Viciosidades

“En serio, no nos vamos a rendir”

Hay gente que no afloja, que se resiste, que no baja la cabeza. Montar un show de comedia durante un apagón es mucho más que un capricho: es un acto de rebeldía

TEXTO: ALEJANDRO FERNANDES RIERA FOTOS: JULIO LOVERA
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“El viernes podríamos cuadrar un stand-up. Puki, cuadra ahí. Una vaina igual que el lunes, pero el viernes para combatir a Maduro. Este es el slogan: ‘no nos vamos a rendir’”. Gabo dio la orden y yo, aún escéptico, me monté en eso. El viernes 29 de marzo se perfilaba como el día perfecto para hacer un show en medio de la crisis eléctrica más grave del siglo XXI, y no estoy hablando solo del país, sino del mundo.

Desde hace años trabajo al lado de comediantes, pero desde octubre trabajo con comediantes. Son criaturas extrañas, más difíciles de llevar que los músicos, muy talentosos y creativos, pero unos pequeños desastricos que he intentado recomponer desde mi entrada a ese mundo.

Le escribí a El Teatro Bar, nuestra casa de locuras para hacer comedia donde tenemos dos shows: los “Lunes de stand-up comedy” y los miércoles (ahora cada dos semanas) de “Stand-up Arena”, un show de batalla de roasts entre comediantes que es una auténtica demencia. Ni había terminado de escribir, y ya tenía un sí de su parte. Hice un flyer improvisado, que decía en principio “La U Stand-Up Comedy”, como llamamos al pequeño grupo de comedia de la oficina, pero lo cambiamos a “No nos vamos a rendir”. Fácil, pegajoso, contundente. Lo publicamos y rodamos únicamente desde las redes sociales, pidiendo ayuda a otros compañeros del gremio que muy diligentemente lo hicieron.

De un día para otro, nos sacamos un show de donde no lo había.

Viernes, 7 pm. Estamos casi todos en la oficina, ansiosos para salir al show y se nos va la luz. Coño de la madre. Nos asomamos a ver el atropellado skyline caraqueño desde el este, y algunas partes seguían con luz hasta que, de pronto, todo se hizo más noche que antes. Las líneas comenzaron a colapsar sin ser 31 de diciembre y nuestro transporte no contestaba. Estábamos atrapados, porque por más que casi todos vivamos cerca de la oficina, caminar a esa hora no es la mejor de las ideas.

Nunca le dijimos a la gente qué pasaría si no había luz, pero el compromiso era llegar. Mientras la noche se hacía más dura, ya sabíamos que no habría show e igual una parte de nosotros logró llegar al lugar para cerciorarse de que no había nadie entre la penumbra esperando para reírse. Pero, en serio, no nos íbamos a rendir.

Coordinamos todo para moverlo un día. Esta vez, una hora más temprano (de 8 pm pasó a 7 pm). Cambiamos el flyer a “En serio, no nos vamos a rendir” y le prometimos a la gente que fuera que, con luz o no, iba a haber show. Una promesa que no sabíamos si íbamos a poder cumplir, pero nos la íbamos a ingeniar de alguna forma.

Dicho y hecho. Llegué al local media hora antes de la que nos citamos porque justo estaba por la zona, pero a las 7:10 pm se fue la luz. Por segundo día consecutivo, a la misma hora, la electricidad dejó de alumbrarnos. Desde el grupo que tenemos muchos expresaban su pesimismo y no solo por nuestro problema lumínico. Creímos, nosotros mismos, que estábamos locos por hacer esto y, por extensión, la gente iba a responder como más duele: no yendo.

Entendimos nuestro error cuando vimos que, justo desde esa hora, ya comenzaba a llegarnos público mientras solo nos alumbraban las pantallas de nuestros teléfonos. Llegaron mis amigos justo cuando ya teníamos una pequeña cola en la puerta y su desánimo se extinguió. No tanto así sus nervios, pues todos los comediantes coinciden en lo mismo: montarte en una tarima a contar un chiste es difícil, porque siempre vas a estar buscando la misma reacción en todo el público y estás más desnudo, por así decirlo, en comparación con un músico que está interpretando una canción (y ojo, que esto no le exime de dificultad al caso).

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La gente comenzó a llegar y me sentí feliz. No solo porque algunas eran caras conocidas, sino porque hay gente tan demente como nosotros que estamos lejos de nuestras casas en pleno apagón y con los males exacerbados de la noche caraqueña.

La luz volvió, por escasos minutos, pero había que arrancar. Manuel Ángel Redondo, con su gran verbo en tarima e iluminado por las linternas de los celulares que los asistentes muy amablemente prestaron, hizo el papel de maestro de ceremonias y presentó al público un show aclarando que lo nuestro era terquedad y ganas de no dejarnos vencer. El “no nos vamos a rendir” se hacía adagio. Uno potente y sonoro.

