Venezuela

Papá

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Una gente poco elegante, ha emitido hoy una sentencia, donde se me impone un nuevo padre. Según su magnífico dictamen, yo, el pobre de mí, extraviado y ciego, bobo y balbuceante, debo aceptar por sustituto un borrico, y debo además cargarlo sobre los hombros y llevarlo a la cima de su delirio de grandeza. Al borrico, y a ustedes, que sin piedad se han devorado todo lo que había en nuestra mesa. Mi padre, mi papá, el único que he tenido y tendré, se preocupaba, por el contrario, porque en nuestra cocina hubiera siempre pan. Y jamás nos arrebató una miga. Ni de la mesa ni del alma. Mi papá, señores, me habló de Bob Marley y de Sábato, me suscribió  a una revista de cómics y nunca dejó pasar una oportunidad para irse conmigo de ronda a librerías y museos. No sabía nadar, pero me llevaba al mar, donde yo sí aprendí. Aquel era su deseo, que yo aprendiera y tuviera lo que él de joven no tuvo. Mi papá, mi gran papá, no era dueño de Tribunales Supremos ni andaba con asesinos ni anhelaba las falsas eternidades de los borricos con trono. Mi papá, señores, era un hombre bueno y honesto y sonreía como los ángeles. Murió a los cincuenta y de noche. En casa, acostado en el estudio, viendo tele. Sin deberle nada a nadie. Y no precisamente hablo de dinero. Mi papá está muerto, señores, y no, gracias, no necesito otro. Él dio y todavía da lo que dan los buenos padres. Su borrico, en cambio, no tiene ni puta idea de lo que es la generosidad del amor. El borrico tan sólo babea sobre nosotros, y se masturba pensando que en cualquier momento podría aplastarnos. Mi papá es mi hijo, lo veo en él cada mañana, cada tarde, pero sobre todo, cada vez que vamos al cine o disfrutamos de una película juntos en la cama. Mi papá es también mi hermano, que lleva su nombre y es además un gran tipo. Mi papá soy yo que, como todo hijo, me continúo en él, o por lo menos hago el intento. Pero el borrico, señores, su borrico, ése jamás será mi padre.]]>

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