Venezuela

Protestar en la calle es no delegar el descontento

Es muy sencillo: si los venezolanos quieren referéndum, tienen que salir a pedirlo. Ponerle un extra a la cita. Forzar la barra de la sinvergüenzura chavista frente al drama nacional.

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La dificultad que está encontrando la MUD para movilizar en la calle a la población en torno a la demanda concreta del referendo revocatorio constituye en este momento uno de los pocos haberes, uno de lo nichos de oxígeno con los cuenta el gobierno para mantenerse en esta circunstancia.

Claro que el tono y la actitud del gobierno fueran otros si la demanda del revocatorio estuviera siendo acompañada de movilizaciones nacionales continuas o por expresiones de carácter multitudinario. Los chavistas saben que ya perdieron la calle, pero apuestan a poder seguir en el gobierno en minoría, imponiéndonos a todos la opaca mediocridad de la vida cotidiana en Venezuela. El requisito actual es mantener a todo el país en la cola de los alimentos, idiotizado ante las necesidades y postrado ante las limosnas oficiales.

La renuencia a marchar que, a ratos, se observa en la sociedad democrática es comprensible. Se ha argumentado, no sin razón, que las convocatorias para protestar no pueden terminar convirtiéndose en rutinas calisténicas o en fines en sí mismos. El país tiene demasiado tiempo metido en el circuito de las protestas populares. Convocatorias, de carácter epiléptico, en las que se ofrecen con imprecisión los datos formales de la cita y al cabo de las cuales, en muchas ocasiones, no sucede gran cosa.

A partir de la realidad de las marchas, algunos observadores chavistas se hacían ilusiones, pensando que la debilidad de las movilizaciones opositoras de estos meses comportaba una ausencia de poder de convocatoria y que tal realidad se expresaría en las elecciones parlamentarias del año pasado. Se equivocaron, por supuesto. La MUD pudo triturar al PSUV en las parlamentarias pasadas sin necesidad de llenar la avenida Bolívar de Caracas. Las concentraciones chavistas, en particular, están llamando la atención, precisamente, por lo diminutas e insignificantes.

El carácter fallido de cierta forma de interpretar la protesta no debería impedirnos comprender de manera cabal la importancia de ofrecerle al país una demostración terminante, una clara demostración clara de una voluntad existente, ahora que estamos llegando a la zona de clímax social, político e institucional.

Es muy sencillo: si los venezolanos quieren referéndum, tienen que salir a pedirlo. Ponerle un extra a la cita. Forzar la barra de la sinvergüenzura chavista frente al drama nacional. Las movilizaciones son efectivas si logramos orientar los objetivos, dosificarlos, centrarlos en un propósito. El ánimo opositor, su interpretación política, el interés porque las cosas cambien, se ha apoderado del alma popular. El problema es que no hace combustión pacífica en la calle. Ha llegado la hora de que ese espíritu se exprese.

Tal sería, en principio, el objetivo fundamental de la concentración que están convocando las fuerzas de la Mesa de la Unidad Democrática para el próximo 1 de septiembre. Mucho más ahora, a partir de lo que ha dictaminado el CNE.

Con dura claridad lo expresó el profesor Fernando Mires, en su más reciente visita a Caracas. “Si la gente no hace nada, por supuesto que en Venezuela no sucederá nada”. Mires opina que todas las condiciones han madurado para el cambio democrático y constitucional en Venezuela, pero que la agenda de las fechas, las firmas, la presión popular y la consulta demandaban un esfuerzo final. Una auténtica convocatoria nacional.

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