Manu arrancó con su rutina, ganándose algunos aplausos, y tocó presentar a Housam Ankah, el primer comediante de la noche. Las últimas dos veces que lo habíamos tenido en el circuito no había tenido las mejores noches. Sin embargo, su chiste sobre los bebés feos le hizo ganarse al público de inmediato. La partió.

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Volvía Manuel a la tarima con un par de chistes que también le funcionaron y presentó a Ernesto Pinto, un guacareño que se describe como la razón andante de por qué hace falta la ayuda humanitaria en Venezuela. Al igual que a Housam, quien es de Bejuma, había tenido muy malos shows en sus recientes pasos por el local (¿cosa de carabobeños?), pero la noche tenía el espíritu de la comedia tan vivo que no iba a permitir que a sus hijos les fuera mal. Ernesto la reventó hablando sobre sus disfraces endógenos en la infancia y el público carcajeó.

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Víctor Raffalli, el más joven de la oficina, era el siguiente que se subía a la tarima tras otra corta aparición de Manuel Ángel y, con una ristra de buenos one liners y un par de grandes chistes misleaders, sacó aplausos en un público que se ganó con su extraño delivery.

Seguía Sebas Gutiérrez, un gochito escuálido que, entre semana, me había mostrado el chiste nuevo que estaba escribiendo sobre Michael Jackson y su culpabilidad en las acusaciones de pedofilia que aún resuenan en su contra. Su bit de 5 minutos fue comprado por el público a tal nivel, que lo interrumpieron entre remate y planteamiento de la siguiente premisa con una marea de aplausos. Genial, real y muy cómico.

Gabo “La Fiera” Ruiz llegaba a su feudo para cerrar el show. Como siempre, no decepcionó y causó dolores abdominales y en los pómulos en la gente con una rutina repartida entre lo cotidiano y lo sexual. Una gran forma de acabar una gran noche de comedia, siguiendo el llamado del stand-up al que responden estos muchachos.

Al terminar el show, entre abrazos y alegría, celebrábamos porque luchamos contra un monstruo más grande que nosotros y no sé si es arriesgado decir que le ganamos, pero tengo que decir que al menos no dejamos que nos hiciera daño y eso, a veces, es una victoria en sí.

Me llamó la atención que la gente permaneció en el local pese a la falla eléctrica y un valiente hasta acercó su carro y puso algo de música mientras todos acababan con los servicios que habían logrado comprar. Un espectáculo surreal y distópico que me recordó a las rumbas de Keanu Reeves en la subvalorada película «The Bad Batch» (2017) de «Ana Lily Amirpour», solo que sin planta eléctrica y, por ahora, sin tener que recurrir al canibalismo para subsistir.

Muchas veces la historia se hace cuando no sabes que estás haciendo historia. Nadie sabe, a ciencia cierta, si lo que está haciendo o creando marcará un hito importante o no. Sin duda puedes creer que estás haciendo algo groundbreaking, pero no depende de ti decretarlo. Sin embargo, cuando tienes el respaldo de un público que llenó un local para ver un show de comedia en medio de un apagón eléctrico, con entrada paga y que además logró consumir algo en el local tirando de sus ahorros y del dinero que trabajan para ganarse, creo que si no es historia, al menos estás haciendo resistencia.

No te estás dejando amilanar, ni te estás ocultando en la crisis. Tampoco estás desapareciendo la crisis y, vale decirlo, tampoco estás haciendo algo para acabar con ella, pero, si hay algo cierto es que no es nuestro trabajo solventar algo que no está en nuestras manos (pero sí es nuestro deber protestar por ello).

Hemos hecho varios shows benéficos (y estamos planeando otros), y quiero pensar que el de este sábado fue también a beneficio de una buena causa. Una importante, de la que poco se habla y que es tan grave como las otras: nuestra propia salud mental. Lo de este sábado, fue tanto una terapia dictada por los comediantes, como una forma de hacer catarsis ellos mismos y buscar descomprimir para no volverse más locos de lo que ya están.

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Algunos pensarán que es incongruente hacer esto en medio de este caos, pero yo les digo que es tan necesario hacer algo por nuestra sanidad mental, como lo es buscar la forma de dar algo a los más necesitados. No es que mi causa vale más que la tuya, es que todas las causas importan y está difícil luchar por todas al mismo tiempo. Y cuando nuestras mentes están tan cansadas que comienzan a entumecerse de tanta inactividad creativa, es realmente más fácil perder la cordura.

Soy fiel creyente de que el arte y cualquier tipo de diversión son aún más necesarios en los tiempos donde peor la estamos pasando, porque despejar la mente es parte importante de nuestra resiliencia colectiva. Gracias a ustedes por ir y a mis chicos por dar un showsazo, más arriba de la altura de las circunstancias y que seguro vamos a repetir muy pronto. No me queda la menor duda de que hicimos historia y necesitamos más de esto.

Nos necesitamos cuerdos. Útiles. Resistentes. En gerundios: trabajando, creando, haciendo. Nos necesitamos. Y este sábado en Teatro Bar, ahí estuvimos para ustedes. Y sobre todo, para nosotros.

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