Salud

Reír y amar para no morir sin medicinas

Rodolfo tiene 75 años y, al menos, 15 de estos padeciendo diabetes. Se enteró tras una serie de exámenes oftalmológicos. La vista le fallaba y también presentaba niveles altos en azúcar. Inició un tratamiento tradicional para la diabetes que incluía cuidado para el corazón, su tensión arterial y sus órganos blandos. Desde ese momento, Rodolfo entendió que era un padecimiento silente que debía tratarse de inmediato y mantener controlado o, de lo contrario, aumentarían las consecuencias.

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El inicio de su enfermedad, según describe, no generó mayores preocupaciones: su esposa Magaly le apoyaba; el servicio de la farmacia de la universidad le proveía las medicinas a un costo razonable; no era difícil mantener una dieta sana y rigurosa en cuanto a horarios, contenido y frecuencia. La vida transcurría con cierta normalidad, puesto que los ingresos de su jubilación bastaban para cubrir los gastos.

Tanto Rodolfo como Magaly coincidían en que algo que ellos valoran desde su vejez, es el valor de sentirse independientes y procurarse ellos mismos sus gastos mínimos. Nunca les gustó pedir nada a nadie, ni siquiera a sus hijos.

Rodolfo no es capaz de reconocer cuando empezó a agudizarse la ausencia de medicinas. Vuelven atrás, en recuerdos, hace cinco años. El primer síntoma fue identificar que el dinero cada vez alcanzaba menos, debido a los niveles de inflación y encarecimiento de productos. Pero, también, se dieron cuenta que ya el servicio de farmacia como exprofesores de la UCV empezó a fallar: ya no contaban con las medicinas necesarias para tratarse.

Tomaron decisiones alternativas, como reducir la ingesta de ciertas medicinas y empezar a intercambiar con amigos y familiares en el exterior. Las redes de ayuda no tardaron en aparecer, a pesar de que no era el escenario más cómodo para ambos:

“Me enviaban una que otra medicina, que bueno, eso de alguna u otra manera ayudaba. No teníamos todas, pero por lo menos las fundamentales”. Sin embargo, empezaron a investigar que en otros países los costos de los medicamentos también eran altos. Comenzaron a restringirse: No querían ser una carga económica constante para los demás. Ellos sabían lo que implicaba viajar, estar en otro país y cada familia o persona tiene una situación que sortear.

Magaly no cesó en su búsqueda de alternativas. Debido a la constante actividad que les caracteriza, Rodolfo y Magaly se jactaban de no padecer en soledad: Los sábados organizaban comidas y sancochos para los amigos; se involucran en iniciativas sociales y seguían un poco el movimiento de DDHH a través de las organizaciones de la sociedad civil.

Para ellos, ser adulto mayor no implica detenerse y mientras la salud se lo permita, se mantendrán en movimiento. La intelectualidad, las relaciones personales y el encuentro han sido imprescindibles en su camino.

Uno de los amigos de la familia era el director de una organización no gubernamental con gran incidencia en la lucha por los Derechos Humanos y la justicia. Magaly estableció contacto y le pidió ayuda sobre cómo solicitar en los programas de acción humanitaria.

Llamadas, correos electrónicos y visitas más tarde, lograron obtener apoyo a través de donaciones e intercambios con Acción Solidaria y Convite“Recurrir a las organizaciones no gubernamentales fue un mecanismo y nosotros lo usamos”, manifiesta Rodolfo, esbozando una sonrisa. Sin embargo, es una alternativa limitada, puesto que hay mucha demanda de distintas personas (incluso de algunas en riesgo de muerte), lo cual impide que puedan contar con una dosis completa o con total regularidad.

Así es como el ex coordinador administrativo de la Escuela de Educación UCV recuerda con nostalgia los días en los que ser profesor te aportaba estatus, beneficio económico y facilidades en un país donde, sin ostentar de riquezas, era sencillo viajar a Europa, ahorrar, levantar una familia, pagar estudios de sus hijos y salir con frecuencia a pasear los fines de semana.

Ante el panorama, la situación llegó a tocar más allá de la escasez de medicinas: También les afectaba el alto costo de las mismas, las fallas del transporte público, el encarecimiento de repuestos para mantener su vehículo y el deterioro de servicios básicos como agua o luz.

Las restricciones cada vez eran mayores: “Nosotros no tenemos otras entradas de dinero. Nada de nada, por eso no tenemos dólares. Ingreso de jubilado y pensión”.

