Venezuela

El deslave político

El próximo 6 de diciembre de 2015 marca el fin de un ciclo político y el inicio de otro.

Publicidad

El deslave de Vargas de 1999, el año en que Hugo Chávez tomó posesión como presidente de la república, fue un símbolo natural del proceso de destrucción y desmoronamiento de la nación que ocurriría en los años subsiguientes.

Si bien buena parte de la clase dirigente pensó que bajo las difíciles circunstancias económicas del momento la revolución bolivariana tendría el tiempo contado, que sería un fenómeno pasajero, algunos analistas y conocedores de la idiosincrasia nacional nos atrevimos a opinar de manera menos optimista y hubo algunos que apuntaron a un ciclo histórico o generacional, a un proceso que duraría 15, 20 o más años.

El próximo 6 de diciembre de 2015 marca el fin de un ciclo político y el inicio de otro. No importan los resultados concretos de las elecciones parlamentarias. Es un punto de inflexión en la mente colectiva. El chavismo popular está hecho trizas en el alma.

En los últimos días, diversas organizaciones y profesionales se han abocado a analizar los diferentes escenarios y desarrollos alternativos con base en el desenlace de los comicios, la violencia del gobierno, el fraude desvergonzado, el triunfo de la oposición con mayoría simple o la victoria con mayoría calificada. Los diversos escenarios y opciones posibles no inciden más que en el grado de confrontación, complejidad y dificultad de los cambios por venir pero ya el deslave político está en marcha.

Y es un deslave que traerá igualmente desolación y devastación como el del año 1999. Porque a diferencia del poder constituido que en 1998 y 1999 siguió la inercia social, aceptó y acompañó la deriva política de los tiempos, ahora nos encontramos frente a un poder anacrónico que se resiste y se rehúsa a cambiar, que pretende doblegar a la sociedad.

Muchos nos han alertado, con buena dosis de realismo, sobre los inmensos recursos con que cuenta el poder para maniatar a la Asamblea aún con dos tercios de representantes en el bando de la oposición. Más allá de los obstáculos de todo tipo para desviar la voluntad popular, la sala constitucional del Tribunal Supremo de Justicia se ha convertido en un poder omnímodo por encima de todos los poderes, en una suerte de dios de dioses que reina sobre todas las deidades del Olimpo.

Sabemos, sin embargo, que en tiempos de transformación, como vimos de manera tan cercana en las postrimerías del siglo XX, los poderes formales en Venezuela no son más que legalismos sin fuste que siguen la corriente y el interés. Apenas ocurra la elección del parlamento y aparezcan marcadas con votos las grietas del poder, se multiplicará la estampida por efecto imitación.

Publicidad
Publicidad