Venezuela

Enamorados hay, lo que no hay es real

¿Qué significado tiene el romance para las nuevas generaciones? ¿Pueden ser detallistas cuando el presupuesto familiar se va en dos bolsas de mercado? El Estímulo indagó entre los millennials venezolanos y las respuestas fueron sorprendentes.

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San Valentín
Texto: Jován Pulgarín y Andrea Ballesteros | Fotografías: Andrea Hernández | Augusto y Paula

«Estábamos en un retiro espiritual, afuera de la ciudad. A los hombres nos colocaron por un lado y a las mujeres por otro. Nos dieron una charla sobre las parejas y la importancia que tiene el matrimonio. Y al final de la exposición, debíamos acercarnos a ellas, arrodillarnos y darles un anillo, de mentira por supuesto. A mí me nació preguntarle a Paula si se quería casar conmigo. Ella me abrazó y me dijo que sí, pero realmente no era nada en concreto. Estaba la emoción, eso sí. Cuando llegamos a Caracas, yo estaba decidido».

Entonces Augusto, un joven estudiante de ingeniería de sonido, aceitó su plan: «No tenía mucho tiempo. Era septiembre y yo quería casarme en octubre (de 2016). Tardé un mes en comprar el anillo; hice una pancarta, en la que le preguntaba si se quería casar conmigo y la llamé. Le dije que quería hablar con ella de lo que había pasado en el retiro, para que creyera que todo había sido una broma del momento. Llegué a su edificio y le pedí que bajara. En el capó del carro había formado un corazón con pétalos de rosas y en el parabrisas estaba la pancarta. Cuando ella llegó al estacionamiento, y me vio arrodillado, se puso a llorar».

«Yo pensé que me iba a decir otra cosa, algo malo pues», recuerda Paula y suelta la carcajada. «Cuando bajé y lo vi fue hermoso. Yo siempre soñé con casarme joven y en verdad, como todo ha cambiado, pensé que no iba a lograrlo. Pero mira, haberlo hecho a los 22 es un sueño hecho realidad». Después de dos años de novios, siguieron los patrones clásicos. Primero por la vía civil, en el apartamento de uno de los suegros y luego en la iglesia United Christian Church, de El Bosque.

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Además del romanticismo, en las palabras de la reciente pareja, se refleja que la fe ha sido determinante en la decisión de dar el sí. «Desde que yo conocí a Augusto supe que era con quien deseaba pasar el resto de mi vida, aunque es muy difícil en esta época estar seguro de eso. Porque estamos conscientes de que ahora a los hombres les cuesta más enseriarse con una sola mujer y viceversa. Nuestra relación al principio fue muy tormentosa, así que cuando las cosas mejoraron, ambos llegamos al acuerdo de que teníamos que vernos a futuro y con madurez. De cualquier otra forma sólo íbamos a perder el tiempo. Cuando nos vimos más como un matrimonio que como novios, nos dimos cuenta de que queríamos una familia. Comenzamos a conocer la palabra de Jehová y yo me di cuenta que en su palabra no hay tiempo ni edades y el quererme casar tan joven pasó a ser un deseo de agradar a nuestro padre celestial. ¿Qué más necesitábamos? Teníamos el amor, las ganas, la aspiración y la necesidad de complacer a Jehová».

«A pesar de nuestra juventud, llegamos a la conclusión de que no hay una edad determinada para casarse y mucho menos un tiempo estipulado para tomar esa decisión. Nuestro amor es demasiado fuerte y Dios nos bendice cada día, porque aceptamos las cosas como él las planteó desde un principio«, explica Augusto, al mismo tiempo que enfatiza: «Nosotros no somos ni católicos ni evangélicos, ni nada de eso. Nosotros leemos la Biblia, seguimos los principios bíblicos y le creemos a Jehová por sobre todas las cosas. Todo lo que le pedimos, se lo pedimos en el nombre de Jesús, su hijo, que es el único que puede interceder por nosotros».

Aunque la fe mueva montañas, es necesario alimentar la carne con detalles. «Yo soy muy cariñoso, con las palabras… y siempre la abrazo. Ella es más seria. Eso sí, es muy detallista y hace cosas que me impresionan. A veces llego de trabajar y tiene el almuerzo preparado con pétalos de rosas, velas o mi comida y bebida favorita, servida con copas y platos. Otra cosa que me encanta es que planea sorpresas. Una vez, empezando de novios, me regaló un paquete a Margarita. Luego, en otro viaje, no me dijo nada y fuimos a la Isla de Coche», rememora con satisfacción Augusto.

