Opinión

El golpe del 11 de septiembre en Chile desde la plaza El Venezolano

Así fue como mitin en el centro de Caracas reunió a las fuerzas de la izquierda venezolana en solidaridad con el Chile de Salvador Allende, pocos día después del golpe del 11 de Septiembre. Entonces, un "fake news" brotó de repente para entusiasmar y después desengañar a jóvenes soñadores y a veteranos dirigentes.

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Chile: la caída de Allende

Una semana después del golpe del 11 de septiembre de1973 en Chile, encabezado por el general Augusto Pinochet y en el que murió el presidente socialista Salvador Allende, varios movimientos de la izquierda venezolana organizaron en la caraqueña Plaza El Venezolano, antigua plaza de San Jacinto, un mitin de protesta y solidaridad con el pueblo de la nación hermana.

Morían en Chile la democracia y la esperanza de ir al socialismo por vía pacífica, ahogadas con sangre, cárcel, tortura, exilio, mordaza y hambre por los militares que gobernarían el país con puño de hierro durante 17 años.

Allende, en Chile gobernó el primer presidente de izqueirda elector por el pueblo
Salvador Allende, presidente de Chile muerto el 11 de septiembre de 1973. Primer presidente de izquierda electo por voto popular.

Por contraste, Venezuela entraba en la festiva recta final para las elecciones del 9 de diciembre de ese año, ganadas por “ese hombre sí camina”, Carlos Andrés Pérez, y por su partido Acción Democrática (AD), de tendencia socialdemócrata, en una nueva demostración de alternancia en el poder que tenía como presidente en ese entonces a Rafael Caldera (1969-74), líder del partido socialcristiano Copei.

Esa democracia electoral se ampliaba con el debut de dos formaciones de izquierda que venían de regreso de la lucha armada de la década de los años 60, el Movimiento al Socialismo (MAS), escindido en 1971 del ortodoxo Partido Comunista (PCV), y el grupo que retuvo el nombre del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que acababa de ser habilitado para concurrir a las urnas.

Aunque solo dos fórmulas tenían opción de victoria, la de Pérez-AD y la de Copei y su candidato Lorenzo Fernández, la izquierda libraba una agónica lucha por el tercer lugar, entre los emergentes MAS y MIR con José Vicente Rangel como abanderado, y la del ya declinante Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) en alianza con el PCV, cuyo candidato era Jesús Ángel Paz Galarraga.

Completaban el paisaje izquierdista las disidencias del PCV (el PRV-FLN-FALN) y el MIR (OR y Bandera Roja) que aún sostenían la tesis de lucha armada, grupos como Izquierda Cristiana, Vanguardia Popular Nacionalista y la naciente Causa R, y agrupaciones que habían dado algunas pinceladas de izquierda a sus retratos, como Unión Republicana Democrática (URD), del histórico líder antigomecista Jóvito Villalba, o Fuerza Democrática Popular (FDP) del exadeco y exmirista Jorge Dáger.

Con Chile en el puño y corazón

Pues bien, representantes de varias de esas formaciones organizaron el mitin de respuesta al golpe en Chile, y a la plaza El Venezolano acudimos esa tarde entre 2.000 y 3.000 personas, en su mayoría jóvenes militantes de las distintas organizaciones, llevando pancartas, carteles, volantes y consignas con el denominador común de rechazar el golpe fascista en Santiago y, de paso, promocionar las posiciones políticas de cara a las venideras elecciones.

Animaba y moderaba el acto el inolvidable Héctor Mujica, graduado de periodista en la Universidad de Chile, profesor de generaciones de comunicadores y el mejor relacionista que han tenido los comunistas venezolanos en toda su historia. Su voz, dicción y verbo impecables lograban imponerse sobre el vocerío y las consignas a veces contrastantes –pueblo a las urnas vs lucha armada- de los grupos más bulliciosos entre el centro y el fondo del mitin.

Ya desde antes del mitin y a pesar de la unificadora causa contra el golpe se manifestó la división entre izquierdas. El MEP y otros grupos quisieron invitar al FDP. Al fin y al cabo suscribía tesis progresistas, Dáger pasó por el MIR y, por añadidura, estuvo en Chile exiliado durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1948-58) y fue de los adecos que, como el patriarca fundador de AD, Rómulo Betancourt, hicieron amistad con Allende y otros dirigentes socialistas.

Pero tenía un pecado reciente, a ojos de unos cuantos izquierdistas: en la contienda electoral de 1973, después de coquetear con la “Nueva Fuerza” del MEP-PCV (durante meses también estuvo URD), decidió apoyar a Fernández, el “delfín” de Caldera y candidato copeyano. Y Copei, destacaban, era hermano del Partido Demócrata Cristiano de Chile, que había retirado su apoyo a las propuestas de salida a la crisis en el país austral planteadas por Allende, lo que habría derribado la última barrera institucional para el golpe que ya estaba en marcha.

