Venezuela

VIDEOS | Chavistas montan bailanta mientras bombardean a marchistas

La ciudad vive dos realidades. La espuria separación del este y el oeste. La barrera no es social sino física. La impuso la Guardia Nacional Bolivariana con su “rinoceronte”. De un lado unos sufren la represión de los cuerpos de seguridad del Estado, del otro bailan salsa y merengue en la avenida Bolívar en una actividad promovida por la Alcaldía de Libertador

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Foto: Gregorio Terán / AVN

Caracas está partida por la mitad. No por una marcha sino por la actuación de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). No valen las excusas. El muro que cerca al municipio Libertador ahora también es físico. Tiene forma de “rinoceronte”, el vehículo Yutong que tiene barreras a los lados con suficiente alto y ancho para obstruir toda una calle. Había uno en la avenida Andrés Bello, a la altura del Parque Arístides Rojas, y otro en la Libertador, que obstruía el elevado. La defensa también separaba dos realidades: en el oeste la vida transcurría con la normalidad de un sábado por la tarde. Al este olía a gas, a vinagre y se vivía la represión. También se contempló la aparición de una nueva bomba lacrimógena que teñía de rojo.

Mientras en Altamira, El Rosal y la avenida Libertador una protesta hacía lo posible —y lo imposible— para llegar a la Defensoría del Pueblo, como convocó el gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles, en la avenida Bolívar se realizaba la Gran Toma Cultural Deportiva y Recreativa, promovida por la Alcaldía de Libertador y el Ministerio de la Juventud y el Deporte. Una barrera más para la movilidad, que esta vez empezaba en Los Caobos.

“Abran paso”, era el coro de una salsa que tocaba una orquesta en vivo -aunque bien podía ser el grito de los manifestantes que no lograron pasar de la avenida Libertador-Cinco tarimas estaban distribuidas en la Bolívar. Esa era la primera. Trabajadores del Estado, vestidos con camisas rojas con el logo de “Venezuela productiva”, aprovechaban la salsa para echar un pie y tomarse una cerveza: Polarcita, para más señas. En eso sí la revolución no discrimina. Y brinda.

En la segunda tarima era un merengue de Sixto Rein, con Chino y Nacho el que amenizaba la jornada —extraño dislate musical porque los cantantes fueron execrados por el gobierno del presidente Maduro—. Por ahí quienes bailaban eran los trabajadores del Instituto Nacional de Transporte Terrestre (INTT) y los del Servicio Autónomo de Registros y Notarías (Sarem). Colchón inflable, juegos tradicionales, bailoterapia, tambores y un espectáculo folclórico completaban el espectáculo.

Vamos a darle un mensaje comunicacional al mundo, para mostrar lo que piensa la mayoría de los venezolanos”, decía una mujer mientras trataba de organizar a un grupo en una “pizarra humana”: la idea era escribir la palabra “paz”, pero eran tan pocos los asistentes al acto, que les resultaba difícil. La siguiente tarima tenía más ritmo. “Sacúdelo que tiene arena, menéalo que se empelota”, cantaba una mujer mientras arengaba a los trabajadores del Ministerio de Salud. El tema ahí era “darle cintura” y llegar “hasta abajo”. El Viceministro de Redes de Atención Ambulatoria de Salud, Juan Carlos Marcano, lo hizo con mucho entusiasmo, al lado de un coronel.

Más temprano, Ángela De Lima participaba en la concentración de la calle Élice de Chacao porque no consigue insulina para su mamá diábetica y Soledad Gutiérrez asistió, entre otras razones, porque sufre de la cadera y tiene tres años sin poder aplicarse el tratamiento. “¿Dónde está la gente que cuida su salud?”, preguntaban también en esa tarima. La respuesta probablemente estaba del otro lado de la barricada militar, donde más de una pancarta aludía a lo prohibido que está enfermarse, por la escasez de medicamentos.

La Cota Mil estaba cerrada a la altura de La Florida. Y también por donde pasaran los Palmeros de Chacao, las tradiciones religiosas se mantenían incólumes ante el caos que se vivía en la ciudad.

“Avancemos, avancemos. Ni un paso atrás”, gritaban más abajo. “Miedo tenemos todos los días”, alegaba un hombre mientras veía volar las bombas lacrimógenas.

“Ya todo es diferente. Todo esto va a cambiar. Soy maestra y hasta los niños de tres, cuatro y cinco años te dicen que esto está mal”, asevera Yomara Palma. Estaba parada en Los Cedros, viendo cómo jóvenes encapuchados devolvían las bombas a la policía. Cuando llegaron los revoltosos la multitud se abrió en dos. Debían darles paso para que pudieran llegar a enfrentarse con la policía: ellos corrieron por ese pasillo, mientras todos les aplaudían. Igual, los repelieron de la Libertador y llegaron hasta Las Mercedes. Allá no había salsa ni merengue ni calipso. Solo hileras de gente, con los rostros cubiertos con pasta de dientes, huyendo despavorida por el fragor de las armas.

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