Se va de lenguas. Lo que dice es discutible, en realidad, aterra. Pero cabe señalar que su hablar carrasposo, tirapedrero, insolente calza —sobre calzado también va el asunto— con el estilo atroz que ha sido impuesto con denuedo, y para fines revolucionarios, a lo largo de la mala praxis de estos 17 años de barbarie, barbarismos y neolengua; los necesarios para fatigar el significado de las cosas, burlarlo, horadarlo, vencerlo y dejar exangües, por ejemplo, el sentido de democracia o el de la palabra amor, pervertida y arrollada, sus entrañas arrasadas, como diría el poeta Samuel González, y como diría el genio Rafael Cadenas “¿Qué hace aquí colgado de un látigo la palabra amor?”. Estilo que estrenó y convirtió en tendencia quien fuera el galáctico jefe de Delcy Rodríguez.
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