Venezuela

Ahora somos los malos del cuento

Cuando yo era una niña, en Venezuela los colombianos tenían fama de ladrones. Tal vez -y como siempre suele suceder- pagaban justos por pecadores, pero la sensación de desconfianza que generaba el estar cerca de alguien originario del país vecino no era grata.

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“Guarda las cosas que viene fulana con la cargadora que es colombiana”. “A mengano y a zutano literalmente los mudaron unos colombianos que son miembros de una banda de ladrones”. “Los colombianos se roban a los niños, los mutilan y los ponen en Cúcuta a pedir limosna”. Éstas y otras oraciones se repetían en casi todas las casas venezolanas. Más recientemente he escuchado historias como que “los venezolanos no éramos “así” pero nos “malearon” los colombianos”.

Nadie malea a nadie, si alguien no se quiere malear. En Venezuela estamos peor que en muchos países, porque el proceso de descomposición social no ha sido detenido, sino incentivado. Sobre todo en los últimos tres lustros. No hay razones para trabajar, ni alicientes para esforzarse. Y encima, la guinda sobre el postre la puso Hugo Chávez con aquella historia de que “si mis hijos tuvieran hambre, yo también robaría”. Una patente de corso para delinquir. ¿Por qué Chávez no dijo “si mis hijos tuvieran hambre yo trabajaría en lo que fuera”, por ejemplo? ¿Por qué no dijo que si no conseguía ningún trabajo –cosa que la veo difícil aún ahora- hubiera pedido limosna antes de robar?…

En Venezuela sabemos que la vida no vale nada. Que los malandros matan a mansalva porque ellos también tienen sus días contados. Que es más fácil robar a un muerto que a un vivo. Pero ahora los delincuentes tienen un problema adicional: que el bolívar no vale nada. Ahora los secuestros express los cobran en dólares, incluso hay personas que tienen arreglados ”potes” con los amigos, porque en el caso de que secuestren a alguno de sus familiares, cada uno pone una cantidad de billetes verdes, hasta que alcancen la cantidad pactada.

Pero ya la gente con dólares ha mermado y los delincuentes han tenido que buscar otros destinos de donde sacar moneda dura y han internacionalizado sus delitos: viajan a Aruba, Curazao y hasta a Miami para robar y regresan a cambiar en el mercado que el gobierno no quiere que nombremos, porque les rinde para vivir como reyes lo que no dejan depositado o guardado en lugares seguros. Olvídense de los raspacupos y los bachaqueros. Esos son niños de pecho. La moda ahora es robar en Miami, en Aruba, en Curazao o en cualquier otro sitio donde la moneda no sea tan débil como el bolívar fuerte.

Hace unos días recibí un video de un canal de TV en Aruba donde tres mujeres “presuntamente” venezolanas roban productos en un supermercado. Y digo “presuntamente” porque la joven que da las noticias, de nombre Alejandra Forero, dice que el video que circula profusamente por las redes sociales y que ha causado indignación en la comunidad, muestra a tres turistas conocidas como “raspacupos” y “aunque no se ha podido comprobar su nacionalidad, la comunidad de Aruba culpa de este hecho al “nuevo turismo procedente de Venezuela”.

Es decir, que tal vez no son venezolanas, pero ya asumen que son venezolanas, porque en un altísimo porcentaje no se equivocarán. En esos sitios dicen de nosotros lo mismo que decíamos nosotros de los colombianos hace cinco décadas: los venezolanos son ladrones, los venezolanos son malandros, los venezolanos son unos delincuentes. Pena propia. La lengua como castigo del cuerpo. Encima, empañan la reputación de los jóvenes –y no tan jóvenes- profesionales que han llegado en busca de las oportunidades que Venezuela les niega y que trabajan con ahínco, mística y responsabilidad.

Dicen que nunca está tan oscuro como cuando va a amanecer. Yo veo tantas cosas echadas a perder que mi reloj de país está alrededor de la medianoche, no cerca del alba. Ojalá me equivoque.

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