Su carro, vía de escape para ir a desayunar frente a la playa o hacer diligencias, requería una reparación que superaba los cuatrocientos dólares. El servicio de farmacia de la UCV, desde hace dos años, perdió la capacidad de prestarles apoyo. Cuando logran comprar medicinas es porque una compañera se los vende o una amiga farmaceuta les auxilia cuando ya se quedan sin stock en casa.

Su tratamiento ha variado: Antes tomaba GalvusMet, que es un comprimido combinado de Metformina con Vildagliptina, pero ahora solo toma Metformina.

También ha recurrido a métodos alternativos con la guía de su esposa: descubrieron que en el samán había una semilla incrustada que le hacía bien, ahora siempre las extrae y se la toma diariamente. También ingiere tres pepitas de onoto y toma agua de mandarina, siendo su líquido favorito.

Ante la escasez de medicamentos, cada vez más aguda, son muchas las historias de personas con enfermedades agudas y crónicas que recurren a tratamientos no convencionales, al igual que Rodolfo:

  • Quienes padecen diabetes que toman la semilla de algún árbol: el samán, la moringa,
  • El diente de ajo, en el caso de los hipertensos,
  • Creolina para aquellos a los que la fiebre del oro solo les dejó un contagio de malaria,
  • Té de onoto para otros a los que la pésima calidad del agua dispuesta para consumo humano les ha valido una hepatitis A,
  • Y un largo etcétera de opciones no tradicionales a las que acuden aquellos que se niegan a morir de mengua, víctimas de un Estado al que su salud no le duele.

Asimismo, los cuidados de Rodolfo también abarcan la asistencia permanente a un podólogo, la única persona que realmente puede cortarle las uñas, debido a que quienes sufren de diabetes son propensos a sufrir infecciones que tienden a ser delicadas y hasta mortales (Pie diabético). Los altos costos del servicio también pegan en el bolsillo, pero es imposible de eludir. En cuanto a la comida, la dieta de un diabético es estricta. Magaly es la jefa creativa de la cocina. Ha dado cursos de cocina alternativa, ante la escasez de alimentos comunes, efectivos para rendir la despensa a través de una dieta balanceada y completa, incluyendo las dos meriendas de Rodolfo.

Tenemos comidas con poco volumen de dinero, cuando digo poco en realidad es todo nuestro sueldo que se va en comida”, confiesa Rodolfo. La creatividad, cuenta Magaly, es clave ante la crisis, porque es fácil llegar al desgaste de pensar qué cocinar con tan pocos ingredientes y, aun así, seguir dándose algunos gustos y teniendo calidad de vida. Esta postura no solo implica una actitud resiliente ante esta necesidad básica, también es un imperativo para ella como cuidadora de una persona diabética, la cual necesita de un ambiente afectivo y agradable para mantenerse estable.

Los días de Rodolfo, como de cualquier persona mayor en Venezuela, pueden caer fácilmente en la monotonía, la cual Magaly considera mortal. Así que, como experta en expresión corporal, ella también incluye rutinas diarias de terapias para relajar la mente, el cuerpo y escapar de la realidadEvitan caer en el abismo profundo de la soledad, a pesar de que el fenómeno de la migración forzada de Venezuela también les haya arrebatado el compartir con sus hijos y nietos frecuentemente.

En la emergencia venezolana, que ha reportado la tasa migratoria más alta en la región, el éxodo no incluye a los viejos: Ellos se quedan. Algunos solos, como Rodolfo y Magaly; otros al cuidado de los nietos, enfermos, sin dinero y medicinas, a la espera de que a quienes se van les vaya lo suficientemente bien como para apoyar económicamente a los que quedan.

Cuando le preguntamos a Rodolfo por su día a día, nos cuenta: “Ha cambiado. Antes llevaba a los nietos a la escuela. Suelo levantarme sobre las cuatro y media o cinco de la mañana. Leo de noche algunas veces. Hago el café todos los días y se lo llevo a mi esposa a la cama; es una forma de ayudarme. Luego viene el desayuno y las tareas que hay que hacer en la casa. Participo también en varias organizaciones no gubernamentales; asamblea de educación, consejo de profesores jubilados y otras actividades”. También toma como rutina rociar de agua las plantas del jardín de su esposa, con la fe de que su sano florecer le generan a él bienestar.

El paso del tiempo también resulta implacable y recurrente durante sus testimonios. “Amigos, conocidos, van muriendo progresivamente porque dejan de dedicarse. Es como una forma de vivir para no morir, porque otros se mueren y eso a mí me alarma”. Con una nostalgia aún sonriente, relata cómo antes los espacios de reuniones eran de celebración (tascas, fiestas y parrandas), pero que ahora los sitios para frecuentar se resumen a clínicas y cementerios. Reconoce que el bálsamo de su vida está en dedicarse a sí mismo y contar con su pareja, puesto que es muy valioso tener el apoyo de alguien que te levante cuando estás decaído.

