Opinión

Sin vela en este entierro

¿Cómo se vivieron aquellos días de la muerte y velorio de Hugo Chávez? Lo recordamos con este texto reeditado de Oscar Medina

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Archivo

“Dame chance para pensar algo…ahora estoy en casa con mis cachorros porque no se sabe qué pueda pasar en la calle. Esperemos las próximas horas a ver…”: esa fue la respuesta que le di al coordinador de una revista chilena que me proponía buscar algún ángulo para abordar la muerte de Hugo Chávez (ocurrida el 5 de marzo de 2013) más allá del vendaval noticioso y los miles de recuentos sobre su vida y obra.

Toda esa cosa romántica sobre lo que debe ser un periodista indica que en un momento como este uno lo que debería hacer es estar en la calle, metido de cabeza en los acontecimientos. Dejen que les cuente algo: cuando tienes hijos y se percibe esa oleada de incertidumbre en la ciudad, tu prioridad está clara. Pero, además, ¿qué cosa ocurría en la calle tras el anuncio oficial? Mi percepción fue que casi todo el mundo aquí buscó la manera de llegar a su casa antes de que pasara lo que creíamos que podía pasar: saqueos, despelotes… ya saben: esta es la Caracas del desmadre. Y nada de eso ocurrió: algunos seguidores de Chávez fueron a expresar su dolor frente al Hospital Militar y algunos otros a la Plaza Bolívar.

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La gente salió en masa a despedirlo. Foto Archivo

Desde mi balcón vi dos cosas: el tráfico y a un corresponsal que durante horas estuvo grabando parado en el mismo lugar. Un lugar donde no ocurría nada, desde donde no se podía explicar qué era lo que sucedía en la ciudad al comienzo de la era sin Chávez, al comienzo de la era Maduro.

Allí mismo lo volví a ver en la mañana, reportando quizás sobre la salida el sol, sobre el avance de las hormigas, sobre la basura acumulada en la acera. Quién sabe…

Resultó difícil dormir esa primera noche, atiborrado de informaciones, de comentarios, de desinformaciones, de chistes, de estupideces, de insultos… échenle la culpa a Twitter. Pero en algún momento sostuve dos conversaciones vía chat para pulsar extremos.

Chat 1:

-Y se murió “el caballo”
-Esta noche me fumo un Davidof cubano…
-En serio vas a prender un Davidof? (se trata de un habano de colección, muy costoso)
-Ya estoy dándole. Möet y el fresquito… Es una crema, el humo espeso suave con un toque picante…

Chat 2:

-Y se murió “el caballo”
-Sí señor, qué cagada… Y yo llegando a Europa.
-Bueno, mejor allá que aquí
-Quizás para la mayoría, pero para mi no lo creo así
-Te pone triste la vaina?
-Claro, marico, el gran drama de vzla (s.i.c.) es que nunca se entendió lo que proponía Chávez. Hubo errores y retaliaciones, sí, es verdad y estuvo mal… Por otro lado me preocupa lo que viene para un país en manos de Maduro y Cabello. No puede esperarse nada bueno. Mal que bien Chávez construyó un país medianamente más justo. Y nadie lo había hecho! Ahora lo que viene es gangsterismo puro! Y dentro del chavismo se podrán ganar las próximas elecciones, pero al corto plazo viene ruptura de los chavistas con quienes están mandando por su forma y estilo de hacer las vainas.

A las 11 de la mañana del miércoles 6 de marzo voy a la Plaza Bolívar. El 18 de febrero esto era una fiesta de gente alborozada y feliz porque su comandante había regresado al país, porque habían visto unas fotos, porque Chávez se salvaba y era indestructible. Hoy es otra cosa: gente llorosa, un grupo que mira la salida del cortejo fúnebre por televisión en la esquina caliente. Llanto. Lamentos. Silencio. Miradas perdidas.