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«Tengo un carácter muy fuerte», admite Paula. «No me gustan muchos los abrazos y besos, siempre he sido como muy delicada con eso, pero amo a mi esposo y mi manera de demostrárselo es esa, con detalles. Él es supermeloso. Cosas como comidas, regalos, hacer cosas especiales para él, es mi forma de demostrar amor».

Seguro que está leyendo y se hace la pregunta:  ¿Y con qué dinero? «A veces hago cosas con lo que tengo en casa. Por ejemplo una vez dejé congelando unos pétalos y compré unas velas. Cuando hago eso, después reutilizo los materiales y ni se da cuenta. Y con los viajes, pues ahorro. Antes trabajaba, ya no. Lo que hago es tener una cuenta donde meto dinero que no uso. Cuando veo que tengo una cantidad que me da para viajar, compro un paquete. También tenemos la ayuda de mi mamá. Si nos invita, lo que yo hago es alquilar algo aparte para nosotros», explica Paula.

«En lo de la pancarta, con la que le pedí matrimonio, no gasté más de 4.000 bolívares. El anillo sí me costó caro, casi 300.000 bolívares», advierte Augusto, que trabaja con el padre de su esposa en un negocio dedicado al mercado automotriz. «Somos detallistas con cosas básicas. Lo importante es que quede bello. Sí hay algunos detalles que pueden salir costosos, y alguna que otra vez nos damos ese lujo, ¿pero qué no lo es ahora? Si hasta en dos helados te puedes gastar 10.000 bolívares».

Enfrentar a una madre por amor

A los 18 años de edad, Álex Fernández tomó conciencia de su preferencia sexual y se lo informó a su madre. Dos años después al resto de su familia. Ahora, con 22 años, y casi finalizada su carrera de Informática, recuerda como el romance le ha llevado a ponerle pecho a la adversidad. «Estaba saliendo con un chico y la situación se nos estaba complicando para andar en la calle. No podíamos ir a su casa y en la mía, mi mamá no lo aceptaba. Así que la enfrenté. Le dije que para bien o para mal, él iba a venir, y que ella podía optar entre compartir con nosotros o encerrarse en su cuarto. Yo no iba a dejar de salir con él».

El pasado 31 de diciembre, Fernández compró unas cervezas para llevárselas a un joven que le gusta. «Para brindar después del cañonazo», asegura. Y hace poco recibió una caja de galletas de otro que le pretende. «Me considero romántico. Me he visto saliendo con varios chicos, mas nunca he podido concretar una relación. Ser gay puede ser todo un lío en lo que al amor compete».

«Cada uno ve el romanticismo desde su perspectiva y posibilidades. No todos pensamos igual. Cada quien quiere a su manera y todo se resume a qué tanto deseas algo para que suceda», reflexiona Fernández. «Todas las épocas han tenido sus cosas buenas y malas. Aunque no tengas dinero, escribir en un papelito ‘te quiero’ es un gesto real de romanticismo».

Diana Carolina, bailarina de 20 años de edad y estudiante en Unearte, prefiere un gesto gastronómico: «El último detalle que me ha dado mi novio fue una hamburguesa muy sabrosa. Pero él tiene cosas que son importantes, como que baile conmigo aun cuando no le gusta, porque dice que no sabe. Los detalles no son solo cosas materiales, sino también cosas que uno dice. Tampoco hay que ahorrar mucho para entregar algún obsequio, como un dibujo o una carta».

Sin embargo, a punto de cumplir un año con su novio, asegura que en efecto cuesta ser espléndido: «Los precios de los obsequios están muy altos. Digamos que no es imposible, pero sí un obstáculo. Como pareja, intentamos ir cada cierto tiempo al cine y nos regalamos algún detallito, como una dona, por ejemplo».

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En efecto, ir más allá de un «te quiero» o una dona, requiere revisar tu cuenta corriente. En Caracas, un ramo de rosas puede costar entre 25.000 y 720.000 bolívares, aunque ello depende de la cantidad de flores que lleve y de lo elaborado que sea.

