Venezuela

Me operaron de cataratas: así lo viví en Venezuela

Una operación de cataratas es un procedimiento quirúrgico relativamente rutinario, menor y rápido. Lo que no es tan rutinario es que la necesites cuando tienes poco más de 40 años de edad. A mí me salió el número en la lotería de la genética. Así lo viví en el país de la constituyente, del no hay efectivo, del no hay medicinas y de la hiperinflación (no me interesa que lo desmientan los economistas con sus tecnicismos).

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¿Cómo es asomarse al mundo con cataratas? Donde está la luz de un semáforo, te bailan tres o más puntos de color verde. Bacterias, mosquitas y basuritas revolotean permanentemente frente a ti, incluso cuando cierras los ojos para descansar. Miras a través de una pecera muy sucia que te va robando la luminosidad de los colores.

En mi caso, las cataratas se manifestaron con particular agresividad en mi ojo derecho, que paradójicamente es el que tenía menos miopía desde que nací (alrededor de 4 dioptrías). Últimamente ya no enfocaba ni con el más poderoso de los lentes ópticos, lo que deterioró mi calidad de vida y mi capacidad laboral.
Puede parecer banal, pero uno de las cosas que más me aterraba es que con mi ojo derecho ya no podía detallar el rostro de una mujer, que siempre me resulta su zona más erógena.
Durante muchos meses viví prácticamente con un único ojo: el izquierdo, que era el más débil (7 dioptrías) pero que me respondió como la zurda de Marco Asensio. ¿Se acuerdan del personaje de Sólo Un Ojo de la comiquita del Monstruo Milton?


Las cataratas sólo pueden corregirse mediante una intervención quirúrgica en la que se sustituye el cristalino “sucio” por uno artificial (el lente intraocular). Se matan dos pájaros de un tiro y se hace también la corrección de la miopía.
La operación tiene un costo de alrededor de 200 dólares en cada ojo, al cálculo del mercado negro. En mi caso, conseguí el financiamiento a través de un seguro privado de una manera que sólo puedo catalogar de milagrosa.
Antes, lo intenté por la vía pública. Me tocó recorrer los caminos roñosos de los módulos de Barrio Adentro, los CDI y los hospitales Pérez Carreño de este mundo. Llegué a estar anotado en la Misión Milagro, que en este caso nunca llegó (no estaba disponible el lente intraocular adecuado para mi ojo). Lo que más recuerdo de la odisea es una oftalmóloga negra cubana regañona de Prados de María, buena persona en el fondo, pero con un humor al que le hubiera sentado bien el apellido Cienfuegos cuando me clavaba el palito con algodón en el ojo.
Suspendida por el paro

Mi primera operación con el doctor Víctor Hernández Chirinos en la Unidad Oftalmológica de Caracas (en Los Naranjos, una montaña del Sureste de Caracas) estuvo fijada para el miércoles 26 de julio y la segunda para el 2 de agosto: las fechas no pudieron ser más oportunas, con la Constituyente atravesada en todo el medio.
Las cirugías se efectúan con una semana intercalada, entre otras razones, para evitar que quedes totalmente ciego de ambos ojos durante al menos 24 horas.
Llegué a planificar todo un operativo para esquivar las guarimbas de El Cafetal que incluía pernocta en la casa de una amiga periodista en Los Naranjos. Fue en vano: 24 horas antes, las operaciones se cancelaron debido al paro cívico de los días 26 y 27 antes de las elecciones del 30-J.
Me reprogramaron las cirugías para los miércoles 16 y 23 de agosto. En el interludio no sólo se evaporó la reserva de bolívares extra que había acumulado para los días de reposo, sino que el presupuesto del procedimiento médico se incrementó en aproximadamente 60%, lo que, gracias a un nuevo golpe de suerte, fue cubierto por mi seguro privado, pero obligó a un nuevo y agotador papeleo.
Mi día más estresante

