Opinión

Aly Khan: ¡el más grande!

Estas son unas líneas que escribo para recordar a una de mis grandes influencias en la narración y quien, por casualidad, terminó convirtiéndose en un ser muy cercano: el gran Virgilio Decán

Publicidad
Aly

Las noticias vuelan. Las buenas y las malas también. Aunque su avanzada edad pudiera haber dado la campanada de que ya quedaba poco de la vitalidad del “Príncipe”, son esas nuevas las que jamás hubiésemos deseado recibir.

En mis líneas en El Estímulo, es el beisbol el hilo conductor de cada entrega. No obstante, cuando tenemos la obligación de referirnos a personajes o hechos importantes de la actividad deportiva en general, siempre habrá cabida para su grandeza.

Y es que hablar de Virgilio Decán implica retroceder a una época maravillosa que nos devuelve a las transmisiones dominicales de “Monitor Hípico”.

Es revivir la película de nuestra adolescencia, cargada de ilusiones y proyectos. Es repetir la búsqueda de la “Gaceta Hípica” y la confección del cuadro del “5 y 6”.

Y, en mi caso particular, significa reconocer la presencia y clara influencia del mejor narrador hípico del planeta en lo que posteriormente fue mi carrera dentro de la narración deportiva.

Desde pequeño en las reuniones…

Algún adulto, miembro de la familia, una vez que el tercer o cuarto escocés le tocaba la fibra deportiva, me llamaba. “Kike, ven acá mijo”. Ya sabía lo que venía a continuación e instintivamente preparaba mi garganta. “Enséñele al doctor (siempre había uno cerca), como narra las carreras Aly Kahn…”. Inmediatamente, enderezaba el cuerpo y vociferaba, convencido de que la imitación era fidedigna y creíble: “Atención… Segundos para el arranque… Partida…!”. Tantas ocasiones llegaron a manifestarse con las solicitudes de imitación (con 6 años, según recuerdo), que llegué a memorizar una carrera imaginaria con final dramático incluido.

Después de la sección del hipismo, aparecía el segundo acto del “show”, en el que aparecía, como por arte de magia, Delio Amado León.

Era entonces, la simbiosis perfecta para un jovencito de 6 o 7 años: las carreras de caballos y el beisbol, en una sola presentación. ¿Ven que si existe esa relación?… sigo contando…

El tiempo hizo lo suyo: pasar. Y al final me decanté por la actividad narrativa relacionada con el beisbol. Esa actividad facilitó que pudiera conocer (a unos más que a otros), esos ídolos que desde niño habían estado siempre presentes.

Primer encuentro con Aly Kahn

Entrando a un restaurant en Caracas, me detengo en la puerta porque había cierto revuelo con un personaje que venía saliendo del establecimiento. Saludaba y, lo mas llamativo, lo saludaban con mucho cariño y evidentes frases de admiración. Era el Príncipe en todo su esplendor. Era el hombre de lentes oscuros y traje impecable, con un perfume que se detectaba a kilómetros de distancia.

Casi quedamos frente a frente. Atiné a decirle: “¿Cómo le va Don Virgilio?”. Cuando esperaba un simple y cumplidor saludo de respuesta, me quedé pálido cuando escuché, con la misma voz del “Clásico Simón Bolívar de 1970” … “Luis Enrique Sequera. Anoche me desvelé mientras narrabas el juego de los Yankees. El equipo debe mejorar a ver si son campeones de nuevo. Buen trabajo…”.

Esa noche, casi no dormí. Imagínense, Aly Kahn, el ídolo, al que de niño imitaba, me reconoció en la calle y su saludo fue claro y efusivo… con testigos ante quienes presumir del encuentro.

“Al final me cambiaste…”

Y esto es consecuencia del segundo encuentro. Más formal. En un evento publicitario. Allí conversamos con más calma, sorteando las interrupciones por la cantidad de gente que quería una foto o estrecharle la mano. Fue, durante toda su vida profesional, una autentica celebridad. Era quien dominaba el estamento de la narración hípica y no sólo en Venezuela. Fue (y sigue siendo) la gran referencia de todo el que se iniciaba en la actividad de la narración de carreras de caballos. Era el parámetro y a la vez el “gran enemigo”, si quien comenzaba no hallaba rápido su propio estilo. Quedarse para imitarlo, era un riesgo extremadamente grande.

En la mesa, le hago referencia a las imitaciones de hacía cuando era niño. Siguió con atención la historia y no hacía gesto alguno cuando, en medio del cuento, trataba de poner la voz como la suya.

Al final del intercambio, volvió la reciedumbre de su voz, y con tono pícaro y confianzudo, sentenció: “Pero al final te gustó más la pelota. Terminaste cambiándome por Delio Amado…”.

Después lo veía con frecuencia y de esos encuentros me quedó la foto desenfocada que ilustra este trabajo.

En una que otra fiesta, reuniones del mundo de la publicidad, restaurantes, galas hípicas, homenajes y hasta en entrevistas que logramos hacerles en programas de radio.

Siempre atendía. Y hasta daba la sorpresa de aparecer en persona cuando sólo un saludo telefónico era, en sí mismo, una maravilla.

En paralelo, la amistad con sus hijos Vladimir e Ivanova. Con ellos compartimos muchísimo dentro y fuera de Venezuela, en convenciones del universo asegurador.

A través de ellos, mantenía fresco el reporte de la salud de Virgilio.

El paso inclemente del tiempo comenzó a hacer su trabajo. Su salud comenzó a debilitarse y llegó la noticia a través de Ivanova: “El Príncipe” había partido.

No sin antes ver, en persona, en su amado hipódromo de la Rinconada, un Clásico con su nombre.

No sin saberse querido, respetado y admirado por varias generaciones que lo considerarán como “el mejor de todos los tiempos”.

Es un destino que todos tendremos. La gracia, es hacer el camino con decencia, seriedad y profesionalismo. Estoy seguro de que Don Virgilio emprendió ese camino en paz y satisfecho por sus logros.

Yo, agradezco haber podido hablarle, contarle y darle un abrazo en el mejor de sus momentos.

Hasta siempre Príncipe…

¡Falta mucho aun…pero falta menos…!

Publicidad
Publicidad