Es el fenómeno del momento y tiene todos los ingredientes para sorprender al espectador, pero la interesante película de John Krasinski muestra graves problemas de coherencia de principio a final. Enumerar las evidentes pifias de la taquillera cinta de terror sin hacer spoilers es imposible. De manera que si no ha visto la película, lo mejor es que no siga leyendo. Aclarado el punto, advierto que disfruté este relato posapocalíptico. ¿Cómo es posible? Por la respuesta biológica de mi cuerpo ante determinadas situaciones que viven los protagonistas.
Trabajar con los silencios o con la ausencia de sonido (que no es lo mismo) puede aterrar al espectador solo si son bien concebidos. Michael Haneke (‘Funny Games’), Martin Scorsese (‘Raging Bull’), Paul Thomas Anderson (‘There Will Be Blood’), Alfred Hitchkock (‘Vertigo’) y Andrei Tarkovsky (‘Solaris’) pueden decirnos mucho al respecto.
En la última década, dos directores uruguayos experimentaron con esos recursos en sus primeros trabajos para intensificar la experiencia del público. De hecho, los títulos de las dos cintas advierten sus intenciones: ‘La Casa Muda’ (2010) y ‘No respires’ (2016). Paradójicamente, la primera está llena de ruidos. Son esos sonidos los que revelarán la trama. Pero no abundan las conversaciones en la película de Gustavo Hernández.
En el caso de ‘No respires’, las semejanzas con la cinta de Krasinski son obvias, toda vez que los protagonistas están a la merced de unos villanos de muy buena oreja, un recurso muy usado en el cine Z. Los zombis regularmente detectan la presencia humana por el sentido auditivo. La exitosa serie ‘The Walking Dead’ lo deja bastante claro. De hecho, cualquier fanático del terror está acostumbrado a la imagen de la boca en la mano de las víctimas para sofocar el grito cuando el asesino acecha.
Otro lugar común que une a ‘A Quiet Place’ con sus compañeras de género es el accidental descubrimiento del talón de Áquiles del enemigo. Pensemos por ejemplo en ‘Depredador’. Dutch (Arnold Schwarzenegger) descifra por casualidad que el barro le sirve de camuflaje ante el extraterrestre. Sin ir muy lejos y para mantenernos en línea de la obra que estamos analizando, Venom, némesis de Spiderman, no tolera los sonidos fuertes.
El lector avezado ya huele el camino de esta reseña: en ‘A Quiet Place’, no hay nada nuevo, aunque eso no le juega en contra. Ya una vez analizamos las sospechosas semejanzas de la nominada al Óscar, ‘Get Out’, con otras cintas de culto. Entonces, la falta de originalidad del largometraje de Krasinski no es un problema, sí lo es, en cambio, la justificación de algunas decisiones y la solución de diferentes nudos de la trama.
Entregarle un juguete potencialmente ruidoso a un niño en un mundo amenazado por xenomorfos con hipersensibilidad auditiva no parece una gran idea, por ejemplo. Mucho menos embarazarse, precisamente porque un bebé se comunica mediante gritos. Digo, por lo menos podían esperar hasta encontrar la forma de combatir a los aliens para planificar. Los preservativos deben abundar en esas farmacias abandonadas.
Lo anterior palidece cuando Regan «descubre» el arma secreta para herir a los monstruos, unos bichos que parecen salidos de un ménage à trois entre los Demogorgon de Stranger Things, los kaijus de Pacific Rim y las criaturas de la noche de Riddick. ¿De verdad a la potencia más grande del mundo no se le ocurrió probar algo con el sonido antes de usar las armas? Y peor aún: ¡el ejército perdió la batalla, pero resulta que las escopetas sí funcionan!
Las deficiencias del guión se agudizan hacia el final de la cinta, como ese descuidado clavo en la escalera, incompatible con el espíritu previsivo de la familia. Es decir, ¿cuánto tiempo implica colocar ratoneras alrededor de una granja y cuánto revisar que en el sótano no exista una puntillita filosa?
Hay más huecos argumentales, sin embargo, aparecen una vez que se abandona la sala del cine. Porque a pesar de todos sus detalles, la corta duración de la película (maravillosos 90 minutos), la espectacular actuación de Millicent Simmonds (Regan) y, para qué negarlo, la muy lograda dirección de Krasinski, se combinan para regalarnos un producto que está muy por encima del promedio. Eso sí, conspira que el propio realizador haya decidido protagonizarla porque queda en evidencia ante el buen hacer de los niños y en especial de su esposa en la vida real, Emily Blunt (Evelyn).
Una demostración de salidas más inteligentes a situaciones parecidas o más realistas pueden encontrarse en ‘It comes at night’, fantástico film de Trey Edward Shults, que mereció mejor suerte en taquilla, ese tipo de suerte que le está sonriendo a ‘A Quiet Place’.
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