Y es que la inseguridad es más azote de barrio que los mismos delincuentes que meten sus manos en las carteras y los morrales de los colombianos que fundaron el barrio Primer Plan de La Silsa, en Catia. Una de esas personas es Odalys, la mamá de Indira, quien llegó a Venezuela desde Magdalena en Colombia, en búsqueda de “otra vida” para ella y sus dos hijas.
“Ahora me da miedo por lo que está pasando. Mis hijos son venezolanos y les pueden quitar la cédula como lo hicieron con mi hermana. Ella es venezolana, fue a sacar la cédula nueva y la detuvieron por dos horas porque ella es de padres colombianos. No me parece que deberían hacer eso y menos con un bebé en los brazos”.
De sus 47 años, Odalys dice que ha “sudado” 25 en Venezuela. En una casita de dos pisos con vista al 23 de Enero, cuenta que ella vino a trabajar, “no a hacer nada malo”. Además asegura que en Catia no conoce hijos de colombianos que sean malandros. “Meto la mano [en el fuego] por todos mis paisanos que están aquí. Los malandritos que vienen por ahí con sus malas mañas son hijos de venezolanos”, subraya.
Se preocupa cada vez que sus hijas salen por la puerta marrón a la calle. Es por esto que si le dan un pasaje y casa gratis en su país, ella se lleva a sus hijas, sus nietos y se va “dos veces”. Por ahora no porque tiene “todo aquí”, incluso un esposo venezolano.
-Cédula amarilla-
A pesar de que su marido es venezolano, Indira cuenta que no ha podido obtener la ciudadanía. Si antes era difícil coincidir con los operativos que expedían cédulas amarillas, ahora con esta “crisis” lo es más, sentencia su mamá. Está ilegal en Venezuela y teme el momento en el que le tocará registrar a su hijo o hija recién nacida.
La joven madre escapa de las cifras oficiales manejadas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) de Colombia, que enumera 940.000 colombianos con residencia legal en Venezuela. Estar al margen de los números, le genera a esta ama de casa problemas al momento de comprar alimentos regulados o inscribir a sus hijos en el colegio.
“No puedo comprar productos en Mercal o Pdval. Mi esposo es el que compra los pañales y las vitaminas porque no tengo cédula”.
El alto costo de la vida también complica la situación de los colombianos en Catia. Indira confiesa que tiene pensado radicarse en Bucaramanga con su familia porque ya no le alcanza el dinero para comprar las cosas “que se consiguen” en el mercado.
“Ya conozco a muchos colombianos que se están yendo. La situación aquí no está buena. Los malandros y la inflación los están empujando de nuevo a Colombia”.
-Es una lotería-
La vuelta a Colombia también está siendo contemplada por Miguel, otro colombiano que llegó a Venezuela hace diez años. Evadía el alistamiento militar obligatorio en Colombia. Este obrero de la construcción dice que sale desconfiado de su casa desde que se inició la crisis fronteriza. “Rezo a Dios cada vez que salgo”, comenta.
“Las cosas se están poniendo feas aquí. Esto es una lotería que te puede caer. Si no es un delincuente, es la guardia. Es muy difícil saber si llegarás bien a tu propia casa”.
Los entrevistados prefieren caer en manos de las autoridades que de los delincuentes. No obstante, los miran con recelo. Odalys asegura que el día que deportaron al grupo de colombianos en su barrio, los “policías se llevaron todito” lo que dejaron sus compatriotas. Se fueron como vinieron, concluye.
No es la primera vez que pasa algo así, cuenta Odalys. Hace varias semanas, las autoridades emboscaron un grupo de “bachaqueros” y les quitaron todos los productos regulados que revendían. A ella le parece que está muy mal que les quiten lo que van a vender porque ese es su sustento. “Y además seguro se los quedan para ellos mismos”, supone.
-A la vuelta de la esquina-
El conflicto entre su país de origen y el adoptivo también ha desglosado a su familia: “Me han deportado primos. Ellos vivían en el Federico Quiroz, también por Catia. Los detuvieron viniendo en la camioneta y los paró la policía”.
Sobre las deportaciones de colombianos, Miguel formula que el gobierno está en su derecho de deportar a quienes considere que están fuera de la ley. Sin embargo, dice sentirse triste por la situación que han padecido sus compatriotas en la frontera que han debido escapar con sus colchones y neveras a sus espaldas por temor a ser expulsados por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
“Pido a Diosito que las cosas cambien tanto aquí como allá, porque tenemos un solo Libertador. Si los venezolanos se lo proponen, Venezuela cambia”.
-Indignados y esperanzados-
En el callejón Las Laderas de La Silsa la salsa suena con fuerza sobre los maullidos de gatos recién nacidos. Los “ojos de Chávez” observan desde lejos pintados en bloques vecinos al barrio. Sus habitantes aseguran que el chavismo ha ganado las elecciones en la zona gracias al voto de los colombianos. Pero con la crisis fronteriza, esta ecuación puede cambiar.
Odalys se siente indignada cuando escucha al presidente Nicolás Maduro culpando al paramilitarismo en Colombia de la crisis que padece el país.
“Cuando veo a Maduro diciendo que los colombianos son paramilitares, delincuentes, bachaqueros a mi me viene de todo. Me da de todo, porque tengo mis hijos aquí y toda tierra donde uno muera es bendita. A mi me parte el alma todo lo que está haciendo el Presidente”.
Pero Odalys, al igual que sus hijas y Miguel, apuestan por el diálogo entre Venezuela y Colombia para superar la crisis fronteriza. Recuerdan que en medio de sus diferencias ambos son países hermanos; sin embargo, cada día que pasa, hombres, mujeres y niños están siendo maltratados y humillados. Se van como vinieron: sin nada.
“Todos somos seres humanos y todos merecemos una segunda oportunidad y ¿en qué país no hay gente de otro país?”, se pregunta Indira mientras acaricia su barriga.