“Este Día de los Enamorados está rudo”, suelta un joven al mirar los precios de los peluches y arreglos florales que se exhiben en la vitrina de la Floristería Sagitario, en Las Mercedes.

Alberto González, dueño del local, tiene ocho años viviendo del negocio de las flores, pero asegura que los últimos dos no han sido tan buenos como quisiera. De hecho hay días en los que no vende nada.

“El romanticismo no se ha acabado. Lo que se acabó es el poder adquisitivo de los venezolanos”, expresa.

González se encarga de elaborar y vender los ramos debido a que los ingresos que obtiene por las ventas no son suficientes para pagar el salario de un empleado. “Los que vienen con más frecuencia son jóvenes con edades entre 15 y 18 años, pero buscan cosas económicas, como un globo o un peluche”, dice.

Los precios de los peluches van desde 12.000 a 200.000 bolívares, “pero eso depende del tamaño”, precisa la vendedora de una tienda en el bulevar de Sabana Grande. “Para esta fecha, la gente se preparaba y encargaba sus regalos. Ahora solo se acercan, preguntan y se van. Las ventas están malísimas”.

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Para dar una idea de cómo está la situación, Corina Esclasans señala que, a menos de una semana del 14 de febrero, la Floristería Los Palos Grandes en el este de Caracas solo tenía dos pedidos. “Recuerdo que antes de que el país cayera en crisis, las ventas por el Día de los Enamorados eran fenomenales. Los clientes hacían sus encargos desde finales de enero, eran tantos que trabajábamos hasta de madrugada”.

Desde hace 16 años, Corina es la encargada de la floristería, si bien el local abrió sus puertas hace más de 50 años. Es por ello que son testigos de cómo ha variado el mercado: “Tenía clientes que venían todas las semanas a comprarle flores a sus esposas. Ya eso no se ve”.

Por la crisis, dice que ahora lo que más se comercializa son los ramos pequeños, que llevan entre seis y 12 rosas. “Los arreglos grandes los compran los adultos contemporáneos y los jóvenes vienen, aunque poco y casi siempre con sus padres, que son los que terminan pagando”, añade.

Una rosa con follaje envuelta en papel celofán tiene un valor mínimo de 1.500 bolívares, el equivalente a dos panes sobados (Bs 700 c/u) y un pasaje en transporte urbano (Bs 100).

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“Ahorita hay otras prioridades. El romance no se ha acabado, pero o compras flores o compras comida”.

Hago promociones, concursos e igual hay días que no facturo nada. Cuando vendo arreglos como el que acaban de pagar, de 60 rosas en Bs 250.000, te puedes imaginar el bando en el que está enchufado”, comenta entre risas.

Entretanto, comprar chocolates puede llegar a ser amargo y no precisamente por el tipo de cacao. Las cestas pequeñas rellenas de bombones de St Moritz están entre 29.000 y 40.000 bolívares, mientras que las grandes alcanzan los 89.000 bolívares, es decir, más de dos salarios mínimos (Bs 40.638,15).

Los jóvenes son los más románticos, sin embargo ya no compran como antes porque el dinero no alcanza”, detalla la dueña de una tienda dedicada a la venta de chocolates y peluches en el Centro Plaza, en el este de Caracas, que tiene 20 años con ese negocio.

Zoe Betancourt es un ejemplo de ese romanticismo virginal. A sus 18 años de edad, no ha vivido su primer noviazgo. «Las condiciones no estaban dadas», explica, en referencia a la inseguridad que reina en la capital venezolana, lo que limitaba cualquier salida con algún compañero del liceo. Esa realidad no boicotea su discurso optimista: «La situación país no debería limitar nuestra imaginación. Puede que nos quite lo práctico pero si de verdad queremos podemos recurrir a nuevas ideas».

Cuando se le pregunta a Zoe si vale la pena ser romántico en la actual crisis, no duda: «Por supuesto, ser romántico no está sujeto a un período de tiempo. En el mundo hay miles de personas que sueñan, y me incluyo, con el galán de Hollywood que golpea tu ventana con una piedra sólo para verte de noche. Y pienso que seguirá siendo así».

*Algunos nombres fueron cambiados por petición de los entrevistados. Los precios que aparecen en este trabajo corresponden al 30 de enero y 8 de febrero

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