Opinión

Twitter, Donald Trump y la incitación a la violencia

Si bien algunos mensajes de Trump – o incluso sus silencios en momentos claves – podrían ser considerados una incitación o bendición implícita de la violencia, el asunto siguiente es preguntarnos es si una empresa por si sola puede llegar a establecerlo

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A lo largo de los últimos cuatro años, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha tenido en Twitter su herramienta principal de comunicación política. A través de esta plataforma tecnológica, difundió mensajes que no eran del todo ciertos, insultó y descalificó a personas, despidió a sus colaboradores o se burló de ellos. Twitter fue un escenario para su suerte de reality show presidencial.

Las decisiones empresariales de Twitter, inicialmente de suspender temporalmente la cuenta de Trump, y luego de forma permanente, han encendido un acalorado debate, que como todos los que implican a Estados Unidos (EE.UU.), en estos días de enero, parece estar envuelto en posiciones extremas. Sería motivo de otro texto analizar cómo Trump precisamente avivó la polarización, cuyos frutos ahora están a la vista de todos, y cómo Twitter fue su herramienta en tal estrategia.

Trump y Twitter tenían ya una relación de amor-odio antes de los sucesos del 6 de enero, con el asalto al Capitolio en Washington. Con más de 88 millones de seguidores, Trump es el jefe de Estado o de gobierno en ejercicio con más impacto en esta red social. Barack Obama, presidente de EE.UU. por dos periodos (2008-2016), es la persona con mayor número de seguidores en todo el mundo, más de 127 millones.

Notablemente, Trump privilegió comunicarse a través de Twitter. Con publicaciones sucintas y sabiendo usar el impacto de sus mensajes entre el caudal de sus seguidores, el presidente saliente no solo se saltó la interacción con los medios de comunicación tradicionales, sino que él mismo llegó a tener de forma amplia un mayor impacto en Twitter que lo que pudieran tener empresas de prensa o televisión. Desde Twitter, denigró del periodismo estadounidense.

Para Twitter, también fue un buen negocio el uso intensivo que durante cuatro años le dio a su cuenta el hombre más poderoso del mundo, quien enviaba tuits a cualquier hora del día o de la noche, mensajes que no estaban filtrados por el equipo de comunicaciones de la Casa Blanca. Su cuenta Twitter fue una manera de saber qué le preocupaba a Trump o en qué se ocupaba, y miles de historias periodísticas terminaron por escribirse a partir de los tuits del presidente, no desde la cuenta oficial de la presidencia sino desde su cuenta personal.

Conviene no pasar por alto que esta decisión corporativa, inédita en el caso de una figura política con tal caudal de seguidores, estuvo precedida por las etiquetas de “contenido engañoso” que Twitter decidió darle a algunos mensajes de Trump en noviembre de 2020, en el fragor de la elección y del escrutinio de votos.

Con el argumento de que Trump generaba contenido falso, que luego quedó demostrado era así, Twitter no sólo etiquetó sino que llegó a eliminar algunos tuits del presidente. Aquello me pareció un error.

Sostuve, entonces, que 1) una empresa no debía coartar una discusión que era netamente política; 2) los políticos en medio de un debate no están obligados a decir solo verdades; 3) sin ser propiamente medios de comunicación, las redes sociales son hoy parte sustancial del foro público; y 4) si Trump o cualquier político decía mentiras, el periodismo estaba en la obligación de contrastarlo o demostrarlo.

Tras los actos bochornosos y lamentables que tuvieron lugar en Washington el 6 de enero, Twitter decidió suprimir la cuenta de Trump dado que con sus mensajes el presidente habría “incitado a la violencia”.

Es bastante aceptado que puedan colocarse límites a la libertad de expresión cuando mensajes pasen de ser, por ejemplo, un mero insulto, a proponer acciones que terminen generando violencia. Solo cuando la crisis se hizo un escándalo mayúsculo y comenzó a manejarse la posibilidad de un impeachment por estos sucesos, fue que finalmente Trump condenó la violencia.

No se trató de los mensajes de cualquier exaltado con algunas decenas o centenares de seguidores. Estamos ante mensajes de quien ha detentado – hasta dentro de pocos días – el cargo más alto en la principal potencia mundial, con millones de seguidores en Twitter. Ello dejó abierta la puerta para que sus seguidores sabotearan el acto de ratificación legislativa del triunfo del candidato demócrata Joe Biden, pautado para ese 6 de enero.

Si bien algunos mensajes de Trump – o incluso sus silencios en momentos claves – podrían ser considerados una incitación o bendición implícita de la violencia, el asunto siguiente es preguntarnos es si una empresa por si sola puede llegar a establecerlo.

Me pregunto si debía ser Twitter, con una decisión a partir de sus políticas empresariales, la que efectivamente cerrara la cuenta de Trump o era esta una decisión que, al estar relacionada con la libertad de expresión, debía dirimirse en el sistema de justicia de EE.UU.

Me temo que estamos ante un caso en el cual tenemos posturas irresponsables tanto de Trump, con sus mensajes virulentos o mentirosos, como de Twitter al abrogarse el rol de árbitro sobre qué debe leer o no la sociedad estadounidense y global.

Es posible que este caso termine propiciando un debate que debería ser urgente, pero que lamentablemente ha sido postergada dado el enorme poder económico e influencia política que han ganado redes sociales como Twitter o Facebook.

La defensa pública de estas plataformas, para eludir cualquier debate público o posibilidad de legislación, era justamente escudarse bajo la premisa de que su rol era tecnológico. Se definían como proveedores de aplicaciones tecnológicas para interconectar a la gente, sin ninguna intervención en los contenidos. El caso de Twitter y Trump deja en evidencia lo contrario.

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