Opinión

El paciente trabajo de la política (lecciones de Benedicto XVI)

Ramón Guillermo Aveledo repasa la doctrina acerca de la política de Josef Ratzinger, el papa Benedicto XVI

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benedicto xvi
AFP / Archivo

Además de su brillantez intelectual y su noble ejemplo de suprema responsabilidad al no aferrarse al poder asociado a una tarea cuando sentía que ya no le alcanzaban las fuerzas para cumplirla, Josef Ratzinger, el teólogo alemán que conocimos como romano pontífice con el nombre de Benedicto XVI, nos legó una doctrina acerca de la política, en la línea de Santo Tomás Moro, recordado por él en su visita de 2010 a Londres, en el emblemático Westminster Hall el mismo salón del parlamento británico que vimos por televisión con motivo de las exequias de Isabel II.

Moro es santo patrono de los políticos y gobernantes desde que así lo proclamara San Juan Pablo II, jurista y estadista, en consideración de su ejemplo de la “inalienable dignidad de la conciencia”, por su testimonio de coherencia moral hasta el sacrificio de su propia vida.

Un pequeño volumen titulado La caridad política, recoge discursos suyos en Milán, Berlín y Praga, además de la capital inglesa. Uno de sus antecesores, Pío XI, colocó un deber ser muy elevado al considerarla “la forma más alta de la caridad” y varios papas, incluido Francisco, han reiterado el concepto.

“La primera cualidad de quien gobierna es la justicia, virtud pública por excelencia porque atañe al bien de toda la comunidad…”, pero no basta por sí sola, si no la acompaña el amor a la libertad, virtud ésta amada por los buenos como los malos aman la esclavitud. “El Estado- declaró en la misma alocución milanesa de su Encuentro con las Autoridades- existe para los ciudadanos”.

En Berlín citó a San Agustín “Quita el derecho y entonces ¿qué distingue al Estado de una banda de ladrones?”. Recordó a los parlamentarios alemanes de la trágica experiencia de esa nación cuando el poder se divorció del derecho, lo pisoteó, se convirtió en instrumento de su destrucción, transformando el Estado en “una cuadrilla de bandidos muy bien organizada” capaz de amenazar al mundo entero porque “servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político”.

La inclinación natural a la moderación es básica para “alcanzar un genuino equilibrio” entre ejercicio del poder y derechos de los ciudadanos, pero hay un sentido lógico de todo, “Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia”. La fundamentación ética de las deliberaciones políticas no corresponde a la religión, tampoco proponer soluciones concretas, porque la democracia incluye y supone la participación de los no creyentes, dado que una acción justa de gobierno depende de la razón y no de la revelación: “Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.

La solidaridad, recordó en Londres, debe concretarse en ideas nuevas y acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida en aspectos como la alimentación, el agua potable, el empleo, la educación, el apoyo a las familias “sobre todo emigrantes”, la atención básica, la salud.

Las personas tienen aspiraciones y expectativas en la acción gubernamental que exigen “nuevos modelos de vida pública y de solidaridad entre naciones y pueblos. La libertad encuentra “su significado más profundo en ser una patria espiritual”. La encrucijada de la civilización en la que vivimos –reflexionó en Praga ante políticos y diplomáticos- está marcada “por la alarmante escisión de la unidad de bondad, verdad y belleza y por la consiguiente dificultad para encontrar consensos…”. Ahí es donde cobran relieve los valores, la herencia cultural signada por las enseñanzas del cristianismo en nuestra civilización.

Veritas vincit. La verdad vence, destaca el lema de la bandera del Presidente de la República Checa: “Al final, realmente la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, al testimonio heroico de hombres y mujeres de sólidos principios, al diálogo sincero que sabe mirar, más allá de intereses personales, a la necesidad del bien común”.

¿Cómo construir un mundo unido y fraterno? Responde con un llamado que puede parecer cándido, pero es que frecuentemente la verdad está en lo más sencillo y obvio aunque no exento de dificultades: “…recobrar la confianza en la nobleza y grandeza del espíritu humano por su capacidad para alcanzar la verdad, y dejar que esa confianza nos guíe en el paciente trabajo de la política y la diplomacia”.

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