiona su versatilidad para mimetizarse, sobre todo después de haber interpretado, con gran éxito, a un personaje tan detestable como Edmundo Chirinos en “Sangre en el diván”. Sus movimientos en las tablas, con una puesta en escena maravillosa diseñada por él mismo, es magistral. La música, maravillosa, es de nuestro querido Aquiles Báez, cuyo temprano fallecimiento nos sorprendió a principios de esta semana.

Todos los textos de la obra fueron extraídos de los escritos del Libertador. Unos pocos, de unos de sus principales biógrafos, el general francés Luis Perú de Lacroix, quien lo acompañó en sus campañas en América del Sur. Eso hace más valiosa todavía la obra, pues es Bolívar quien habla.

Se nos ha dicho muchas veces que Bolívar murió pobre. ¡Eso no es cierto! Si bien puso buena parte de sus bienes para la causa independentista, seguía siendo dueño de las minas de Aroa:

“Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y las minas de Aroa, situadas en la provincia de Carabobo”. Eso le daba para haber vivido cómodamente el resto de su vida en Europa: “María Antonia, hermana querida. Las minas de Aroa quiero venderlas ahora que hay tanta ansia por minas y colonias extranjeras… Teniendo nosotros en Inglaterra cien mil libras esterlinas aseguradas en el banco, gozamos al año de un tres por ciento, que pasan de doce mil pesos de renta, y demás tendremos dinero de pronto para cuando lo querramos: de este modo, sucediere lo que sucediere, siempre tendrán ustedes una fortuna con qué contar”.

Su contradicción se hace obvia, cuando en otro momento dice: “Mis mejores intentos se han convertido en los más perversos motivos… ¿qué es lo que he hecho para haber merecido este trato? Rico desde mi nacimiento y lleno de comodidades, en el día no poseo más que una salud quebrantada”. Además de la salud quebrantada, tenía las minas de Aroa…

Una de las partes más entrañables, para mí, es cuando Manrique recita -y digo “recita” muy a propósito, porque la conocida como “Carta de Pativilca” que Bolívar dirige a su maestro Simón Rodríguez, es una de las piezas literarias más bellas que se hayan escrito en el idioma español:

“Maestro mío, usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto. No puede figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado. No he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presente a mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles. En fin, ha visto mi conducta, ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y usted no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte, fructífera, he aquí mis frutos…».

Pero las partes más impresionantes son en las que Bolívar habla como si fuera un clarividente:

“Mi primer día de paz será el último de poder. Puta Patria”.

“Yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1o) la América es ingobernable para nosotros. 2o) el que sirve una revolución ara en el mar. 3o) la única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4o) este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5o) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6o) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.

No quiero contarles más, porque quiero que vayan a verla. Solo añado las últimas sentencias:

“Si algunas personas interpretan mi modo de pensar y en él apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable: en mi nombre se quiere hacer el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates”.

¡Palabras ciertas! ¡Aplausos de pie para todos los que han hecho posible esta obra!

Publicidad
Publicidad