Afortunadamente, Rodolfo escapa de la estadística de diabéticos que frecuentan los hospitales y clínicas de la ciudad con crisis, recaídas y complicaciones debido a negligencias médicas o por consecuencias de la escasez de medicinas y alimentos. Estadística que, además, anticipa que la diabetes se ha convertido en una de las causas de morbilidad más comunes en el país. Los titulares más frecuentes en los diarios reflejan esa realidad, demostrando el temor de personas diabéticas a morir de “mengua” o de la imperiosa necesidad de migrar para sobrevivir. Sin embargo, la migración es cosa de jóvenes.

Rodolfo lucha contra la zozobra, la desesperanza y la espera constante. Junto a él más de dos millones de venezolanos lidian con la realidad gris: altos costos, necesidad de tomar el medicamento “un día sí o un día no” y, además, la sostenida tasa de crecimiento de la enfermedad, especialmente en niños, por la permanencia de dietas altas en carbohidratos, azúcares y alimentos de menor calidad y valor nutricional, como los que se consiguen en las cajas CLAP.

Cuidar la diabetes mientras se lidia con la tos

Magaly Chávez, la esposa de Rodolfo, tiene 68 años de edad, es profesora de expresión corporal con larga trayectoria y reconocimiento tanto en la Universidad Central de Venezuela (UCV), como en el Ministerio de Educación. Resuelta, decidida y clara en sus pensamientos, no dejó de contarnos cómo ella había sido capaz de decidir todo en su vida, incluyendo a Rodolfo (su amado “Rodo») como compañero de vida. Así es como su energía irradia en todo el espacio, capaz de hilar una anécdota y al menos dos alternativas para cada problema. Decidió ser feliz, a pesar de todo.

Lo primero que nos cuenta es cómo enfrentó el diagnóstico de su esposo, hace 15 años: “Fue muy fuerte, pero como él ha estado conmigo y yo con él, me parece natural. Lo asumí como debe asumirse, no porque lo diga Dios, ni porque lo diga lo civil. Es porque yo lo siento”, confiesa mientras nos describía que sus cuidados eran casi una norma de vida que les involucraba a los dos, como si ella también padeciera diabetes.

Magaly no sabe si el onoto o las demás alternativas al tratamiento de su esposo funcionan, pero sí tiene certeza de que ayudan de forma psicológica.

Mientras describe cómo se mueve en la búsqueda de alternativas ante las restricciones que la Emergencia Humanitaria Compleja fue poniendo en sus esquemas de vida, señala que desde niña ha padecido de asma alérgica bronquial. Una enfermedad con la que ha lidiado con total naturalidad: Su padre también la padecía y, a lo largo de los años, la permanente aplicación del inhalador bastaba para seguir desarrollándose con absoluta normalidad.

No se había percatado hasta la escasez de inhaladores. Su condición médica no representaba un mayor reto hasta entonces. Ni siquiera sus alumnas llegaban a saber de su asma: Aplicaba el inhalador en sus fosas nasales y, ¡listo! Todo seguía como si nada.

Pero la situación del país y, también, la edad la hicieron más sensible a las alergias: perfumes, malos olores e incluso ciertos tipos de alimentos. Ella iba al neumonólogo y no había manera de nebulizarla. Pero sabían que los CDI y “los cubanos” de las misiones sociales de salud eran los que tenían inhaladores (bombitas) y nebulizadores.

Tiene marcado el “comienzo de su vida en crisis” desde que se vio en la necesidad de ir a nebulizarse a un centro médico en Los Teques, en el estado Miranda, en donde tenían todas las herramientas; y al verla tan crítica en la fila le invitaron a llamar para solicitar el inhalador.

Es horrible, sentirse pobre, miserable. Tratando de que Rodolfo no viera esos ambientes tan sórdidos que es el pedigüeño; que la gente tiene que hacerlo a lo cotidiano, todos los días. Yo lo hacía para tenerlo”

Recurrió a las amistades, especialmente a ese círculo de afectos de los sábados de comida y tertulias. “En esa red empecé a hablar: no consigo inhaladores, Rodolfo no tiene los medicamentos completos. Pero esas redes se agotan, se agotan por razones obvias, y por respeto de nosotros”, explica, a la vez que reflexiona lo terrible de padecer una enfermedad en el marco de atropello hacia los venezolanos, sobre todo siendo adultos mayores.