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Funerales de Hugo Chávez. Foto Archivo

Frente a la Asamblea Nacional hay un toldo vacío. Inútil, en realidad. Como si alguien lo hubiera dejado allí abandonado. Y lo que se escucha es lo de siempre: “compro oro, plata, oro”. El 18 aquí bailaban, cantaban, compraban relojes con la imagen de Chávez, hacían el trencito y un barbudo explicaba que Chávez había venido al mundo con una misión: acabar con el capitalismo. ¿Y ahora? Compro oro, plata, oro…

Bajo hacia Plaza Caracas siguiendo a un grupo de personas uniformadas de rojo. Buscan la ruta del cortejo fúnebre. Frente al Teatro Municipal los motorizados hacen ruido. Se escuchan comentarios: ya lo sacaron, va a pasar por aquí, por allá, por la plaza aquella. Sigo a las banderas, a las camisas rojas, a la gente llorosa que camina hasta la plaza O’Leary.

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Miles de personan se trasladan hasta la sede la Academia Militar de Caracas, para rendirle tributo a Hugo Chávez. Foto Harold Escalona / Archivo

Y la vista aquí de la avenida San Martín es así: miles de puntos rojos que terminan por hacerse borrosos hasta que los ojos ya no dan más y que se ven en movimiento, vienen hacia acá, escoltando la carroza fúnebre en una procesión que –lo sabremos después- durará más de siete horas hasta su destino en la Academia Militar.

Las ventanas de los bloques de El Silencio están todas abiertas. Gente asomada, banderas, pancartas. También hay personas en los techos. Todos quieren ver esto, ver el paso del cortejo, ver la urna, ver algo porque durante meses lo único que vieron del comandante fueron esas fotos donde aparecía con exceso de rubor en las mejillas sosteniendo un ejemplar del Granma. Nada más.

Atrás, debajo de un toldo, el perifoneador de este punto celebra la intervención de una niña de cinco años que dice “Chávez somos todos”. Al lado, un hombre reflexiona: “La verdad es que prácticamente a Chávez lo mataron”. Y expone una teoría fantasmagórica: “Con ese poco de maldiciones que le echaban todos los días lo mataron. ¿O tú crees que eso no afecta, que te estén maldiciendo así todo el tiempo?”.

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También llevaron a los niños. Foto Harold Escalona / Archivo

De pronto, el enjambre de motos se hace mayor y más ruidoso. Van, vienen, dan media vuelta. Ahora parece que se acerca el cortejo y eso es lo que creemos hasta que la señora que tengo adelante, en primera fila, se entera de que van a desviar el camino por la avenida Lecuna y se queja –“Eso no puede ser, vale, no puede ser”- pero no hay quien atienda su reclamo.

Ya en la Lecuna el helicóptero de la policía está sobre nuestras cabezas y eso indica que Chávez está cerca. Las motos que aparecen son de mayor cilindrada. Sin placas, como de costumbre. Policías con armas largas. “Ya va a pasar, ya va a pasar”, dice alguien. Y aquí caigo en cuenta de que pareciera que muchos están esperando que el hombre aparezca agitando los brazos, lanzando besos, gritando consignas. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por presenciar un capítulo importante de la historia? ¿Por curioso? ¿Por el oficio? ¿O para convencerme de que sí es verdad que ha muerto Hugo Chávez?

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En la avenida Lecuna. Foto Carlos Hernández / Archivo

Y alcanzo a ver el féretro, cubierto por una bandera con ribetes dorados. Hay flores. Hay boinas rojas. El ataúd marrón brilla bajo el sol del mediodía. Hay voces que lo llaman. Chávez, Chávez, Chávez. Pero ya no hay Chávez. Lo que hay es lo que ves: a El Aissami, a Jaua, a García Carneiro. Lo que hay es un Maduro altísimo, con el rostro compungido. Lo que hay es un Jorge Rodríguez, un Rafael Ramírez enrojecido. Lo que hay es una van donde veo la verdadera cara del dolor: María Gabriela Chávez, lentes oscuros, la cabeza recostada a la ventana, la expresión ausente, perdida entre la multitud que la mira pasar. ¿Cómo será su vida de ahora en adelante? ¿Cómo será la nuestra?

Apenas empezaremos a saberlo cuando termine este prolongado funeral.

Este texto fue publicado originalmente, en marzo de 2013, en Prodavinci y republicado hoy en El Estímulo, a 10 años del fallecimiento de Hugo Chávez, con permiso del autor.

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