El viernes 18 de agosto, apenas 48 horas después de la operación del ojo derecho y a 24 horas de que me retiraran el vendaje, lo recordaré como uno de los días más angustiosos de mi vida.
A las 10:00 am fui a la oficina de mi seguro privado en Los Palos Grandes para que rehicieran la carta aval de la segunda cirugía, lo que demoró aproximadamente tres horas debido a un persistente error informático. Andaba con 300 bolívares en la cartera. A la 1:00 pm tenía que estar obligatoriamente en la clínica o perdía la operación.
La taquilla y el cajero más cercanos del Banco Mercantil estaban atestados. Se me descargó la batería del celular. También fue justo el viernes en el que suspendieron los avances de efectivo en el Excelsior Gama y otros locales comerciales. No conseguí ninguna línea de taxi en la zona que aceptara otra forma de pago aparte de efectivo.
Me tuve que devolver en Metro hasta mi vivienda en San José (Noroeste de Caracas) para pedirle dinero a mi mamá. Llegué a la clínica en El Cafetal cinco minutos antes de la hora límite, a las 4:00 pm, en un día en el que supuestamente no debía alterarme y que me pasé maldiciendo.
Cuchillo en pantalla gigante

De la operación en sí, lo que puedo contar es que estaba rodeado de pacientes que casi me doblaban la edad, por lo que me dejaron de último en la cola.
El quirófano está lleno de monitores en los que ves en pantalla gigante y en vivo y en directo cómo le están metiendo cuchillo en el ojo a los otros pacientes.


Te ponen anestesia total sólo por unos minutos y después otra parcial en la mitad del cuerpo: durante la cirugía estás 100% consciente, pero, agüevoneado, inmóvil y con una gasa sobre la nariz. Había sufrido bronquitis la semana anterior, por lo que tenía muchas dificultades para respirar. En realidad el asunto no dura más que unos minutos, pero llegué a sentirme en una situación tan desesperada como el soldado inválido del video One de Metallica:


Recuerdo que, cuando desperté de la anestesia total para la operación, mi doctor estaba hablando con sus asistentes de los dilemas de la MUD, como cualquier cosa: para uno es un acontecimiento dramático y trascendental, para él es simple rutina. Te es inevitable recordar la torpeza de tus dedos para las manualidades del regalito del Día de los Madres, que siempre quedaban choretos.
Más que la operación, lo complicado fue la logística de los viajes cruzando la ciudad desde mi casa en el Noroeste hasta la clínica en el Sureste. De nada sirve que tengas dinero en el banco si no puedes sacar más de 20.000 por taquilla o 10.000 por cajero al día, y cada traslado en taxi salía entre 16.000 y 25.000 bolívares. Tuve que pedir ayuda a personas allegadas con carro propio y que todavía vivieran en Venezuela, como mi madrina Teresa o mi amiga socióloga-cocinera Carla Di Simone, al menos para el trayecto de ida.
Emergencia y peregrinación

Luego de la segunda operación (23 de agosto), el sábado 26 amanecí con pérdida casi total de visión en el ojo recién operado, el izquierdo, lo que me hizo temer lo peor: me visualicé viviendo el resto de mi vida como Walter Martínez.
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Nueva odisea para El Cafetal, a la emergencia de la clínica. En realidad, nada para angustiarse: todo ojo siempre reacciona en menor o mayor medida cuando le insertan un cuerpo extraño. En mi caso, la inflamación fue particularmente severa.
Récipe: una dosis extra de un colirio de esteroides, del que sólo se consigue la versión nacional (Ocupred), que al parecer no es la más adecuada. Otra ampolla de esteroides (Decobel) para inyectar en la nalga, como si yo fuera un pelotero dopado tipo Barry Bonds, y otro colirio que no aparece disponible en las bases de datos de Locatel ni Farmatodo (Vigadexa).
El lunes 28 toca peregrinación farmacéutica y cantar la versión local de “Dame más gasolina” de Daddy Yankee: “Estoy pariendo por medicinas”.
Sin éxito con el Decobel, el Vigadexa ni con el lubricante Top Tear, se me ocurre hacer la prueba con un método usual: un post pidiendo ayuda en Facebook. Mis compañeros de la redacción de El Estímulo se enteran de inmediato, se angustian y mueven cielo y tierra a través de sus poderosas redes de contactos.
Mi primera película en el cine sin anteojos de miopía es Dunkerque. Soy un piloto de la Segunda Guerra.
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No sé qué clase de país voy a ver con mis nuevos ojos: quizás uno que se parece a Delcy Rodríguez. No me considero una persona con una enorme energía vital. Con frecuencia me siento deprimido, desanimado y desorientado después del 30-J.
En todo caso, como ocurre en Dunkerque, a la hora de la chiquita siempre nos aferramos por instinto a las más mínimas posibilidades de sobrevivir y dar la pelea. Tengo que seguir escribiendo para mantenerme vivo, así sea de la operación que se llevó al Salto Ángel de enfrente de mis dos paraparas.]]>

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