La dignidad, además, es algo que Magaly valora. Confiesa que, cuando alguien le ofrecía algo desde el exterior, prefería pedir insumos personales como perfumes, garbanzos para sus comidas o alguna botella de vino, solo para no sentir que la situación la consumía y obligaba a solo pedir lo que necesitaba en el día a día, privándole de placeres y peticiones comunes entre amistades.

Rodolfo y Magaly son cómplices para batallar la tristeza y la crisis.“Estar en esto es cansón. Uno trata” nos dice desahogándose con lágrimas, mientras señala que a pesar de poner los mosaicos de la Billo’s y cantar para subirse el ánimo, los esfuerzos tienen límites.

Ríen, bailan y se cuentan cosas, pero las historias se agotan y el día a día se sobrepone: “¿qué se comerá mañana?” Son tres comidas más la merienda. Para Magaly, hay un desgasteporque tampoco puedes dejar de pensar en los demás. Saber que en tu edificio hay gente que tiene hambre, pero no van a decir nada, afirmando cómo a diario ve a personas de su entorno que no comen completo y padecen la misma situación financiera y anímica.

Así es como no repara en repetir las múltiples formas en que la situación los limita.“Cuando hay otro ambiente tú haces lo que quieras, pero en otro ambiente de posibilidades, que tú sales a la calle y consigues lo que tienes que conseguir, sin caminar tres veces” alega, recordando que han sido privilegiados, aventureros y hasta llegaron a vivir ocho años en Europa con sus ingresos como profesores universitarios.

La cocina es su terapia y uno de los medios para hacer sentir mejor a su esposo ante la perenne lucha. “La tasca de Magaly”, como bautizó, siempre está inventando algo, recibe amigos y también elogios por ser “la reina de los coctelitos”. Para ella el espíritu no se puede perder ante lo que está pasando. Es su rebeldía y su resistencia seguir adelante, más allá de las preocupaciones.

“Yo añoro que nuestros nietos se sienten en el carrito de mercado, pasearlos y discutir qué cereal agarramos” dice desde la más profunda nostalgia, no repara en sentenciar cómo percibe el contexto social a partir de la hostilidad, la falta de amor y de valores éticos. Todo, según dice, se ha vuelto anti-amor, anti-familia y anti-hogar. El país está fuerte, la gente anda triste, violenta. Estamos sobreviviendo. Rodo y yo construimos un templo y se está violentando”

Su perspicacia y agudeza se mantienen. Magaly reconoce cómo todos sus derechos son violentados, especialmente por ser adulta mayor: “A esta edad tenemos que tener muchas cosas; derecho a la vida, derecho a la libertad. Me parece horrible no tenerla. ¿Cómo le dices a un niño que respete a la policía, que el poder legislativo es importante? Me están violentando cantidad de valores”, expone alegando que esta es una sociedad que juega contra todo lo que se ha creído.

Entre ese credo piensa que la gente debe crecer siempre y aquí nadie está creciendo sino involucionando en todos los sentidos. Así es como exige al Estado “Libertad, primero que nada. Quiero tener democracia, quiero tener protección. Una sociedad que proteja al Adulto Mayor porque aquí no somos protegidos”

Enumera, nuevamente, cómo la violencia, la mala alimentación, la angustia y los pesares van reduciendo sus vidas, arrebatándole esa libertad y alegría que tanto se necesita para continuar.

De acuerdo con datos del Informe de Victimización de Personas Mayores de Convite, trescientos treinta y tres adultos mayores murieron a causas violentas en Venezuela durante el año 2018, de estos ciento sesenta y tres fueron víctimas de robo y muertos durante el acto, y ciento veinticuatro fueron asesinados en su propia casa. Estos números dan cuenta de que el temor y sentir de Magaly no es infundado, en un país donde la violencia se impone como norma en el orden social, al tiempo que la impunidad en un sistema de justicia devastado es el mejor incentivo para el que delinque, porque sabe que no va a ser juzgado y mucho menos condenado.

Los educadores cumplen un rol fundamental en la sociedad: Son quiénes forman y forjan los valores, conocimientos y experiencias del futuro de un país. Los adultos mayores son, a su vez, quienes han levantado durante décadas al aparato productivo y social del país; siendo cabezas de hogares, brindando su trabajo y experiencia al crecimiento de nuestra sociedad. Hoy el Estado les paga con la descarnada moneda de la ingratitud y la indolencia, reduciéndolos a ser voces de la escasez en plena Emergencia Humanitaria Compleja.

Estos testimonios fueron documentados por la organización Convite, A.C., en el marco del proyecto Monitoreo del Derecho a la Salud en Venezuela.

http://www.conviteac.org.ve/project/voces-de-la-escasez
@conviteac

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