Salud

El des-legado del hospital Dr. José María Vargas

En emergencia no hay personal suficiente para atender al promedio de 70 personas que ingresan a diario. Sólo funcionan cuatro quirófanos y casi siempre se inundan con aguas negras. Los gatos hicieron del hospital su hogar y la estructura presenta graves problemas con hongos en las paredes  y equipos dañados.

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Texto: Jefferon Díaz @Jefferson_Diaz | Fotos: Andrea Hernández @andrernandez

En la antesala a la emergencia del hospital Dr. José María Vargas en Caracas hay un puesto de venta de café y chucherías para los que esperan su turno. Ahí, en ese cuarto que no supera los cinco metros cuadrados, está una radio que vivió mejores épocas y siempre sintoniza emisoras  de salsa o merengue. No logro distinguir si lo que suena es Juan Luis Guerra con su “No me diga que los médicos se fueron” o Rúben Blades con “Decisiones, cada día, alguien pierde, alguien gana, ¡Ave María!”. Mientras me acerco para escuchar mejor, llega la llamada para  iniciar el recorrido.

Los que saben advierten que hay que estar pendientes de tres tipos de vigilancia: los milicianos, el personal de seguridad del Ministerio para la Salud y los miembros de los colectivos de Cotiza y Altagracia que siempre patrullan. Una raya más para el tigre con la que deben lidiar doctores, enfermeras y demás personal que trabaja en el Vargas.

En realidad, que sobrevive en el Vargas.

El área de emergencia es mucho más amplia que la del Hospital Universitario de Caracas (también conocido como el Clínico Universitario); sin embargo, está envuelta en un calor pegajoso. En septiembre del año pasado, el aire acondicionado se dañó y no se ve ningún personal -o ninguna intención, como dicen los médicos- que acuda de parte de la dirección del hospital para arreglarlo. Pacientes, enfermeras y doctores recurren a técnicas de beduino para soportar los vaporones del mediodía y las noches de calima.

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“Nos preocupa mucho la unidad de trauma shock. Ahí tenemos a tres personas conectadas a máquinas de soporte vital y están sufriendo con estas temperaturas. Esto eleva las probabilidades de que surjan bacterias que contaminen las salas”, comenta uno de los médicos de guardia.

Emergencia tiene 22 camas instaladas que son insuficientes para el promedio de 60 a 70 personas al día que llegan. Muchas veces el paciente tiene que esperar entre 8 y 12 horas afuera para que le den ingreso, por lo que la plataforma que sirve para subir las camillas con los enfermos se transforma en un dormitorio improvisado.

Aquí las carencias se traducen en diversos ejemplos: no hay soluciones fisiológicas de ningún tipo, tratar de conseguir antibióticos de amplio espectro es una lotería y el personal de enfermería es escaso para atender a un joven con una herida por arma de fuego, otro que necesita una diálisis o un herido por accidente de tránsito.

Hablar con los pacientes es difícil. Al menos que les preguntes por su historia clínica o cómo se sienten. Se muestran precavidos ante una pregunta que se salga de lo que ellos creen que debería saber un doctor. Además, está el agravante de que cualquiera que sea empleado del hospital es un posible informante de la dirección.

Así de paranoicos están aquí.

“Te lo explico con un sencillo ejemplo. El director de traumatología les dijo a sus residentes que si los veía involucrados con alguna sociedad médica que reclama por mejoras en el hospital los expulsaba del postgrado. Sin derecho a ‘pataleo’”, comenta uno de los doctores. Las cosas se pueden decir mientras no tengan nombre y apellido.

Algunas enfermeras cuentan que la mayoría de los que están hospitalizados son parientes de personas que trabajan en algún organismo del Estado, por lo que les da miedo quejarse y quizás por eso los saquen del hospital.

Hospital Vargas sala maduro

Sarah Barreto no es una de esas personas. Tiene 54 años y viene de Guarenas. Ingresó por emergencia a finales de febrero con una cirrosis aguda y esperó una semana mientras le conseguían una cama en una de las salas de medicina interna para hospitalizarla.

“Mientras estuve en emergencia yo tenía que lavar el baño porque el personal de mantenimiento no tenía desinfectante. Mi hermano lo traía y por las noches yo pasaba coleto”, relata.

Sus pies están muy hinchados y tiene moretones en el rostro y los dos brazos. No se queja de la doctora que la atiende ni de las enfermeras. Sólo tiene palabras para recalcar que le ha costado mucho conseguir las medicinas para su tratamiento y que las camareras del hospital solo les dan pollo de comer.

“Aquí hay personas que necesitan una dieta específica. Sus familiares son los que tienen que traer la comida porque sólo se sirve lo que haya”, lamenta. 

Antes que le dieran de alta, les dijo a los doctores que tiene unas ampollas de Clindamicina que puede donar. A pesar de que una caja de cuatro unidades le costó 12 mil bolívares, ya no las necesita.

Ella es muy alegre, siempre habla con una sonrisa y me cuenta que tiene un hijo de 11 años. Me pregunta cuándo podrá comer salsa de soya otra vez y concluye que no quiere volver a estar en esta situación. “Menos en un hospital”, aclara.

