Venezuela

Prioridades alteradas

¿Cuántas arepas para escolares o leche para teteros de bebés pudieron comprarse con lo que gastan en bombas lacrimógenas?

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En un país donde escasea lo esencial, donde la gente hace colas en las panaderías para comprar pan porque falta trigo, y va de farmacia en farmacia a ver si consigue el medicamento para su tratamiento, el gobierno gasta una millonada en defenderse de su propio pueblo. Esa es la única y dura verdad contra la que no pueden la propaganda, el billete, ni la represión. Su fuerza potentísima está en la realidad, tarde o temprano imbatible.

Bombas lacrimógenas, equipos anti motines, paredes metálicas que se arman, tanquetas, ballenas. ¿No saldría más barato dejar que la gente llegue a la Defensoría ¿del pueblo? y entregue su carta. ¿Quién inventó que no se puede manifestar en el Municipio Libertador? Los que protestan, se entiende, porque los que vayan a aplaudir a los poderosos o a agredir a los diputados son bienvenidos. ¿De quién es el “honor” que protege ese “punto de honor”?

Que las prioridades del gobierno están invertidas es muy difícil de discutir. Se desatiende lo que importa para ocuparse de lo que, a la hora de las chiquitas, no le importa a nadie. Porque los millones de dólares invertidos en dispersar las manifestaciones de reclamo, no tocan para nada las causas del descontento que las produce. Y el descontento sigue ahí, y crece. Y se vuelve frustración y rabia. La estrategia de desmoralizar al pueblo que quiere cambio para desmovilizarlo, dividir a la dirigencia unitaria y concentrar esfuerzo y recursos en blindar la minoría que todavía los respalda, hace aguas por todos lados. Ni se apagan las ganas de cambio, ni se resigna el mayoritario pueblo sufriente, el liderazgo opositor se une más y se agrieta la confianza que la base chavista ofrece, cada vez con más dudas, al grupito que manda.

La contradicción de ¿por qué lacrimógenas y no harina de maíz o leche? no es por negocio, que el grupito en el poder busca negocio comprando y/o vendiendo lo que sea y dónde sea. Es porque la contradicción los define. Está en el ADN de su necesidad de fingir, en su intrínseca hipocresía.

Tienen que defender el legado del Comandante Eterno por aferrarse al hilo de legitimidad heredada. Tienen que sostener un modelo disfuncional en el que, sinceramente, no creen. Tienen que simular fraterna confianza en personas de las que desconfían visceralmente. Llenan la boca de discurso patriotero reñido pero propiedades, cuentas y parientes están afuera. Es demasiado peso para cualquiera. A unos les resbala, pero muchos que todavía tienen que enfrentarse con sus pensamientos, cuando se miran en el espejo implacable de la soledad. Y el honrado que no se atreve, sabe que puede acabar pagando la cuenta de los farsantes.

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