Venezuela

El anhelo de una vida normal

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Fotografía: Dagne Cobo Buschbeck

Una mañana de invierno, hace 40 años, las elegantes y exclusivas vitrinas de la Banhofstrasse, la principal calle de la ciudad de Zúrich, amanecieron reventadas, las paredes de las tiendas llenas de grafitis. La lujosa calle, apacible y pulcra, una vía peatonal donde es posible escuchar el tintineo de una moneda al caer al piso, había recibido toda la furia del movimiento juvenil. Los jóvenes suizos, ahítos de tanto orden y seguridad, ávidos de cambios y aventura, se sentían asfixiados por una vida absolutamente previsible en la que tenían todas sus necesidades cubiertas, estudios, trabajo, seguridad social, en la que podían saber de antemano donde pasarían reposadamente su vejez y en la que hasta podían conocer el tanatorio en el que sus restos serían incinerados. Muchos de esos jóvenes idealizaban los países del tercer mundo, sociedades impredecibles, abiertas a la revolución, la sorpresa, el azar y el pasmo. El caos y la violencia eran compensaciones a las repeticiones insignificantes de un vida cotidiana cultivada en la armonía, la estabilidad y la certeza.

Todavía a principios de los años 2000, la revolución bolivariana tocaba una fibra romántica en los soñadores europeos. Recuerdo una arquitecto suiza, inteligente, doctorada en la ETH, que al terminar el proyecto urbanístico al que había sido invitada, el Caracas Think Tank, se quedó amancebada con un mulato en San Agustín, fascinada con la voluptuosidad tropical, las posibilidades de la ciudad informal, la salsa y la extroversión de la vida en el barrio. A los dos años volvió a su país. La realidad se había entrometido en el sueño, como si la rasgadura de un velo le hubiera permitido ver el infierno.

Los jóvenes venezolanos del siglo XXI viven en las antípodas de aquellos suizos de los años 70. La mayor aspiración de un venezolano de hoy es poder tener una vida normal. Una vida sin gestos heroicos ni grandilocuentes, una existencia sencilla, común, en la que baste un sosegado paseo por un parque o una conversación en un café al aire libre. En un país arrasado por la estafa revolucionaria, en el que decenas de miles de jóvenes morirá con alta probabilidad de forma violenta antes de los 25 años, en la que pocos tienen la certeza de poder alcanzar asistencia hospitalaria, los grandes horizontes han perdido peso frente al simple anhelo de una vida que garantice el disfrute de experiencias elementales como poder tener una familia y que esta permanezca unida. El principal motivo de la aceleración del éxodo venezolano es la búsqueda de calidad de vida, expresión que sin mayor subterfugio significa, simplemente, la posibilidad de tener una vida como la de cualquier ciudadano común del mundo civilizado.

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