Una estructura agotada

El Hospital Dr. José María Vargas fue inaugurado en 1891. Su construcción se planificó durante la presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl para entregar a Caracas su primer centro de salud de envergadura. Antes del Vargas, la ciudad contaba con casas de asistencia para tratar a sus enfermos y estos lugares no tenían los requisitos indispensables para ofrecer servicios de calidad.

Como una réplica del hospital parisino Lariboisiére, el Vargas tendría unas mil camas de hospitalización -cifra que nunca alcanzó y hoy en día se conforma con 300 operativas-, y cumple funciones educativas gracias a un acuerdo con la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

La estructura se divide en dos alas: sur y norte. Entre ambas hay al menos 30 salas de atención que se dividen entre medicina interna, traumatología y cirugía plástica, entre otras. Pero algunas de estas áreas están cerradas por remodelación -dos tienen un año esperando su reinauguración. Por ejemplo, una que funcionaba para Medicina Interna se cerró porque un hongo se apropió de las paredes.

Hospital Vargas Pipotes agua almacenamiento

Todos los baños para los pacientes están en pésimas condiciones. En su mayoría albergan recipientes con agua potable porque el servicio es inestable en el hospital. “A veces el agua llega una vez cada dos días”, comenta uno de los pacientes en el área de Emergencia.

Las residencias para que los doctores de guardia pasen la noche parecen nichos. Los colchones están manchados, las literas crujen por el óxido, los baños tienen piezas rotas y las puertas carecen de cerraduras. Ante esta situación, y para mantener el buen espíritu, los residentes usan las paredes de sus habitaciones para dejar mensajes de aliento -y de rabia- a sus sucesores. Alentando a seguir la lucha por la salud de Venezuela.

Terapia Intensiva tiene catorce camas pero nada más funcionan cuatro. El resto es chatarra, nunca las cambiaron y ahora están abandonadas en cualquier espacio que permita el hospital. Oxidándose y sirviendo como receptoras de polvo.

El hospital mantiene su aura de finales del siglo XIX, los techos son altos y en las noches frías, las brisas que bajan del Ávila recorren toda la estructura a través de sus jardineras. Pero hay muchos espacios a oscuras, muchos recovecos abandonados donde la delincuencia se ha encargado de atacar a los familiares de los pacientes y a plantar historias de venta de estupefacientes dentro del recinto por algunos delincuentes que saltan las paredes del ala norte.

Hospital Vargas

La morgue tiene el olor propio de la descomposición de la carne: las tres cavas están dañadas y el piso está manchado de sangre. Lo irónico es que a pocos metros está la cafetería y un área de hospitalización.

Hay que resaltar que la sala 24 es denominada “la VIP”. Los médicos cuentan que el ingreso a este sitio debe ser aprobado por el director del hospital. En general los pacientes que están ahí se vinculan a la dirección del Vargas o de algún director del ministerio de salud.

El paraíso de los gatos

Corre el año 1980, mi mamá tiene doce años y debe llevar a la emergencia del Vargas a mi abuela por una peritonitis. Si no la operan de inmediato morirá.

Le dicen que no hay quirófanos disponibles y hay que esperar. Mi abuela pasa en terapia intensiva diez horas antes que la ingresen a cirugía y gracias a la atención constante de un residente logra sobrevivir.

Mi mamá pasó varias horas durmiendo en unas escaleras. Sola y sin ningún tipo de información me  cuenta que el hospital a las doce de la noche parecía el escenario de una película de terror y que nunca olvidará esta imagen: se abren las puertas de un ascensor y ve asomarse una camilla empujada  por un enfermero con un cuerpo hacia la morgue.

Hospital Vargas muerto morgue

Luego de la operación mi abuela pasó hospitalizada una semana antes de que le dieran de alta. Ella me dice que lo que más recuerda de aquella vez, a parte del dolor, es la cantidad de gatos que viven dentro del hospital.

Actualmente, al menos hay unos cincuenta mininos que se pasean entre las salas. Los familiares de los ingresados les dan de comer y también se aprovechan de la basura y desperdicios que se desbordan de los pipotes para alimentarse. En 2011, la dirección del hospital trató de controlarlos al coordinar una jornada de esterilización, pero fue ineficiente ante el precario mantenimiento que recibe el Vargas y lo hace propenso a la proliferación de ratas.

No sólo la cantidad de gatos me impresiona, también el olor a aguas negras que inunda ciertas áreas. En especial, en los quirófanos. Hay ocho instalados pero solo sirven cuatro. Dos se usan como depósitos para equipos dañados, y el resto se vigila porque las tuberías se rompen a cada rato contaminándolos. Hoy está habilitado solo uno.

Antes de salir del hospital, en el área de trauma shock, se escuchan los gritos de un paciente: “¡No me dejen morir! ¡Por favor, no me dejen morir!”. Un joven de 24 años ingresó con un tiro en la pierna derecha y está escoltado por dos policías. Supuestamente intentó robar un vehículo cerca del Ministerio para la Educación, en el centro de la capital. Lo ponen en espera, hasta que se habilite el quirófano que en estos momentos está ocupado por un herido con arma blanca.

Otro día más en el Vargas.

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