Opinión

Luis Miguel y Maigualida: ¿será que no me amas?

Cada vez que hay un espectáculo más o menos importante, como el de Luis Miguel, es el mismo cuento en las redes: entre las quejas y los comentarios positivos del público, se cuelan los propagandistas de la amargura

luis miguel
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Luis Miguel no saludó, no habló nada. Ajá, pero él es así Maigualida: ¿acaso eres fan y no lo sabes? Bueno, pero ha podido decir algo, nos merecemos que diga algo, coño, somos venezolanos y los artistas siempre quedan encantados con Venezuela y sus playas. Ese es el espíritu de la discusión en redes tras el concierto del mexicano. De una de las discusiones, mejor dicho: la más tonta, la más inocua.

También están las quejas: gente que jura que tardó dos, tres, cuatro horas para entrar. Gente que pagó por unos puestos y terminó sentada en unas sillas de plástico improvisadas en otro lugar. Gente que asegura que le cobraron 10 y hasta 20 dólares en el estacionamiento. El caos ya conocido para salir. El caos inesperado para entrar incluso sin verificación de entradas. Los precios absurdos de las bebidas: “el sol de México” brilló para todos los que quisieron sacar una buena tajada de la visita, todo es un guiso. Esa es otra discusión: una que tiene todo el sentido desde el punto de vista de un público consumidor que pagó su entrada para ver un show y se siente irrespetado por los organizadores.

El otro intercambio de “opiniones” en redes apunta con mala intención. Está organizado, podría decirse, cuando ves que hay cuentas de esas con un nombre y muchos números que casi se copian textualmente en un discurso de propaganda disfrazada, de burla: “mira la dictadura que hay aquí, el estadio full con Luis Miguel” o “¿me vas a decir que todo el país es enchufao?”. Es la misma aparente pendejada con cada espectáculo más o menos grande. Es aburrido, pero no es tan pendejo.

Lo más curioso es que en ese mismo punto convergen supuestos chavistas y supuestos opositores. Los primeros, aspiran a sustentar la idea de que si hay 40 mil personas cantando “Hasta que me olvides” es porque aquí hay libertades y plata en los bolsillos de todos; pretenden la ilusión de convencer que ese mariachi en la tarima y ese derroche de luces y el servicio de Blue Label –un elissir– a 600 dólares lo que refleja es la bonanza a la que nos ha traído Superbigote.

Los segundos, casi ahogándose en la rabia, incluso se alegran de que a Maigualida no la saludara Luismi, de que tuvieran que pasar cuatro horas para entrar y 400 para salir, de que no cantara la ranchera “Sin sangre en las venas”, porque aquí en este país con un salario mínimo de 3 dólares, con presos políticos, con desapariciones forzadas y con tanta pobreza, no hay derecho a disfrutar –o padecer- un show como ese, ni como ningún otro: los que estamos aquí, hermanito, sólo podemos sufrir o ver si hacemos algo para cambiar las cosas porque tanto abuso y tiranía “y no pasa nada”. Llegamos al punto en que incluso un tipo como el director y actor de teatro Héctor Manrique lanza por tuiter que la gente debería explicar cómo hicieron para pagar esas entradas con los sueldos que ganan…

Es claro que unos y otros actúan en cambote, que hay una chispa organizada que luego –sí- prende en espontáneos que se suman desde su molestia genuina o desde su voluntaria sumisión o alineación ante el discurso oficial. Ninguno de los dos tiene razón. Hay trazas de verdad en algunos argumentos, pero la simplificación de las complejidades de la realidad muestran las posiciones más estridentes como lo que son: propaganda. Y bilis.

Y lo que dan es una ladilla enorme. Esa intromisión en todo, ese afán de sacar provecho con manipulaciones –de un lado- o de sólo tuitear desde la inacción e incluso desde la distancia –del otro- buscando que te sientas culpable por ir a un concierto y hasta por celebrar el triunfo de Tiburones, termina en pura crispación vacua: es otro pilar que sustenta lo que tenemos hoy aquí. Córtenla.

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