Así, el MAS, que las encuestas señalaban claramente como la primera fuerza electoral de izquierda en la capital, y que contaba con una fuerza universitaria capaz de nutrir ese y otros mítines, condicionó su asistencia a que se negase la participación del FDP, negándose a “lavarle la cara” al partido de Dáger. Lo logró, y así se hizo.

Se fueron turnando los oradores, de fuerzas políticas que actuaban en la legalidad. Habló el embajador chileno en Venezuela, Luis Henríquez Acevedo, el “Negro Henríquez”, diplomático de carrera ya fallecido, un sosegado socialista que anunció su decisión de permanecer en la lucha con la ayuda de los venezolanos. La dictadura le impidió regresar a su país durante 11 años.

Todos ofrecieron solidaridad efectiva con los trabajadores y el pueblo de Chile, sostener su resistencia y lucha, denunciar los crímenes de los golpistas, acoger a quienes debieran huir de las garras de la dictadura, e intensificar las luchas dentro de Venezuela y más allá de las fronteras para sostener la causa socialista chilena.

Recuerdo al orador del MIR, aún no deslastrado del lenguaje de la insurrección, ovacionado cuando anunció que su partido ya preparaba a un grupo de militantes con experiencia en lucha armada guerrillera (el MIR fue un grupo insurrecto entre 1962 y 1968), para enviarlo a combatir junto a la resistencia que nacía en Chile.

Clausuró el mitin Luis Beltrán Prieto Figueroa, figura tutelar del MEP y quien había sido el candidato presidencial del movimiento en 1968, después de liderar la tercera y masiva división de AD un año antes.

“Un amigo de Salvador Allende durante 40 años, que no son 40 días”, lo presentó Mujica.

Prieto dio uno de sus pedagógicos discursos y los asistentes recogimos las pancartas y nos fuimos a casa en paz y a seguir oyendo noticias provenientes de Santiago.

Una mentira piadosa desde Chile

Pero antes se presentó un episodio, para mí imborrable anécdota que me ha acompañado estos 50 años:

En uno de los intermedios entre oradores, desde la tarima se anunció la lectura de un cable de una agencia de noticias, sin especificar cuál. Decía el cable que, de acuerdo a informes de última hora, una poderosa formación del ejército chileno, comandada por el general Carlos Prats y leal al gobierno de Unidad Popular que presidió Allende desde noviembre de 1970 hasta su muerte, avanzaba desde el sur de Santiago hacia la capital para, con evidente apoyo de formaciones obreras, desalojar a los golpistas y restablecer el poder legítimo.

Prats fue comandante del muy vertical ejército chileno desde octubre de 1970 hasta el 23 de agosto de 1973, cuando lo reemplazó Pinochet. Siempre apoyó al gobierno constitucional de Allende –incluso fue ministro y vicepresidente- y lo demostró con riesgo de su vida al sofocar personalmente frente al palacio presidencial de La Moneda un intento de golpe en junio de 1973, conocido como “el tancazo”. Exiliado tras el golpe pinochetista, fue asesinado junto con su esposa Sofía Cuthbert en un atentado en Buenos Aires, en septiembre de 1974.

Cuando se anunció el supuesto avance de las fuerzas leales la plaza El Venezolano fue un solo rugido de celebración. Aplausos, vítores, consignas y entusiasmo. Era obvio.

En los cinturones obreros de Santiago habría miles de trabajadores prestos a empuñar las armas junto a los soldados leales para restablecer la democracia y quizá dar un nuevo paso en dirección al socialismo. Así veía Allende el papel de la fuerza civil cuando pidió al pueblo que no se inmolase, pero obreros tras una fuerza militar decidida a reimplantar la democracia era una garantía de triunfo.

Pinochet gobernaría Chile  con hierro y muerte durante 17 años
Augusto Pinochet, durante su largo régimen en el poder Chile.

Entonces dos o tres de los compañeros se zafaron de nuestro grupo para ir hacia la tarima a preguntar y hasta proponer que ya no fuese todo lamentos y solidaridad ante un golpe triunfante, sino entusiasta acompañamiento de una lucha que se presagiaba victoriosa. Al pie de la tarima encontraron al irreductible revolucionario Domingo Alberto Rangel, fundador del MIR, quien se había adelantado con una propuesta similar. Fue entonces cuando la respuesta desde la tarima llegó en forma de sentencia lapidaria para los militantes de esa jornada, y de mensaje de nítida cautela para los periodistas de siempre:

«Son noticias sin confirmar»

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