Cinemanía

“Alien: Romulus”, una vuelta nostálgica a los orígenes en una saga irregular

Fede Álvarez toma la premisa habitual de la saga Alien y la convierte en un escenario en que confluyen todas las películas de alguna u otra manera. Explora sus temas principales con elegancia y fluidez. Pero quizás, el plomo en el ala sea lo mucho que la cinta depende de la nostalgia para funcionar por completo

Publicidad

El argumento tras “Alien: Romulus” (2024) tiene el ingenio de mezclar, en un mismo escenario, dos de las grandes obsesiones de la franquicia. Por un lado, todo lo relacionado con el peso de la ambición corporativa y cómo afecta eso al futuro de la humanidad — convirtiéndose en parte de la distopía — y por supuesto, por otro lado aparece su emblemático monstruo. Para la ocasión, el director español Fede Álvarez logra que ambos temas confluyan en una mezcla siniestra, una que además homenajea a Alien — El octavo pasajero de manera directa y convierte a Alien: el regreso, en inspiración poco disimulada.

El resultado es una película que sin ser la mejor de la saga sí recupera su esencial visión del terror industrializado de Ridley Scott y la estética trepidante de subtexto militar de James Cameron. Entre ambas cosas, “Alien: Romulus” reinventa a medias la mitología de la franquicia y explora en sus resquicios para contar una historia novedosa entre sus límites. La estación espacial Renacimiento flota muerta en el espacio, abandonada por Weyland Corp.,luego de experimentos fallidos y una historia turbulenta que no se revela de inmediato. 

Al principio, “Alien: Romulus” pone todo su interés en una de las tantas propiedades mineras del enigmático consorcio. Esta vez la explotación corporativa es un asunto importante, tanto como para que durante sus primeros minutos la cinta de Fede Álvarez, que también escribe el guion, medite sobre el peso de la ambición de figuras siniestras del capitalismo futuro. Son elementos, por supuesto, extremadamente profundos y extraños para una película que conduce a un solo lugar. Pero el realizador logra brindar la suficiente densidad a sus protagonistas por medio de esa meditada percepción acerca de lo prescindibles que son. 

¿Parece una contradicción? No lo es tanto cuando se recuerda que todas las tripulaciones de la franquicia han muerto a mayor gloria de la codicia de Weyland, por lo que el hecho que Álvarez dedique tiempo e interés en indagar en sus figuras, las hará más reales y menos objetos del apetito de una criatura imparable. Este es un giro que resulta refrescante en una película que intenta lo casi imposible: mezclar como puede todos los hilos sueltos de sus predecesoras. 

Un vínculo entre varios relatos

Rain (Cailee Spaeny) está sola en el mundo. Como parte de los mineros criados bajo tierra de la compañía, su única ambición es abandonar los laberintos polvorientos y buscar una mejor vida. La acompaña (David Jonsson de Rye Lane) un androide sintético al que considera su hermano. La dinámica entre ambos personajes sostiene la película y exalta uno de sus puntos de mayor interés. Después de todo, parte de la tradición de Alien ha explorado en ideas filosóficas sobre la identidad y el hecho del ser humano en contraposición a la tecnología. La relación que les une es vital en ciertos aspectos para comprender a dónde se dirige la película. En esencia se explora en lo qué hace a un ser humano serlo y lo que le separa de manera total de la vida artificial. 

Rain es la líder de un grupo de jovencísimos colonos. Tyler (Archie Renaux), Kay (Isabela Merced), Bjorn (Spike Fearn) y Navarro (Aileen Wu) apenas se esbozan, pero son un equipo compacto y creíble, que da la sensación de práctica ambición. Todos desean abandonar las minas y vivir, en la medida de lo posible, una existencia plácida en un planeta huésped. Por supuesto, todo saldrá mal — y la película acelera su ritmo para llegar a qué tan mal sale todo — . Pero mientras ocurre, Fede Álvarez tiene la precaución de hacer a su tripulación inexperta algo más que solo fichas de un juego atroz.

De hecho, uno de los puntos fuertes de “Alien: Romulus” es su capacidad para crear la sensación de suceso fortuito, accidental y luego mortal. Más allá de las conveniencias de la trama, la cuestión acerca de cómo y por qué los colonos tropiezan con los xenomorfos tiene mucho de estrato de lo posible. La estación Renacimiento guarda un secreto y este es, por supuesto, haber sido el lugar en que Weyland-Yutani intentó experimentar con ADN alien. Pero cómo ya nos han enseñado las diferentes películas, nada de eso puede salir bien. Lo que justamente enfrentarán Rain y su grupo. 

Una aventura para la historia de la ciencia ficción 

“Alien: Romulus” no inventa nada nuevo, pero sí toma lo ya existente y lo eleva a otra dimensión. Todo parece mejor hecho y ensamblado que cualquier secuela de la saga, desde la de Cameron. Más cercana a “Prometeo” y “Alien: Covenant”, de las que bebe sin disimulo para justificar sus situaciones, la cinta de Álvarez es una vuelta de tuerca al horror espacial. Convertida la estación espacial en un espacio gótico, el xenomorfo avanza entre las sombras como un cazador al acecho.

Es entonces cuando la cinta muestra sus mejores cartas. El monstruo creado por el suizo H.G. Giger abandonó los espacios de la experimentación digital en pantalla para volver de nuevo a los efectos prácticos, lo que tiene sin duda una consecuencia que regocijará a los fanáticos. Más espantosa, monumental y más breve en su aparición que nunca, la criatura es de mayor envergadura y de naturaleza más bestial que cualquier otra mostrada en pantalla. La cinta prepara todo para su llegada, pero no se trata de un atropello a la lógica. 

El director toma buenas decisiones para mostrar como este monstruo letal ha sobrevivido a su aislamiento en el espacio y qué hace que esta vez sea tan terrorífico. Y mientras la matanza comienza, porque claro está, no falta una, los efectos animatrónicos de la cinta hacen lo suyo. Enorme, encapsulado en grietas y elevándose como una presencia maligna en la oscuridad, la versión de Alien de Fede Álvarez cumple y sobradamente. 

Un cierre brillante para una cinta ingeniosa

Pero son sus últimos veinte minutos lo que hacen de “Alien: Romulus” el triunfo que es, a pesar de sus fallos y exceso de dependencia a sus giros referenciales. La película extiende su argumento a “Prometeo” para explicar la obsesión corporativa por crear vida y desvirtuar esa experimentación. Pero es el vínculo nostálgico con la primera película la que sorprenderá a la audiencia y planteará interrogantes metarreferenciales acerca la explotación de los que se encuentra bajo el puño de una corporación. 

Para bien o para mal, la cinta conduce a un punto central: ¿qué hace a un monstruo serlo? ¿Quién es realmente uno en la historia? Convertida en una survival movie, pero en especial, en un alegato cínico sobre el mal moderno, “Alien: Romulus” concluye mostrando sus mejores cartas. Quizás, habrían sido más ingeniosas de no ser tan firmemente aferradas a la nostalgia. Aun así, siguen siendo valiosas. Un trasfondo que Álvarez utiliza como advertencia a la trastienda. 

Publicidad